'La tertulia, anticipo del cielo'.- Brian
Fecha Friday, 28 April 2006
Tema 070. Costumbres y Praxis


Recuerdo cómo eran e imagino cómo seguirán siendo las tertulias en la obra.  Una amiga me envía un texto de la publicación interna “Cuadernos” y creo que no tengo que hacer más comentarios, sólo enviarlo. Bueno, hago sólo un comentario: si las tertulias en el opus son anticipo del cielo, ¿cómo será un anticipo del purgatorio?

 

Un abrazo,

Brian

 

Anticipo del Cielo

 

Los temas de esta conversación de familia pueden y deben ser muy variados: anécdotas del trabajo profesional y de la labor apostólica, noticias de nuestra familia sobrenatural, comentarios sobre temas culturales o de actualidad... Todo puede llevarse a Dios. Particular importancia revisten los temas de índole directamente apostólica, como nos indicaba don Álvaro: hablad del proselitismo en las tertulias; que, entre otras noticias de interés, no falte esa conversación apostólica que da tono sobrenatural y os une más con Dios y con la Santísima Virgen (Don Álvaro, Tertulia, mayo de 1979)...



             A veces, quizá con ocasión de una fiesta de cumpleaños o de otra celebración, la tertulia puede tomar un carácter diverso: por ejemplo, surgen la música y las canciones –también las canciones de Casa: ¡cuántas veces las entonó nuestro Padre!­, que constituyen una manifestación externa de esa alegría que es el clima habitual de nuestra familia. Entonces, todos sabemos poner a disposición de nuestro hermanos, con gusto, los talentos –pocos o muchos– que el Señor nos ha concedido. En Casa hay una tradición en estos veintiocho años –escribía nuestro Fundador en 1956–, que no se ha roto jamás: que por alegrar la vida a nuestros hermanos se canta, se baila y se hace lo que sea. Nunca se ha dicho que no se sabe o que no se puede (De nuestro Padre, Crónica, 1969, p. 495).

 

            Como en los otros momentos de la vida de familia, la eficacia sobrenatural de las tertulias reside en vivir delicadamente la fraternidad y en el espíritu de sacrificio de cada uno, ya que la verdadera caridad de Jesucristo –afirmaba nuestro Padre– consiste en que os sepáis fastidiar alegre y discretamente para hacer agradable la vida a los demás, para hacer amable el camino de Dios en la tierra (De nuestro Padre, Crónica, II-75, p.38). Y esto encierra muchas consecuencias concretas, que son las que hacen de nuestra vida de familia un anticipo del cielo: estar pendientes de nuestros hermanos, adivinar sus necesidades, satisfacer en lo posible sus gustos, privarse voluntariamente de una pequeña comodidad para que estén más cómodos los demás, saber escuchar e interesarse por o que cuentan...

 

            En la tertulia, se ejercitan innumerables virtudes humanas y cristianas; por eso hemos de cuidarla con esmero, prepararla y enseñar a los más recientes en la Obra y a quienes participan en las labores de San Rafael y de San Gabriel a hacer lo mismo, para que conserve siempre el espíritu que nos ha enseñado nuestro Fundador. Quizá en algunos casos haya que explicar que no es nuestro oficio faltar a la caridad, ni hay ninguno que tenga por oficio mortificar a los demás. En cambio, es propio de nuestro estilo la delicadeza en el trato mutuo, en la convivencia amable, cordial, sacrificada: atenta solicitud hacia el prójimo, con austeridad total del corazón, con espíritu de abnegación, con espíritu de abnegación constante en lo pequeño, que es lo grande, lo heroico, que tenemos siempre al alcance de la mano.

 

            De ahí que un detalle especial, que hay en el ambiente de nuestras casas –ya os lo he dicho muchas veces­, es que se evitan absolutamente las discusiones, la polémica. Cada uno mantiene libremente sus puntos de vista, sus razones, y debemos saber respetuosamente escucharlas todas. Con calma, se puede –y, en algunos casos, es preciso– oír, enjuiciar y estudiar los pros y los contras que haya en las opiniones de los demás; sin que esto suponga la necesidad de discutir, sino la conveniencia y aun el deber de conocer lo que más interesa, para estudiar y aclarar un determinado punto de la conversación, o para resolver el problema de que se trate.

 

            Cuando son cosas de poca importancia, decimos lo que pensamos –a veces, ni siquiera lo diremos– y dejamos pasar la opinión contraria sin volver a exponer nuestro criterio. Callamos por prudencia, si no se ocasiona perjuicio, aunque lo que se dice sea equivocado: ¡qué más d, por ejemplo, que alguien sostenga que tenemos veintiocho años, aunque la verdad sea que tenemos treinta! Y así, en tantas otras cosas (De nuestro Padre, Carta 29-IX.1957, n.77).

 

Un rincón de la casa de Nazaret

 

            La tertulia es fruto maduro de la unidad y el cariño que se respira en la Obra; y, al mismo tiempo, motivo de esa unión de corazones, pues facilita el mutuo conocimiento que lleva al verdadero afecto. Si no tuvierais la tertulia –escribió nuestro Fundador–, en la que habláis con sentido sobrenatural de todo, en la que se saca a relucir una anécdota, y otra; y el que está de guardia cuenta algo con sencillez, con sentido apostólico (...), no estaríais unidos entre vosotros: viviríais como desconocidos.

 

            En nuestros Centro hay calor de hogar porque nos tratamos. Otras veces os he hablado del trato con Dios, y ahora os hablo del trato con las criaturas; con todas las del mundo, con las almas todas, pero antes con vuestros hermanos, entre vosotros. Para mí, participar en la tertulia es también una manera de hacer oración.

 

            Quereros sin reparos, sin simplezas, sin familiaridades, sin hacer grupitos; de modo que no se note la simpatía o la antipatía. Es natural que unas personas nos caigan mejor que otras; no os asuste, no es ninguna cosa mala. Y esto no es hipocresía, es caridad. También es perfección en el amor (De nuestro Padre, Tertulia, 19-XII-1967). Ese cariño nuestro a los demás de Casa ha de pasar por el Corazón de Cristo; y así se convertirá en verdadero Amor de Dios. Cuando elevamos al orden sobrenatural el cariño humano, haciéndonos centinelas vigilantes, para poner remedio a lo que pueda dañar a la ciudad amurallada que formamos en Casa, estamos amando a la Obra (De nuestro Padre, Meditaciones, VI, n. 531).

 

            Así, con cariño sacrificado y operativo, nuestros Centros serán ese rinconcito de la casa de Nazaret (De nuestro Padre, 6-XI-1974) que deseaba nuestro Padre. Si os amáis, cada una de nuestras casas será el hogar que yo he visto, lo que yo quiero que haya en cada uno de nuestros rincones. Y cada uno de vuestros hermanos tendrá un hambre santa de llegar a casa, después de la jornada de trabajo; y tendrá después ganas de salir a la calle, a la guerra santa, a esta guerra de paz (De nuestro Padre, Meditación, 29-III-1956). 







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