Cuestión fundamental. La vocación (y III).- Jazz01
Fecha Friday, 24 February 2006
Tema 090. Espiritualidad y ascética


LA CUESTIÓN FUNDAMENTAL. LA VOCACIÓN (y III)

 

 

El problema de la “elección” de la vocación puede ciertamente entenderse como un aspecto de la vocación misma, pero en la práctica lo implica todo, puesto que, por ejemplo, afecta también a quien tiene ahora treinta años y está ya casado, o a quien tiene 42 años y lleva 15 como sacerdote o monja, o a quien tiene 62, está viudo/a y se le presenta un nuevo amor a la vista, o a quien nunca se ha enamorado, o a quien emprendió un determinado camino y con el paso de los años ve que su ilusión en ese camino decae, o se siente engañado o maltratado.

 

Para la elección de la vocación, por tanto, el criterio no puede ser más que éste: en qué forma puedo yo – hemos tratado anteriormente en otro escrito de la importancia del “Yo”-, con todo lo que soy espiritual e intelectualmente, con mi temperamento, mi educación y mi cuerpo, servir mejor al reino de Dios.

 

Aquí, en esta afirmación se expresa el sentido del propio “yo“ al que me he referido en mi escrito anterior.

 

En este punto no resultará inútil una pregunta: al hablar de lo que uno debería hacer, del criterio para elegir la compañía para la vida, el criterio para elegir la carrera, el trabajo o la profesión, el quedarse aquí o el marcharse, el entrar, permanecer o salir de una “Institución”, hacer esto o lo otro, ¿acaso hemos escuchado una sola vez a alguien decir que el criterio último para dicha elección era tener presente la relación entre la propia persona y el reino de Dios, es decir, el bien del mundo, el bien cristiano en el mundo, el bien de la Iglesia, el bien de la comunidad cristiana?.

 

Cuando os hago y me hago esta pregunta entiendo que no vale como respuesta lo que escuchamos un día de: Ideales nobles, el ser de corazón grande, de renunciar a algo (hombre, o mujer, o carrera profesional...), el dar la vuelta al mundo como “un calcetín” para Cristo y demás...). Y no valen, porque todas estas expresiones atañen siempre a la generosidad personal. Por tanto estas respuestas colocan al hombre en una posición yo diría que errónea y también pretenciosa y disparatada, a saber, el pensar que podemos hacer algo por Dios a base de renuncias y bajo el paraguas de grandes promesas maravillosas de amor al mundo y a las almas frutos de nuestro esfuerzo...



 Por eso digo que estos “esfuerzos“ fuerzan las situaciones, desde el origen, lo cual lleva como sabemos a resultados inapropiados.

 

Se ha hablado mucho en esta Web de estos “esfuerzos“ que fuerzan. Sabemos “cómo fuerzan” desde “dentro“ – desde lo “institucional” -para otorgar vocaciones, para “conseguir vocaciones”: 500 de este tipo, 200 de tantos, cuarto y mitad de tales; después -tal vez cada 19 de Marzo-, se pesan los Resultados y vuelta a la carga.

 

 Sabemos del sinfín de “videntes“ que nos dibujaron con todo lujo de detalles nuestro porvenir.... Podemos leer innumerables testimonios –yo diría que todos llevamos este denominador común-. Este si que es nuestro “común denominador“. En el fondo un reduccionismo, pero ¡caramba, con qué resultados!.

 

 Por eso no es de extrañar que una propuesta como ésta suponga una dificultad, y que con frecuencia se considere como algo abstracto, y que además comporte un tiempo, unos lugares, unas personas y todo ello debido al análisis y a la experiencia de lo que uno va entendiendo y va verificando.

 

Nunca se nos habló de esta dificultad, de discernimiento, antes bien se nos habló de las dificultades “en la perseverancia“, lo cual daba por supuesto todo lo anterior, es más soslayaba todo lo anterior. De ahí que hasta las “recetas” y la “farmacopea” que se aplicaba, para tales casos de “dificultades en el camino” no mostrara “buenos resultados” para los de dentro, y sí dejara grandes dudas para nosotros, que nos sorprendía su falta de eficacia, y... su inutilidad, lo cual conllevaba en sí mismo la sospecha sobre tales remedios y por tanto las sospecha sobre el camino emprendido. Esto que parece sencillo de explicar unos tardan más en darse cuenta y otros menos, pero al final todos se dan cuenta y ... ahí estamos cada uno de nosotros.

          

Cada uno de nosotros sabe por experiencia, por lo menos de forma embrionaria, que la vida cristiana es profundamente orgánica, implica una lógica extrema, tanto que descuartizarla para vivirla a trozos se convierte en una empresa imposible.

 

Y es que la vida dentro de la Institución, sus medios “de formación“, las relaciones que se entablan en su interior... descuartizan al hombre, nos descuartizó. Seccionó la conciencia por un lado, y lo social por otro (ver en esta Web testimonios como el de Mª del Carmen Tapia, en su libro “Tras el Umbral“ )

 

                                               *   *   *

Abordar este asunto de la Vocación significa también reflexionar sobre la felicidad, es decir, sobre la fuerza y la calidad del gusto por las cosas o sobre la intensidad de la vida en este mundo, porque si todas las cosas están orientadas a Dios (Dios es Todo, como en mi anterior escrito desarrollé brevemente ) y están en función del misterio del reino de Dios, ellas viven y se realizan en la medida en la que cumplen plenamente su papel. Por ello, este es el problema de la realización de nosotros mismos (el sentido del “yo“)

 

Vocación como elección del estado de vida

 

La concreción de la respuesta al interrogante planteado puede producirse en distintos niveles. El primero es el de la elección del estado. En este caso la posición que el hombre puede estar llamado a asumir es doble:

 

a)     la posición normal, natural, de ponerse delante de Dios a través de la mediación de otra persona: la mujer o el hombre (estas elecciones no pueden estar a nuestra merced. Son elecciones que deben coincidir con la adhesión a la voluntad de Dios que uno reconoce en la otra persona, porque el puesto asignado a cada uno de nosotros no se elige de forma autónoma; la elección es siempre una “adhesión”, aunque es la persona quien la lleva a cabo). Esta sería a mi juicio la posición normal. En el fondo sigue la gran ley que une al hombre con Dios a través de la realidad mundana. En el ámbito cristiano la realidad de este estado es fundamental, porque a él se confía la posibilidad misma de que el reino de Dios se extienda en el mundo

b)      existe un segundo estado: el de la virginidad, que constituye también una función fundamental, y que se nos presentará todavía más claramente si recuperamos el motivo último y exhaustivo por el que la persona se ofrece a Dios; este motivo es la imitación de Cristo.

 

La imitación de Cristo es la ley de todos los cristianos, sin embargo, en la elección de un estado de este tipo esta imitación alcanza su vértice, porque es la imitación del estado de Cristo en su plenitud.

 

El estado de Cristo en su plenitud era una relación con el Padre que, desde cierto punto de vista, como persona, no estaba mediada por nada.

 

Podremos comprender todavía mejor si observamos en qué consiste verdaderamente la virginidad de Cristo (al igual que el estado matrimonial). Es una forma de relacionarse con el Ser; es una forma de poseer el Ser, de poseer la realidad.

 

He hablado de poseer el Ser, por tanto de poseer lo real, que es donde habita el Ser. Ante esta afirmación y de manera contraria, cuántas mentiras, cuántas falsas excusas, cuántos dilemas estúpidos de conciencia tuvimos que soportar. Cuántas cautelas, a modo de ejemplo:

 

 “somos cristianos como los demás”, pero no vamos donde van los demás; sois libres – “libérrimos”-, pero lo debes consultar todo hasta cuando deseas escribir a un amigo; la Institución es una “ partecica de la Iglesia”, pero no participamos con la Iglesia;  queremos “servir al Papa“, pero se critica a tal o cual Papa o tal o cual actitud de tal Papa; “quered a vuestros padres“, pero esconded vuestras deliberaciones interiores y decisiones sobre la pertenencia a la Institución; “sois fieles corrientes“, pero no participad de las Misas públicas, ni confesar con sacerdotes cualesquiera; “tenemos el mayor respeto por la conciencia”, pero los secretos de tu conciencia los conocerá todo el Consejo Local, “hablad confiadamente con los directores“, y todo lo que cuentas se pondrá en tela de juicio; cualquier “infidelidad tiene un principio de impureza“ y dale que te pego con el asunto de la Pureza “que tiene un “sexto o séptimo lugar“;...

 

La forma con la que Cristo poseía toda la realidad preanunciaba el modo en que el hombre poseería todas las cosas en la escatología.

 

La relación hombre-mujer por tanto no es solo un problema importante o interesante, sino que es un problema radical para comprender todo el juego de la posición del hombre ante Dios y ante las cosas.

 

Jesucristo, con su virginidad, no era un mutilado. El concepto de renuncia, aunque implique la reverberación psicológica que la existencia genera en ese caso, desde el punto de vista del valor, desde el punto de vista ontológico no supone una renuncia a algo, sino el adentrarse en una posesión más profunda y final de la experiencia afectiva y de todas las cosas. La virginidad de Cristo era una forma más profunda de poseer a la mujer, una forma más profunda de poseer las cosas. Esto alcanzó su cumplimiento, por así decir, en el hecho de la resurrección, mediante la cual Cristo poseyó todas las cosas como nosotros las poseeremos al final del mundo.

 

En este sentido, la virginidad, en el ámbito de la comunidad cristiana, es la situación paradigmática, ejemplificadora, ideal, a la que deben remitirse todos. Si un hombre y una mujer casados no tienen como ideal la virginidad (poseer todo con una distancia: es decir querer al otro –hombre o mujer-, pero dejándole libre para que llegue a ser lo que deba ser y no lo que el otro quiera que sea –el respeto verdadero-) no se aman. Pero para un hombre y una mujer casados vivir la virginidad no significa renunciar a acostarse juntos, sino vivir una dimensión profunda de la relación, que identifica la relación física con la función a la que Dios les llama.

 

Imaginaos a un hombre que quiera de verdad a su mujer. Imaginad que su mujer estuviera enferma durante algunos meses: yo creo que el sacrificio físico de la relación, desde el punto de vista de la experiencia práctica, proporciona al hombre consciente una profundización de la relación y de la unidad con su mujer que le hace sentirse libre frente a sí mismo y, al mismo tiempo, hace surgir en él una comprensión profunda de su mujer, una veneración del misterio de su mujer por lo cual aflora con un significado verdadero la palabra “adoración”. Por tanto, la virginidad representa en la vida de la Iglesia la función suprema, y esto es tan verdadero que la historia de la Iglesia ha identificado el testimonio supremo de Cristo de dos maneras: la virginidad y el martirio.

 

Es necesario prestar atención porque este es el punto más importante. Y justamente de la claridad con la que nos situamos ante el problema de nuestro estado de vida deriva toda la agilidad y la libertad que hacen falta para plantear la vida como cristianos.

 

Lo que hemos vivido en los años anteriores de nuestra historia, antes de pertenecer, durante nuestra pertenencia a dicha Institución y después, tras nuestra salida, por los motivos que fueren y lo que hacemos ahora, es todavía un juego; un juego justo, porque a través del juego el hombre se educa, pero la consistencia y la densidad de la vida cristiana se producirá en nuestro nivel adulto, es decir, en el nivel definitivo: forma parte esencial de este nivel definitivo la posición que asumiremos ante nuestro destino, ante Dios. Nada vale tanto la pena tratar de obtener con la oración y con cierto reclamo mutuo como asumir una posición exacta ante este problema.

 

         Ese nivel definitivo, lo alcanzaremos cuando esa Presencia Buena , el “Unum“ disponga, lo alcanzaremos de la manera más adecuada a nuestra persona y más beneficiosa para nosotros.

 

Por tanto, ¿cuál de los dos caminos? ¿El primero o el segundo? La elección entre un camino u otro no puede ser una “creación” nuestra, sino un “reconocimiento”.

 

Nota: cuando hablo de “Reconocimiento“, hablo de la Fe, de una Fe real, como la de los primeros doce, ¿no es acaso la Fe el reconocimiento de una Presencia?, que además se produce por algo imprevisto que ha entrado en nuestras vidas y que reconocemos como verdadero, como correspondiente con nuestro temperamento y con nuestra manera de ser hombres, en el sentido de la entrada de Otro que nos abraza y nos quiere como somos. Que nos abre a toda la realidad y a todos los factores de la misma. Acaso esto no es hablar de verdadero enamoramiento.

 

Debemos reconocer algo para lo que hemos sido destinados. No debe ser una decisión nuestra en cuanto a que nuestra voluntad elabore una cierta posición, sino en cuanto a que nuestra libertad se adhiera a la indicación que nos marca el camino. (el de una Presencia buena que nos guía).

 

Para ver qué camino tomar hace falta una obediencia; una obediencia que no necesariamente debe pretender recibir una indicación en sueños, como san José, sino una obediencia que se realiza a través de una atención al conjunto de los indicios que Dios jamás deja que falten.

 

Estos indicios pueden resumirse en tres puntos:

 

1)     el conjunto de las inclinaciones naturales.

2)     el conjunto de los indicios dictados por situaciones inevitables. Por ejemplo, uno que se enamora de una mujer casada: que ella esté casada es una condición inevitable.

Otra condición inevitable es, por ejemplo, la historia de una relación afectiva. Si uno ha empezado a tener una relación a los catorce años y, al llegar a los veinte se da cuenta de que su afecto disminuye, se plantea el dilema entre la menguada fascinación por la otra persona y la atracción nebulosa y misteriosa de... lo que sea, y entonces decide dedicarse a Dios. Esta decisión no puede ser valorada por él como si no tuviese a las espaldas seis años de relación afectiva. No es que un cambio similar no pueda producirse, pero es un dato ineliminable que debe entrar en el conjunto de los factores a considerar para llegar a un juicio.

3)     la necesidad social, la necesidad del mundo, de la comunidad cristiana. Desde este punto de vista puede darse una época o una situación en la que la urgencia de una entrega total a Dios sea más fuerte que en otro tiempo; como también puede darse un tiempo en el que la relación y la confrontación con la realidad mundana se produzcan en una vida de comunidad cristiana, dentro de la cual se considere más prudente estar... apoyado que estar... solo.

El juicio debe brotar del conjunto de estos factores considerados en su totalidad.

 

Los que no hayan abordado todavía este problema deben sentir el deber de recuperar inmediatamente estos criterios; y los que tengan a sus espaldas factores insuprimibles, también ellos, aunque de otro modo, deben recuperar los mismos criterios. Este criterio es válido por tanto en cualquier caso.

 

 Por último, viene bien recordar que la vocación no es una fórmula matemática, ni un proyecto que elaboro en mi cabeza. La vocación coincide siempre con una posibilidad, y debe ser una posibilidad concreta para mí, tal y como soy. Al igual que en el día a día responder a la vocación que se renueva momento por momento coincide siempre con la “lectura” de una posibilidad que se nos ofrece.

 

                                                        *   *   *

 

         Estimo que con lo anterior –mis últimos escritos- os he dejado algunas ideas que mi experiencia me dicta que son verdaderas. Sólo deseo, ayudarme y ayudar a discernir algo sobre este punto crucial; es por este punto por el que un día tomamos una decisión.

 

         Esa decisión fue tomada, es una cuestión de las ineliminables. Qué hubo tras esa decisión es importante, pero qué hay y habrá tras esta cuestión es más apasionante.

 

         Todos y todas, al menos los que escribís, mostráis una enorme inteligencia, una enorme capacidad de análisis, una gran capacidad de querer, de pasión, un anhelo tremendo por entender, por comprender.

 

         Por todo lo anterior amigos, lo que trato de comunicar son varias cosas, respecto a lo que al menos yo viví dentro, y lo que deduzco de lo que vivísteis vosotros:

 

-          No creo que exista una vocación al Opus Dei, tal y como desde la propia Institución se nos presentó y que llega hasta hoy. Al menos como ideal de vida que nos fue explicitado, no al principio, sino con el tiempo.

 

-          En cuanto al ideal que al menos a mí se me presentó en los albores de mi contacto con la Obra, os puedo decir que tampoco hoy me quedo casi con nada, es decir, no me quedo con lo de Buscar a Dios a través de mi trabajo; ni con lo de ser Generoso con Dios para entregarme en la Obra; ni con lo luchar por llevar a Cristo a la cúspide de todas las actividades humanas; ni con lo introducirnos en el torrente circulatorio de la sociedad; ni con lo de dar la vuelta al mundo como un calcetín; ni con lo de ser santos canonizables, o de altar; ni con lo de borrar la señal viscosa y sucia que sembraron los sembradores impuros del odio.... No!. No me puedo quedar con nada de esto. Y no me quedo porque todo lo que he descrito tiene que ver con el esfuerzo personal, con la capacidad personal de lucha, es decir tiene que ver con un punto de arranque que no es ni verdad, ni lógico, y no porque os lo diga, sino porque al menos mi experiencia y la de muchos así lo muestra. Pero además, y por otra parte, para el hombre que quiera llegar o alcanzar a Dios, por unos medios o por otros tal tarea es desproporcionada. Es más tal tarea no es cristiana. ¿O acaso la Religión cristiana no es la única –y tal vez de ahí su verdad-, en la que es Dios el que sale en busca del hombre y no al contrario?. Pero de todo esto, me he dado cuenta después, durante mi paso por la Institución y tras mi salida.

-          Es cierto que con las anteriores frases que he citado, puedo estar de acuerdo, si el origen de las mismas nacen de la profunda conmoción que uno siente tras ser abrazado por Cristo, por su palabra más secreta, por la palabra, que es a la vez su arma más potente para con el Hombre, que es su Misericordia.

-          Todo lo que, se nos hablaba de “generosidades“ es mejor dejarlo en el borde del camino. No vale. No es una actitud justa de partida.

-          Pensar que con mi esfuerzo puedo alcanzar a Dios, es una temeridad, una pretensión y una absurdez, es dar la vuelta a la pregunta, responderla de manera muy sencilla y cómoda.

-          Por qué tras cuántos o cuáles años dentro, cuando salimos, pensamos y qué es exactamente la “Institución“.

-          Fijaos que de los testimonios que aquí se presentan unos hablan de que se “rompen” otros de que “se sumían en depresión“; otros de que no “los querían“; otros “que les recomendaron irse“; otros “que no podían con el cumplimiento de un determinado estatus de vida“; otros “que descubrían que la verdad iba por otro lado“; otros de “decepciones o desamores“; en fin... fijémonos como el “Yo“ –entendido como brevemente lo he desarrollado en mis escritos anteriores- reclama su sitio. Ese Yo es nuestra autoconciencia, que como hombres y mujeres bien hechos –por Dios-, reclama su justo sitio. Por esto nuestra inteligencia despierta y nos marchamos.

-          Existe, si,  una Vocación  al “Unum“, a reconocerle como Presencia buena en nuestras vidas.

-          El modo y manera de concretarse esa vocación al “Unum“ –Dios, a Jesús-, será algo que se desvele dentro de una experiencia de trato con Él, dentro de una Comunidad –Su Pueblo, la Iglesia– y dentro del tiempo –el tiempo que a cada uno y cada una se nos conceda-.

-          Las expresiones siguientes que pueden ser como resúmenes de una actitud atractiva hasta límites inimaginables como:

 

§         “Amar al Mundo apasionadamente”

§         “Poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas“

§         “Ser sembradores de paz y de alegría“

§         “Vivir la libertad de los hijos de Dios“

 

y muchas más, me las quedo todas, las quiero todas, las deseo, por la certeza que conllevan, partiendo desde esta otra perspectiva.

 

         Y las quiero y las deseo, en la medida que quiero y deseo al Único que es más grande que todos, con el cual la vida –mi vida-, se llena de plenitud, aunque me esté muriendo, aunque esté con una parálisis total, aunque me vayan a fusilar.

 

Esas frases ingeniosas, brotan de Él, proceden de Él, el talento que encierran es Su talento.

 

Es el que me sostiene, el que me hace ver la Belleza de todo, el que me abre a toda la realidad, con el que considero todos los factores de la realidad; Aquel que me cautiva, que se me hace presente donde menos lo espero con su palabra secreta, la más secreta: Misericordia. Ante el que me siento en la mejor actitud, la más real que es la de “mendigo“ de su Bondad.

 

         Cómo luego tenga forma esta relación, esto es, casado, o soltero o sacerdote o... lo que sea no me toca entenderlo de momento, lo entenderé en el momento más adecuado para mí.

 

         También puede concretarse en lo “paradójico”, es decir en caminos emprendidos y no acabados, en caminos imaginados y no acabados de plasmar en la realidad, en caminos que se nos propusieron y que no se transitaron, en caminos con mil esquinas contradictorias, entre selvas y bosques... y no por ser “paradójicos“ dejan de ser reales y por tanto verdad.

 

         No quiero entrar, si alguno se pregunta el por qué, en el juicio moral, que me pueda merecer la actitud de Directores, y de Fundadores de ninguna cosa siento que no es mi lugar este, y tal vez sea porque ese lugar y esos juicios corresponden a Dios –nosotros nos podemos hacer la pregunta y como en cierta manera somos como dioses– por participación-, y debido a nuestra original caída, que es real y existe palpablemente, podemos caer de manera sencilla en la pretensión de juzgar, y de equivocarnos.

 

         Dejo a mi Dios esta tarea, y reconozco su Misericordia conmigo el primero y con todos.

 

         Espero, que todo esto sirva.

 

         Un inmenso abrazo para todos,

 

Jazz01

 

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