Responsabilidad de la Iglesia sobre los excesos del Opus Dei.- Abra
Fecha Wednesday, 26 April 2006
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


A propósito del cruce de opiniones entre Oráculo y Un Amigo, sobre la posibilidad de enjaretar a la Iglesia alguna responsabilidad sobre los excesos del Opus Dei, me animo a enviaros una opinión más amplia al respecto.
 
La identidad del Opus Dei con la Iglesia no puede percibirse desde el derecho canónico. Sólo puede entenderse desde la perspectiva teológica contemporánea. El derecho canónico es una creación de la Iglesia, y la Iglesia ha tenido la precaución de disponer las cosas de modo que nunca se la pueda identificar a Ella con una de sus partes.
 
Por cierto, también la teología católica es creación de la Iglesia y, como era de esperar, reserva para Ella un papel mediador fundamental. La teología contemporánea, en cambio, siendo - como toda teología--, una reflexión filosófica sobre Dios, tiene los efectos de una carga de Goma2 sobre la teología tradicional y, por tanto, sobre la Iglesia.
 
La filosofía contemporánea, como sabe el querido lector, es la descubridora del límite gnoseológico: el hombre sólo puede conocer con categorías humanas (como el mono sólo puede conocer con categorías simiescas). Pero claro, afirmar esto presenta graves problemas para las elaboraciones clásicas sobre la revelación y la gracia. Si el mono pudiera conocer con categorías humanas, realmente sería "algo" de tipo humano, aunque con forma de mono. Si el hombre pudiera conocer y vivir según categorías divinas (revelación, gracia), sería algo divino bajo forma humana. La teología clásica no puede admitir esto por la barrera insalvable que levantó entre lo natural y sobrenatural (que sólo la Iglesia estaría capacitada para saltar).
 
Algunos teólogos católicos --pero intelectualmente honestos-- reconocieron las dificultades puestas por la cuestión gnoseológica y buscaron una explicación de síntesis. De forma muy simplificada: según algunos (Rahner, De Lubac, etc.), todo acto del conocimiento humano tiene como base anterior un conocimiento implícito del ser. El hombre se interroga a sí mismo, cierto, pero siempre sobre la base misma de su misma existencia. A esa base anterior a todo preguntar la llamaron ser. Así pues, el ser que, en su extensión universal es lo que llamamos Dios, está soportando todo conocimiento humano. De esta forma, el ser humano, por la naturaleza misma de su intelecto, implica un algo original divino.
 
Desde esta perspectiva "gnoseológica", los grandes dogmas se interpretan de forma distinta a como se hace desde la perspectiva realista (fe de Nicea y Caldedonia): La pérdida de la gracia por el pecado de Adán fue como un desgarro en la capacidad del hombre para reconocer la base sobre la que se sustenta su capacidad de conocer (la preexistencia del ser a todo conocer); La redención en el Calvario, que la Iglesia predica como universal, fue algo así como la curación de ese desgarro: el hombre, todo hombre, puede reconocer su sustancia divina. Esto incluye a los miembros de otras religiones y, en último término, también a los ateos.
 
Desde esta perspectiva, como entenderá el querido lector, el papel que le queda a la Iglesia en la vida de los hombres es puramente histórico. Ella ha sido la escalera por la que, a través de siglos y procesos culturales muy variados (teología de los padres, tomismo, Ilustración, etc.), el hombre ha llegado a entender su subsistencia divina. Pero la Iglesia nunca admitirá esta perspectiva, porque le supondría no sólo perder muchos privilegios institucionales (exclusividad de la mediación entre Dios y el hombre, etc.), sino también --aunque se una razón demasiado "humana"--, la desbandada de los que han hecho de la Iglesia su forma de vida. Algo de esto (desbandada) ocurrió tras el Vaticano II, precisamente porque el Concilio supuso la entrada en la Iglesia de las ideas sobre la unidad entre lo sobrenatural y lo natural (De Lubac).
 
No es momento para entrar en cómo quedan de "tocadas" las demás cuestiones de la "fe del carbonero" (cristología, teología trinitaria, etc.) y tampoco la de los teólogos tradicionales (puesto que la "fe del carbonero" es exactamente la misma fe del teólogo tomista, sólo que desnuda del ampuloso lenguaje metafísico). Baste decir que la teología contemporánea tiene una concepción unitaria de lo real y de la relación Dios-mundo-humanidad; y que pulveriza la teología de los dos mundos (natural y sobrenatural) vigente desde el siglo IV hasta el siglo XX. La teología contemporánea supera ese dualismo, mostrando cómo la gracia de la autocomunicación divina es el supuesto de la conciencia del hombre y es experimentada de modo universal, si bien de modo mediato.
 
Concluyendo: "El Opus Dei es divino", como tú y yo, querido lector, somos "divinos". "La Iglesia es de origen divino", como tu yo somos de origen divino. La buena gente entiende estas frase desde lo positivo: la dignidad de todo hombre procede de su ser redimido y divino. Un buen eclesiástico, o miembro de institución eclesiástica, lee esta frase desde lo negativo: quien haga semejantes afirmaciones está atentando contra la existencia de la Iglesia o de la Opus Dei.
 
Querido lector: es casi imposible que en unos pocos párrafos hayas podido acompañarme en un itinerario intelectual que, a lo largo de años de lectura y meditación, a mí me llevó desde la posición de pacífico miembro de la Obra de Dios, hasta la expulsión, por motivos exclusivamente de conciencia. Pero si de algo te sirven estas líneas, consideraré bien invertido el tiempo.
 
Que el Buen Dios nos ayude a todos.
 
Abra








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