Reivindicación del propio criterio.- Doserra
Fecha Wednesday, 19 April 2006
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Al final de su artículo «Psiquiatría y tus zonas erróneas», Spidermann resalta la incitación a renunciar al juicio propio, que se hace en los medios de formación del Opus Dei. En los libros de Meditaciones, por ejemplo, es obsesiva la insistencia en que hay que sustituir la conciencia por la obediencia (no a Dios, sino a los Directores, a los que así pretenden divinizar). Y esta ascética, que presenta el dejarse llevar por la razón, el propio criterio, la conciencia, como algo pecaminoso, responde a una antropología errónea, que sólo sabe del hombre y la mujer caídos y olvida las virtualidades del hombre y de la mujer redimidos.

 

El Concilio Vaticano II ha rechazado esos enfoques maniqueos, sobre todo en su Declaración Dignitatis humanae, sobre la dignidad humana y la libertad religiosa, y en su Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Pues, como decía Benedicto XVI, “Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo Dios” (Jornada Mundial de la Juventud, Discurso a los jóvenes, 18.VIII.2005). El Dios verdadero, no quiere la negación del yo, sino de lo negativo que haya en nosotros:

 

Para el Dios de Israel, el sacrificio huma­no es una abominación: Moloc, el dios de los sacrifi­cios humanos, es la quintaesencia del falso dios, al que se opone la fe yahvista. Servicio divino, para el Dios de Israel, no es la muerte del hombre, sino su vi­da. Ireneo de Lyón acuñó para esta idea la hermosa fórmula: «Gloria Dei homo vivens», el hombre vi­viente es la gloria de Dios” (Joseph Ratzinger, El Dios de los cristianos. Meditaciones. Ed. Sígueme, Salamanca 2005, p. 38).

 

Como también ha explicado en su encíclica Dios es Amor, no se deben contraponer los valores sobrenaturales a los naturales, el amor divino al amor humano, el eros al ágape. Hay que mostrar su armonía originaria, que siempre hay que redescubrir y sanar a causa del pecado y de la fragilidad humana: «El eros quiere remontarnos “en éxtasis” hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación» (n. 5). El Evangelio no se opone a los ideales humanos, sino que acude a su realización: los sana, los eleva, los protege. No excluye lo positivo de nuestras vidas, sino sólo el veneno del egoísmo.

 

¿Cómo va a querer Dios que renunciemos a nuestra conciencia, que es la facultad que nos ha dado para conocer su Voluntad? Pero los ideólogos de la Prelatura todavía no han asimilado la teología del último Concilio y siguen insistiendo en los errores que el Magisterio de la Iglesia exhorta a superar, para poder efectuar una Evangelización realmente Nueva. Y me pregunto qué habrán pensado estas infalibles lumbreras cuando, hace un par de domingos, escuchábamos en la primera lectura de la Misa (Jeremías 31, 31-34) que vendrían días (y dice Hebreos 8, 8 que han llegado con Cristo) en que Dios dispondría nuestros corazones para que todos -y no unos pocos, como en la Antigua Alianza- nos convirtamos en profetas que podamos escuchar su voz. O, ¿qué pensarán esos teólogos eminentes cuando el día de Pentecostés escuchen a Pedro afirmar que en la Iglesia se cumple la profecía de Joel 2, 28-32, porque todos los que reciben el Espíritu Santo son profetas (cf. Hechos 2, 16-21), y que por tanto la Iglesia se distingue de toda secta gnóstica, en que sólo la nomenclatura dirigente puede comunicarse con Dios mientras que el resto tienen que conformarse con las migajas que les transmitan sus directores?

 

Si quieren mantenerse en la Antigua Alianza, como los fariseos, allá ellos. Yo prefiero recordar el brindis con el que Antonio Ruiz Retegui terminaba su estudio Lo teologal y lo institucional, y apostar por la conciencia recta. Pues, como decía J.H. Newman, “la conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” (Carta al duque de Norfolk, 5. Cit. por Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1778).

 

Saludos cordiales,

                                       Doserra







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