Nota al correo de “Abra” de 26 de abril de 2006.- oraculo
Fecha Monday, 01 May 2006
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


                He leído con atención y respeto las reflexiones de este correo. Y, como las introduce en un diálogo donde soy parte, deseo hacer una anotación breve, sin intención ninguna de polemizar sobre los importantes temas que suscitan sus líneas. En cuanto a su afirmación de la identidad del Opus Dei con la Iglesia ignoro qué pretende decir en concreto: más que aportarnos un conocimiento preciso de algo, veo su proposición como una mera agrupación categorial que elimina los matices de la realidad para la descalificación de ambas cosas, a un tiempo y en el mismo bloque. La identidad que propone es ideal, de su cabeza.



En general su discurso  pretende fundarse en lo que el llama difusamente una teología contemporánea, que ni siquiera se corresponde con el pensamiento de los autores que cita, aunque buena parte de sus ideas brotan de algunas otras de Karl Rahner, pero no expuestas en su contexto. Desde luego, no me parece que haga justicia al pensamiento de Henri de Lubac en el modo en que alude a la distinción (o no distinción) entre lo natural y lo sobrenatural. Más tengo la impresión de que su personal reflexión se orienta hacia derroteros ya seguidos por otros autores, que no cita, como por ejemplo Hans Küng.

Por lo demás, los temas que aporta al debate son importantes de por sí, sobre todo la necesidad de construir una antropología sobrenatural —él no se expresa en esos términos— capaz de integrar la pluralidad de dimensiones del ser y del conocer, a la vista de los progresos intelectuales de la filosofía y de la teología de todos los tiempos. La caricatura que en general se hace de la reflexión teológica “anterior al Concilio Vaticano II” no me parece acertada ni científicamente seria.

De ningún modo comparto su afirmación de que la “telogía” es una reflexión filosófica sobre Dios, como él dice: personalmente, ni siquiera lo diría de la más directamente especulativa. Prefiero pensar, como Karl Rahner, que toda “theologia mentis” sólo puede ser ayuda para la “theologia cordis et vitae”; es más, en toda teología sólo se construye un camino que se pierde en el misterio de Dios, en el sin-camino, que, sin embargo, se deja encontrar (cf. Revelación y tradición, 1965, 1970). Aquí el maestro de hoy casi parece estar rememorando lo apofático del viejo PseudoDionisio.

Y, por mi parte, suscribo opiniones como la de Hans Urs von Balthasar —esto sí que es teología contemporánea— cuando hace afirmaciones como ésta: Criterio de veracidad de lo cristiano no puede ser ni la filosofía religiosa ni la existencia. En la filosofía el hombre descubre aquello que es pensable desde él sobre los fundamentos del ser; en la existencia él vive aquello que desde él es visible. Lo cristiano es aniquilado si se disuelve en un presupuesto trascendental o en la vida, en el saber, o el hacer (cf. Sólo el amor es digno de fe, 1963, 2004). Y en cuanto a “descubrimientos” de límites gnoseológicos, mi opinión es que la única aportación verdaderamente nueva viene de la filosofía, más que de la teología: la comprensión del límite mental en el conocer intencional, que ha llevado a Leonardo Polo hacia una nueva antropología, no concebida como una ontología regional de la metafísica sino como una antropología trascendental, elaborada desde una teoría del conocimiento axiomática. Esto sí que me parece serio y digno de estudio. Su posible incidencia en la teología es una tarea por hacer.

 

                Oráculo







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