Algunos textos sobre el tema del trabajo.- Australopitecus
Fecha Wednesday, 26 April 2006
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Hola:

 

Sin animo de polemizar con la visión de la Obra sobre el trabajo -y su supuesta santificación- me gustaría compartir algunos textos sobre el trabajo. Son tomados de un libro llamado "el antimanual de filosofía".

 

Pienso que pueden ser útiles para pensar el tema del trabajo un poco más a fondo de lo que tradicionalmente se piensa en el Opus Dei, y aunque de seguro que muchos alli estaran de acuerdo con estos textos lo más común en los medios de formación es insistir mucho en la perfección técnica de este como medio de obtener un prestigio profesional que sea útil a los fines de la Obra misma. Otros planteamientos van en una linea mas teorica acerca de la importancia del trabajo como participacion del hombre en la creación y otros en la linea de influir en el ambiente haciendolo mas cristiano... 



Pero al mismo tiempo, en la Obra el trabajo es una "enfermedad incurable y progresiva" y esto puede llevar a la gente que se tome esto demasiado en serio a perder su salud mental, por eso me parecen útiles estos textos que relativizan un poco el trabajo.

 

Y eso que no entro en el tema -mas que todo por pereza- de analizar a fondo que tan importante de verdad es la calidad del trabajo de sus miembros. A veces en la practica la Obra es más bien obstaculo para la realizacion profesional de sus miembros y curiosamente del desarrollo profesional de los intelectuales. De esto ya hay algunos testimonios en Opuslibros, como la Obra es bastante infecunda a la hora de producir grandes pensadores.

 

Saludos, y a continuacion copio los textos:

 

Paul Lafargue (francés, 1842-1911)

Pregonaba una auténtica satisfacción por tener una madre judía caribeña y un Padre mulato, por el placer de ver correr en él la sangre de tres pueblos oprimidos. Yerno de Marx, se suicida con su mujer para evitar tener que conocer la decaden­cia de la vejez.

 

Odio al trabajo, elogio de la pereza

Una extraña, pasión invade a las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una pasión que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y socia­les que desde hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, lle­vado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su progenitura. En vez de reaccionar contra esa aberración men­tal, los curas, los economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo. Hombres ciegos y de limitada inteligencia han que­rido ser más sabios que su Dios; seres débiles y detestables, han pretendido rehabilitar lo que su Dios ha maldecido. Yo, que afir­mo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, hago apelación frente a su juicio al de su Dios, frente a las prescripciones de su moral religiosa, económica o librepensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista. En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degene­ración intelectual, de toda deformación orgánica [...].

 

Si desarraigando de su corazón el vicio que la domina y envilece su naturaleza, la clase obrera se alzara en su fuerza terrible para reclamar, no ya los derechos del hombre, que son simplemente los derechos de la explotación capitalista, ni para reclamar el derecho al trabajo, que no es más que el derecho a la miseria; sino para forjar una ley de hierro que prohibiera a todo hombre trabajar más de tres horas diarias, la tierra, la vieja tierra, estremeciéndo­se de alegría, sentiría agitarse en su seno un nuevo mundo... Pero ¿cómo pedir a un proletariado corrompido por la moral capitalis­ta una resolución viril?...

La organización del trabajo. El derecho a la pereza.
La religión del capital (1880),
edición crítica de Manuel Pérez Ledesma,
Fundamentos, Madrid, 19R0

 

André Gorz (francés, nacido en 1924)

Invita a repensar la cuestión del trabajo, que desea reducir al mínimo gracias a un uso político de la técnica. Propone formas de producción económicas alternativas al capitalismo. Defiende una renta mínima para cada uno, fuera de la actividad profesional.

¿Someter o liberar a los hombres?

Vemos mejor ahora lo que se puede y lo que no se puede pedir a la técnica. Es posible pedirle que aumente la eficacia del trabajo y reduzca la duración, la dificultad del mismo. Pero hay que saber que el poder acrecentado de la técnica tiene un precio: separar el trabajo de la vida, y la cultura profesional de la cultura de lo coti­diano; exige una dominación despótica de sí mismo a cambio de una dominación acrecentada de la naturaleza; estrecha el campo de la experiencia sensible y de la autonomía existencial; separa al productor del producto hasta el punto de que el primero no cono­ce ya la finalidad de lo que hace. Este precio de la tecnificación no llega a ser aceptable más que en la medida en que economiza trabajo y tiempo. Este es su fin declarado. No tiene otro. Está hecha para que los hombres pro­duzcan más y mejor con menos esfuerzo y en menos tiempo. En una hora de su tiempo de trabajo, cada trabajador de nuevo tipo economiza diez horas de trabajo clásico; o treinta horas; o cinco, poco importa. Si la economía de tiempo de trabajo no es su fin, su profesión no tiene sentido. Si tiene como ambición o ideal que el trabajo llene la vida de cada uno y sea la principal fuente de sen­tido de ella, está en completa contradicción con lo que él hace. Si cree en lo que hace, debe creer también que los individuos no se realizan solamente en su profesión. Si le gusta hacer su trabajo, es preciso que esté convencido de que el trabajo no lo es todo, que hay cosas tanto o más importantes que este. Cosas para las cuales él mismo tiene necesidad de más tiempo. Cosas que el «tecni­cismo mecánico» le dará tiempo para hacer, debe darle el tiempo para hacerlas, restituyéndole entonces al céntuplo lo que «el empobrecimiento del pensar y de la experiencia sensible» le ha hecho perder.

Lo repito una y otra vez: un trabajo que tiene como efecto y como fin hacer economizar trabajo no puede, al mismo tiempo, glorificar el trabajo como la fuente esencial de la identidad y el pleno des­arrollo personal. El sentido de la actual revolución técnica no puede ser rehabilitar la ética del trabajo, la identificación con el trabajo. Esta revolución solamente tiene sentido si ensancha el campo de las actividades no profesionales en las cuales cada uno, cada una, comprendidos los trabajadores de nuevo tipo, puedan desarrollar plenamente la parte de humanidad que, en el trabajo tecnificado, no encuentra empleo.

 

Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido.
Crítica de la razón económica,
traducción de
Mari-Carmen Ruiz. de Elvira, Sistema, Madrid, 1995

 

 

Herbert Marcuse (alemán, 1898-1979)

Judío alemán perseguido por los nazis y exiliado en los Estados Unidos. Critica Con virulencia la sociedad de consumo, culpable de alienar a las clases modestas y medias, ya que permite la supervivencia del capitalismo. Apela a la revolución para acabar con el modo de producción de los ricos. Mayo del 68 hace de él una referencia activa.

Incremento del progreso, intensificación de la servidumbre

 

En las zonas técnicamente avanzadas de la civilización, la con­quista de la naturaleza es prácticamente total y un mayor número de necesidades de un mayor número de gentes son satisfechas más que nunca. Ni la mecanización, ni la regulari­zación de la vida, ni el empobrecimiento mental, ni la crecien­te destructividad del progreso actual dan suficiente motivo para dudar del « principio» que ha gobernado el progreso de la civilización occidental. El aumento continuo (le la productividad hace cada vez más realista la promesa de una vida todavía mejor para todos.

Sin embargo, la intensificación del progreso parece estar ligada con la intensificación (le la falta de libertad. A lo largo de todo el mundo de la civilización industrial la dominación del hombre por el hombre está aumentando en dimensión y eficacia. Y esta ame­naza no aparece como una transitoria regresión incidental en el camino del progreso. Los campos de concentración, la extermi­nación en masa, las guerras mundiales y las bombas atómicas no son una «recaída en la barbarie», sino la utilización irreprimida de los logros de la ciencia moderna, la técnica y la dominación. Y la más efectiva subyugación y destrucción del hombre por el hom­bre se desarrolla en la cumbre de la civilización, cuando los logros materiales e intelectuales de la humanidad parecen permitir la creación de un mundo verdaderamente libre.

Eros y civilización (1958), traducción de Juan García Ponce, Ariel, Barcelona,1981







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