Comprobación.– Observaol
Fecha Friday, 24 March 2006
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


Varios de los escritos de los últimos días reflejan situaciones dudosas de amor.

Les envío un párrafo de un texto que he leído recientemente.

Tal vez a alguno le sirva para aclarar sus sentimientos.

Un abrazo.

Observaol

Amar a una persona es, en su substancia más íntima, confirmarla, decirle que sí, no tanto con palabras, cuanto con la vida entera. Amar es apuntalar con todo nuestro ser, entendimiento, voluntad, afectividad, actitudes, habilidades, posesiones, capacidad de entrega y servicio…, el ser de la persona a la que queremos: derramar, volcar cuanto somos, podemos, anhelamos y tenemos en apoyo de quien amamos, con el fin de que éste se despliegue y desarrolle en todo su esplendor...



Cuando nos enamoramos lo primero que surge en nosotros son sentimientos de este estilo: ¡es maravilloso que existas!, ¡yo quiero, con toda mi alma, que tú existas!, ¡qué maravilla, qué acierto, el que hayas sido creado o creada!

Así enfocada la cosa, amar vendría a consistir, en ultima instancia, se sepa o no, en «aplaudir a Dios». Decirle: «con éste, o con ésta, sí que te has lucido».

El amor intachable, no sólo confirma o corrobora en el ser a quien ama, sino que lo hace con tal franqueza y radicalidad, que aquel que nos enamora nos resulta imprescindible… para todo: desde lo más menudo y en apariencia intrascendente hasta el conjunto del universo (y también en este sentido se configura como nuestro todo).

Comprobación positiva del amor.

Cuando uno se enamora no sólo considera que el ser querido es maravilloso, excepcional, sino que el conjunto todo de cuanto nos rodea y existe resplandece con una luz nueva, con un esplendor, con unos armónicos… que nos resultan absolutamente desconocidos fuera de la condición de enamorado.

El ser querido es como el toque genial del propio cosmos: el que lo completa, me lo acerca, y hace que todo él reverbere con un vigor y una intensidad, con unos resplandores y centelleos… que unos momentos antes de enamorarnos resultaban imposibles de atisbar. Cuando el amor hace presa en nosotros, todo se transfigura, incrementa su categoría, manifiesta su radiante brillantez.

Un gesto, una mirada, un movimiento de la persona amada nos habla hasta lo más íntimo, nos habla de ella, de su pasado, de cuando era un niño o una niña; comprendemos sus sentimientos, comprendemos los nuestros. En los otros y en nosotros mismos intuimos de pronto lo sincero y lo que no lo es.

Experimentamos ternura por las debilidades del amado, sus ingenuidades, sus defectos, sus imperfecciones. Entonces logramos amar hasta una herida de él transfigurada por la dulzura.

Comprobación negativa del amor.

Si bien el amor tiene como cometido principal pronunciar un sí decisivo respecto a la persona del amado: confirmarla en su ser, refrendar la acción divina creadora, re-crearla, también existen manifestaciones punzantes, dolorosas y, en ocasiones, destructivas.

Y la más clara es la desaparición, la muerte del amado. Cuando fallece un ser verdaderamente querido no sólo es que sintamos como un vacío auténtico la pérdida de ese sujeto, sino que el universo todo, que el amor había hecho resplandecer, se torna de repente, y al menos por algunos momentos, un auténtico sin-sentido, tedioso, anodino y falto de color, de hondura y de relieve. Nada de lo que nos rodea, nada de lo que hacemos y con lo que otras veces hemos gozado, tiene ahora razón de ser…

La falta del ser querido provoca la carencia de significado de uno mismo y sus actividades y de todo y todos los que le circundan.







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