Las imprudencias se pueden pagar caras.- Miguel Angel
Fecha Friday, 07 April 2006
Tema 070. Costumbres y Praxis


Hay un tema que no lo he visto tratado en nuestra web, aunque seguramente habrá cartas y testimonios sobre ello. Se trata de las imprudencias que se cometen con ciertas costumbres de la obra. Hay muchos actos típicos allí que suponen graves riesgos para las personas. Cualquiera con dos dedos de frente, pensaría "¿están locos o qué?". Os cuento algunos.

El primero lo sufrí en propias carnes. Típica tarde-futbolera-merendolera-apostólica. Finales de Junio, en un lugar tan tan como el pijaró que cita Satur. Después del partido de fútbol, pues como somos muy machotes, a bañarnos aunque no se vea ya ni pijo. Allí en la piscina me pegué un morrón de campeonato: la nariz contra el fondo. Está claro quienes tienen las de perder, mis napias. Suerte que no me desmayé, pues de allí no hubiera salido. La piscina se tiñó de rojo, y mi apéndice nasal se puso como un boniato, entre gordo y deforme, y me hacía un daño terrible. Hasta aquí, todo es problema mío, por tonto y chulo, ya está. Lo que no tiene nombre vino después. A nadie se le ocurrió pensar "anda, coge el coche y llévate a Miguel Ángel al hospital". No, en vez de eso, uno le echa un vistazo, dice que no es nada, y a aguantarse. Menudo rato pasé, con dolores muy fuertes, mareos... Al día siguiente tenía un examen, me dijeron que eso era lo importante; ni siquiera por la tarde consideraron que tenía que ir al médico. No fue hasta el segundo día, eso sí, después de la normas de rigor, desayunados y hechas las camas, cuando por fin alguien me llevó al hospital. Para que os hagáis una idea: una fisura en el cráneo (un poco por encima de las cejas), rotura del hueso entre los dos ojos (no se si eso es cráneo aún), rotura de los huesos propios de la nariz y rotura de tabique nasal. La bronca del médico, de la obra en policlínica tibitibi de la obra, por no haber ido antes la tuve que aguantar yo; las fracturas ya no tenían remedio. Ya se vería con los años si hay problemas respiratorios que obliguen a operar la nariz. Que, por cierto, habrá que hacerlo, más bien pronto que tarde...



La montaña ofrece paisajes y vistas hermosas. Sin embargo, es traicionera, no avisa, y se ceba siempre en los más débiles, menos preparados y menos equipados. No es lo mismo llevarse a los chavales recién pitados, o no tan recién, de excursión del curso anual a la playa, que a según qué sitios de montaña. Eso es lo que me tocó una vez, a mí y a los otros 50 que íbamos. Travesía de Nuria a Setcases, Pirineo Catalán, a 3.000 metros de altura. Son 8 horas de caminata, que no todos son capaces de aguantar. Pero lo peor no es eso. ¿Equipamiento?. Pues la misma camisa blanca, que por la mañana lucía corbata en la Misa, los mismos pantalones de Tergal, ya sabéis lo de los vaqueros, y cambiando los zapatos lustrosos por unas zapatillas de deporte. Había quien se ponía las botas de fútbol. Y nada más, ni ropa de abrigo, ni chubasqueros, ni nada de lo que cualquiera, en su sano juicio, cogería para una excursión de ese tipo. Lo que tenía que pasar, llegó. Se desencadenó una tormenta en la zona, con lluvia, granizo y viento, aunque nada fuera de lo habitual. Calados hasta los huesos atravesamos collados muy peligrosos y resbaladizos. En estas condiciones, las temperaturas pueden bajar de 0 grados aún en pleno Agosto, por lo que la mayoría pillamos congelaciones. De esas que te dejan los brazos y las manos tan inútiles que no te puedes ni bajarte la bragueta para hacer pis. Aunque las imprudencias en la montaña se suelen pagar muy caras, esta vez no ocurrió nada de milagro. Ahora seguro que alguno del lado oscuro que lea esto dirá "¡veis como hay que dejarse en manos de Dios...!".

La tercera y última, para no cansar al personal, sucedió en el centro de estudios. En Barcelona todo el mundo sabe que es el Montemonte, también citado por Satur. Para los que no lo conozcan, básicamente consta de una planta calle donde está el Oratorio, una primera planta donde están, entre otras cosas, el comedor y el despacho del director, y hacia arriba las plantas de dormitorios. Pero la vida normal transcurre en los dos sótanos del edificio, donde están las salas de estar y estudio. A las dos o tres semanas de empezar allí el centro de estudios, en la tertulia alguien muy avispado preguntó:

   - Anda, si hubiera un incendio en la planta cero, ¿por dónde salimos de aquí los que nos quedamos a estudiar por la noche?.

   - Pues por las ventanas de la sala de estar...

   - No, que hay rejas y no se pueden abrir.

   - Pues por la puerta de emergencia del salón de actos.

   - Imposible, ya sabes que según manda el vademecum, el director la ha cerrado después del examen de la noche.

   - Pues por la puerta de la Administración...

   - Imposible también. Ya sabes, por aquéllo de los 50.000 kilómetros, el dire también la ha cerrado después del examen.

   - Pues vamos al despacho del dire a por las llaves.

   - No, recuerda que no puedes atravesar la planta cero, está en llamas, y la habitación del dire esta en la uno. Además, si consigues llegar a la planta calle, pues sales pitando y fiesta.

   - Jolín, pues se guarda una copia de las llaves en el sótano.

   - Eso ni soñarlo. Va contra los más elementales criterios y normas, y no digo ya de la prudencia... Las llaves en el despacho del director, y no se hable más.

Cuando terminé el centro de estudios, dos años después, las cosas seguían igual. Si hay un incendio en la planta calle del Montemonte, los de los sótanos no tienen escapatoria. Quiero suponer que actualmente, con las severas normas civiles contra incendios, habrá cambiado la cosa, pero entonces era la cruda ¿o tórrida? realidad.

Y ya vale pues. Un abrazo.

Miguel Ángel.







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