Opus Dei: poderes y castigos. Recorte de prensa.- Webmaster
Fecha Wednesday, 08 March 2006
Tema 010. Testimonios


Diario Perfil, suplemento de investigación «El Observador»
Domingo 5 de marzo de 2005
Buenos Aires, Argentina

 

SECRETOS DE LA IGLESIA

Opus Dei: poderes y castigos

 

El próximo estreno de "El Código Da Vinci' vuelve a  poner el dedo en la llaga del grupo más influyente de la Iglesia Católica. La película mostrará no sólo cómo ejerce el poder sino también sus misteriosas prácticas, como la autoflagelación y el lavado de cerebros. En la Argentina, un grupo de arrepentidos relata esas experiencias dolorosas. Y el Opus responde a medias.

 Por Rodolfo González Arzac

En El Código Da Vinci, Silas tiene la piel blanca co­mo un ángel pe­ro es un perfecto asesino. El malo de la novela de Dan Brown es, además, miembro numerario del Opus Dei. Y va derramando sangre por Europa, en nombre de Dios, obedeciendo el desig­nio de un obispo de la Obra. El éxito del libro cayó como un puñal entre los seguidores de Josemaría Escrivá de Balaguer, que siempre prefirieron el bajo perfil e hicieron de sus secretos uno de sus mandamientos. Pero, en poco tiempo, las cosas pue­den ponerse peor. La película basada en el libro ya está lista para estrenarse en el Festival de Cannes, en mayo, y ese mismo mes podría verse en todas las sa­las del mundo. La superproduc­ción de Sony-Columbia puede multiplicar la "mala fama" del grupo. En el Opus Dei lo saben. Y lo temen...



Para el Opus el único problema no es el instinto criminal de Silas. La otra gran cuestión es aquello que se afirma en la novela y que está más cerca de la realidad que de la ficción. La primera página del libro, bajo el título "Los Hechos", se encarga de aclararlo: "La prelatura vaticana conocida como Opus Dei es una organización católica de  profunda devoción que en los últimos tiempos ha sido objeto de gran controversia a causa de informes en los que se habla de lavado de cerebro* uso de métodos coercitivos, y de una peligrosa práctica conocida como  mortificación corporal".

En la Argentina hay, según cifras oficiales, cinco mil miembros del Opus Dei. Quinientos son numerarios, como Silas. Ellos son los verdaderos cuadros de la organización. Su disponibi­lidad para la Obra es total. Viven en centros del Opus, se comprometen a vivir la obediencia, la pobreza y la castidad, y son "la clase gobernante". PERFIL se entrevistó con cerca de una decena de personas que fueron numerarios por un lapso que va de los 7 a los 20 años. Ellos contaron cómo fue su vida en el Opus Dei, con la única con­dición de que no aparezcan sus nombres: por miedo, y también, para preservar su vida privada.

El plan. Los miembros del Opus tienen un Plan de Vida. Se trata de un conjunto de normas espi­rituales que deben cumplir todos los días. En el caso de los nume­rarios, la exigencia es enorme: su entrega tiene que ser total.

El plan no deja un minuto li­brado al azar. De lunes a viernes, se despiertan a las 6.15, los sá­bados a las 6.45, los domingos a las 8. Todos los días el numerio se levanta con el llamado minuto heroico: no deben pasar más de 10 segundos entre que el encargado de despertar al resto toca la puerta, y el que duerme se levanta de un salto -literal-, y besa el suelo y le anuncia a Dios: "Te Serviré". El cronograma dice que enseguida llega el momen­to de ducharse con agua fría. Y acto seguido, 30 minutos de ora­ción y después misa. Recién 8.15 es la hora indicada para desayu­nar. Luego, los numerarios van a sus trabajos en el mundo real, o bien, cumplen tareas dentro del Opus Dei

Durante el resto del día tienen que cumplir con: 15 minutos de lectura (13 del libro que se les entregó para leer, y dos minutos de la Biblia), por lo menos el re­zo de un rosario, otra media hora de oración, Preces (una oración del Opus), tres ave marías por la pureza (con los brazos cru­zados sobre el pecho), y rociar de agua bendita la cama antes de dormirse (los domingos, los hombres se acuestan en el piso; las mujeres, por el contrario, duermen todos los días sobre una tabla de madera).

"El tiempo es la gloria de Dios", les repiten a los nume­rarios. Y entonces en las vaca­ciones no hay ni Mar del Plata ni Villa Gesell. Hay una estadía de un mes en un campo de al­gún supernumerario (los que se casan y financian al Opus) para estudiar teología. La justa manera de que no exista tiempo perdido.

Además, los miembros del Opus están obligados a ofrecer­le a Dios su dolor. Dos horas por día tienen que usar el cilicio, una faja de alambre de tres dedos de ancho, con puntas, que se ajusta en el muslo. "Quedas como si te hubieran picado mil mosqui­tos", explica un ex miembro de la Obra. "Al principio caminas medio rengo, pero con el tiempo te acostumbras", se sincera.

Los domingos el castigo dura menos pero es mucho más in­tenso. Los numerarios usan las disciplinas, un pequeño látigo de cuero o soga trenzada, con varios ramales que acaban con una pequeña pelota en la pun­ta. Mientras rezan, se azotan en la espalda o en las nalgas. A más fuerza, mayor sacrificio, más entrega a Dios. "A ese do­lor no te acostumbras nunca", aclara un ex.

Gran Hermano. Manuel estuvo en el Opus Dei nueve años, entre los 20 y los 29. Llegó a estar a cargo de un centro de Su­pernumerarios donde llevaba adelante la dirección espiritual de gente mucho mayor que él. Un día, "harto de la manipula­ción", se fue: volvió a lo de sus padres con lo único que tenía: 14 camisas, un par de zapatos, medias, calzoncillos y algunos trajes. Durante todo ese tiem­po su sueldo de abogado se lo entregó, tal cual le exigieron, al centro donde vivía. Firmó, como casi todos sus pares, su testa­mento con un solo beneficiario: la orden fundada por Josemaría Escrivá de Balaguer. Y también entregó lo que en un momen­to recibió como parte de una herencia familiar. Una vez por mes, eso sí, el director del lugar le daba para los viáticos.

Durante nueve años, Manuel sólo pudo leer el diario recortado por la autoridades de la residen­cia, ver los pocos programas de televisión autorizados excepcionalmente, y leer sólo los libros que no están en la larga lista de la censura que, amparada en la custodia del buen espíritu, no perdona ni a Stephen King. Por supuesto, no fue al cine ni a la cancha ni al teatro. Eso está prohibido para un numerario. Manuel aguantó todo eso por­que lo convencieron de que Dios lo había elegido para estar a Su servicio, para difundir Su men­saje de bien.

"Todo eso que me hicieron para convencerme, más que una cosa de Dios, es algo que está bien armado y estipulado. Te explotan el tema de la culpa y, cuando ven que estás grogui, te dicen que tenés vocación. De hecho, en algún momento lo empezás a hacer vos porque tu gran mérito es llevar gente. Uno termina estudiando psicología. No hay nada librado al azar. Tu negocio es manejar gente. Hablas con alguien y en dos minutos sabes quién es quién, para qué lado corre, por dónde le aprieta el zapato. El método es para que puedas, rápidamente, saber quién puede servir y quién no. Y para saber cómo conven­cerlo, si es que tiene chances", dice Manuel.

"En el Opus, tu único amigo es Dios", jura. A los numerarios se " les recomienda que tengan una relación de hermanos con sus pares, pero se les prohíbe cualquier conversación intima para cuidar "el equilibrio de la Obra". De hecho, entre ellos mismos se controlan. Si uno ve que otro está haciendo algo mal, debe avisarle al director para que éste le haga una corrección fraterna. Las faltas denunciadas, por lo general, no son graves. Cual­quier apartamiento mínimo del Plan de Vida, por ejemplo, me­rece un castigo.

Pero a Manuel lo que lo termi­nó de asfixiar fue otra cosa. Algo que confirmó cuando le dieron más responsabilidades y ocupó un cargo en la dirección de un centro. "Una vez por semana, hablas con tu director espiritual y charlas, y después te confesas con el cura. Eso que vos con­versaste después se junta en el Consejo local. El director, el _ subdirector, el secretario y el sa­cerdote hablan de lo que vos di­jiste, y hacen un informe que se archiva sin tu nombre pero con un número que te identifica", cuenta. A partir de ese descubri­miento, nada fue igual. Mandó cartas al prelado en Roma (que más tarde encontró en un escritorio en Buenos Aires). Levantó la voz. Se opuso. Y, después de un tiempo, se fue con su peque­ña valija a la casa de su familia. A empezar de nuevo.

Los secretos. Según el derecho canónico nadie se incorpora ju­rídicamente al Opus Dei si no tiene, al menos, 18 años. Sin embargo, todos los ex numera­rios consultados confirmaron que uno puede formar parte de la Obra a partir de los 14 años y medio. De hecho, muchos de ellos empezaron a esa edad. Ese fue el caso de Mariana. Una ami­ga en su colegio la invitó al Club Arrayanes -que por entonces estaba en Martínez, y ahora de­sarrolla actividades con chicos en pleno Barrio Norte-. "Te invi­tan a jugar a algo, o algún curso de manualidades, y después te encajan la meditación'', cuenta.

Y así empezó todo. "Me dijeron que tenía un llamado divino, y que tenía vocación y empecé a cumplir con las normas. Había algo de aparente alegría que me gustaba y también era una co­sa de mucho idealismo: pensar que me iba a santificar, que iba a cambiar cosas, que todos se iban a convertir al catolicismo y al Opus Dei", recuerda.

Tal cual le aconsejaron sus directores espirituales, ella no contó nada en su casa. Para sus padres, ella iba a misa, se reunía con un grupo de la Igle­sia, y punto. "Me dijeron que mi vocación era una llama recién encendida y que cualquier brisa la podía apagar", detalla. Por ese tiempo, Mariana tenía 15 años y vivía con sus padres (recién la dejaron irse a vivir a un centro de la Obra a los 21) pero -como les gusta decir en el Opus- ya tenía una nueva familia. Usaba para el colegio una pollera azul, camisa blanca, medias rojas y zapatos abotinados. Debajo del uniforme, todos los días, un buen rato, se mortificaba con el cilicio mientras cumplía con sus oraciones. Dejó de ir a fiestas, y, más tarde, tampoco estuvo en el viaje de egresados. "En el Opus, nadie, nunca, hace lo que mínimamente quiere. Yo quería es­tudiar Letras, Filosofía o Psico­logía, y terminé estudiando Psicopedagogía. La verdad es que nunca me gustó, y nunca laburé de eso porque no me interesaba y porque me ponían restriccio­nes, como que no podía atender a varones", advierte.

La estadía de Mariana en el Opus duró 14 años. Y terminó igual que la de Juana, que entró a los 19 y se fue a los 30. Jua­na también terminó deprimida, asistida por un psiquiatra de la Obra, y medicada. Ninguna de las dos, durante sus años de nu­merarias, visitó a un ginecólogo para los controles preventivos que todos los médicos reco­miendan. Según confiesan, re­nunciar al Opus es un largo pro­ceso. "Cuando estás dentro del sistema es como una habitación donde hay humo, y cada vez hay más humo. Sin embargo, recién cuando entra alguien de afuera, y te lo dice, te das cuenta de que hay tanto humo que no se puede respirar", describe Juana.

Vida útil. "El mío es el típico caso de gente que la Obra des­carta o de la cual se deshace, porque ya no sirven, no tienen una utilidad dentro de la orga­nización", asegura Jorge, que estuvo por más de veinte años en el Opus Dei, hasta hace un par de años. "En un momento me mandaron a ver a un psi­quiatra, que me sometió a un tratamiento de "empastillamiento", que no fue acompañado de psicoterapia. Al poco tiempo me quedé sin trabajo y seguía deprimido. Para la Obra era una pérdida total: no estaba en condiciones de hacer proselitismo ni de traer dinero, las dos funciones útiles de todo numerario", relata.

Los directores de la residencia de Jorge resolvieron, después de un tiempo, mandarlo de nuevo a la casa de su familia. Y una vez, "devuelto al remitente", le sugi­rieron que iniciara el trámite que los miembros del Opus deben seguir para dejar de pertene­cer al grupo (se le manda una carta al prelado explicando las razones, y éste, después de unos meses, la responde aceptando la renuncia).

"Si se hubiera tratado de un caso aislado, podría tener du­das. Pero conocida la cantidad de casos similares -gracias a la existencia de Internet y la imprescindible iniciativa de la página www.opuslibros.org (ver recuadro)-, la impresión que me queda es que son signos de una deshonestidad corporativa", concluye Jorge.

El día después. A Ricardo, ce­rrar su historia con, el Opus le llevó mucho tiempo. Estuvo 16 años, y dejó todo en 1988. Pero recién ahora siente que, por fin, se fue. "Me empecé a ir hace dos años. El lavado de cerebro tuvo una gran duración. Me ge­neraron una mentalidad a los 14, cuando era maleable. Me marcaron de una forma que lo que lograron es anular mi persona, en lugar de suprimir mis defectos", explica. Aún hoy le cuesta eliminar de su vida esa certeza que le enseñaron a llevar al extremo, que asegura que "el amor es sacrificio". Ricardo está casado y hace poco sorprendió a su hija y al mismo tiempo volvió a comprobar que salir de la Obra no es tarea sencilla. "Estábamos en el quiosco y le pedí que me compre un chocolate blanco. Mi hija no lo podía creer: '¡Papá! ¡Te vas a comprar algo para vos...!', me dijo."

El caso de Ezequiel fue distin­to, aunque no tanto. Estuvo siete años y llegó a formar parte de la mesa regional de gobierno del Opus en Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. De un día pa­ra otro dejó la Obra y se quedó sin trabajo, sin lugar para vivir, sin dinero. "En pelotas", resume. El cree que, en poco tiempo, se volvió más permisivo, más bue­no, y dejó de lado la convicción de ser "el dueño dé la pelota". De esos días, también retiene una imagen. Estaba haciendo la residencia como médico en un hospital de Capital. Con sus compañeros, venía de varias jornadas de mucho trabajo y ese día había sido especialmente agotador. "En el peor momento cayó una guardia que había que cumplir", recuerda. Para el resto fue la gota que colmó el vaso. Pe­ro Ezequiel, mientras escuchaba las quejas, igual de cansado que ellos, no podía entenderlos.

"Esto es Dis-ney-lan-dia", pen­saba, marcando bien las sílabas del nombre del centro de diver­siones.

Ahora Ezequiel se prepara pa­ra cuando les cuente a sus hijos su paso por el Opus Dei. "Cómo no se lo voy a contar...", dice. Y, enseguida, completa la explica­ción: "Es como no contarles si tuviste un problema serio con la drogas. No quiero que pasen por lo mismo que yo".  

A medias, la Obra responde

El Opus Dei tiene en la Argentina una Ofici­na de Comunicación. PERFIL pidió una en­trevista para esta nota, pero fue imposible. "Estamos trabajando en la difusión de un cortometraje con el mensaje de Josemaría Escrivá", contestaron. Después de insistir, aceptaron responder un cuestionario envia­do por correo. Y lo hi­cieron rápido: en sólo 24 horas. Pero de las 16 preguntas sólo respon­dieron cuatro. El mensaje del Opus llegó con un encabeza­do que, según se ase­gura, puede responder a casi todo lo que se le preguntó: "La naturali­dad de la vida cristiana con un profundo senti­do de la libertad". "San Josemaría a lo largo de su vida defendió el don de la libertad para to­das las personas", su­brayaron. 

Cuando se pidió pre­cisar qué normas si­guen aquellos chicos menores de 18 años que forman parte de la Obra, la respuesta fue: "De acuerdo con el de­recho canónico, nadie se incorpora jurídica­mente al Opus Dei sino es mayor de edad". Y negaron que los di­rectores espirituales les recomienden a los recién ingresados que no cuenten nada en sus casas. "Cada persona con libertad pide consejo a quien quie­re, y se lo cuenta a los demás, de acuerdo con su sensibilidad perso­nal", sostuvieron. A la hora de explicar el sentido de la mor­tificación corporal, citaron un fragmento del Concilio Vatica­no II: "(...) El mismo apóstol nos exhorta a llevar siempre la mor­tificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nues­tra carne mortal (...)". El otro interrogante al que accedieron res­ponder fue el que pe­día los datos oficiales de los miembros del Opus que figuran en la nota principal. Quedó sin explicación más de una decena de preguntas. Casual­mente las que intenta­ron avanzar sobre las prácticas ocultas que el Opus impone a sus miembros. La falta de esas respuestas alimen­ta las suspicacias.  

Arrepentidos con web

¡Gracias a Dios nos fuimos! Así, con se­mejante encabeza­do, abre la página de Internet www.opuslibros.org (ver imagen). Se trata de una pá­gina web fundada por ex miembros del Opus Dei en España, pero que en la actualidad es alimentada por los relatos y docu­mentos que llegan de todo el mundo, especialmente por aquellos que ha­blan castellano. Allí hay extensos escritos de perso­nas que cuentan su experiencia, y, casi siempre, su gran desilusión. Los ex hablan de la manipulación, de los problemas de salud de muchos de ellos y también de los que todavía están adentro (especialmente de cuadros de depre­sión), y de cómo fue el proceso (en generar largo) que los llevó a salir de la Obra.

 También se pueden encontrar en la pá­gina muchos do­cumentos internos del Opus.

 Hay facsímiles de los testamentos, las meditaciones, los vademécum, y hasta la guía de los libros que no pueden leer los miem­bros de la Obra. Además, hay mu­chísimos libros que se pueden leer y, según se anuncia, fueron silenciados. En otro apartado, llamado "Recursos para seguir adelan­te", también hay tex­tos que les sirvieron a los que dejaron el Opus para volver al mundo real. Lo que se dice una verdadera guía de autoayuda después de tanto castigo.

Nota de la web.- Los testimonios de este artículo de prensa han sido aportados, en conversación con el periodista, por los amigos y 'orejas' argentinos de esta web.







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