Para otros como yo.- Ingenuo
Fecha Wednesday, 22 February 2006
Tema 100. Aspectos sociológicos


Llevo una semana husmeando por la web. Todo lo que he leído, especialmente algunas de las largas reflexiones, documentos internos e historias publicadas en la sección de libros silenciados y la guasa más o menos afortunada de Satur, me ha ayudado a recordar el tiempo que pasé plenamente relacionado con esa cosa llamada Opus Dei. Vaya por delante mi conclusión, más intuitiva que racionalmente argumentada y, por supuesto, abierta a discusión: que en tanto nos acercamos o nos dejamos acercar demasiado a esta organización, éramos unos contumaces ingenuos y, el hecho de que perseveráramos en ella era el fruto de un cálculo aventurado con premisas demenciales.

Yo creo que la parte del león en lo demencial de las premisas se la lleva la creencia en una inteligencia y voluntad parecida a la humana como condición incondicionada del universo y que se comunica a determinados hombres de manera que no puede ser criticado por otros. Pero claro, curiosamente, en este aspecto la carga de la prueba la suelen tener los que piensan que tal cosa es muy inverosímil, porque la capacidad de suspender el juicio bajo un nombre tan prestigioso como el de Fe, sigue teniendo muy buena prensa...



Al fin y al cabo, es mejor actuar como si hubiese algo después de la muerte, por si las moscas... Pero ese “por si las moscas” puede tomar una deriva que nos lleve a acatar todo lo que salga de alguna de las variopintas bocas de Dios, tal y como aparecen en nuestra sociedad. Para el caso: las Escrituras, la Tradición, la Jerarquía, que la Obra, lógicamente, interpreta a su conveniencia (que últimamente suele convenir más a menudo con la conveniencia del Vaticano) y a lo que añade para sus fieles y allegados el divino mensaje de Escrivá (una especie de ayatolá camuflado bajo finas formas)... Todo ello convenientemente fiscalizado desde arriba (uno puede aportar, pero siempre debe ser previamente censurado).

Ese “arriba” no es una instancia metafísica, es el aparato burocrático de la organización jerárquica de la Obra, aunque se rodee de un aura mística (mediante la prédica de la absoluta obediencia a los directores). Desconozco hasta qué punto uno puede ejercer la crítica “de abajo arriba” dentro de la Obra, porque yo no lo puse a prueba, sino que hice de borrego tal y como se me sugería; pero así, de entrada, no me parece algo que la facilite, más bien me parece la forma más adecuada para “escurrir el bulto” ante los problemas. Digo esto en especial consideración del discurso interno, que siempre toma en cuenta una supuesta realidad sobrenatural detrás de todo suceso, a la que se debe mayor respeto que a un análisis crítico de los hechos (el espíritu crítico es supuestamente una enfermedad del alma, consulten lo que dice Camino al respecto). Se repite el consabido discurso de la Iglesia tridentina: que es santa y de Dios... Aunque algunos de sus miembros, “ocasionalmente”, sean malos, malos, malos. El problema es que no sé exactamente a qué ente le atribuyen entonces la santidad... A mí, personalmente, el derecho interno me parece sacado de un cuento de hadas en el que se describe un miembro ideal (bastante insulso a mi gusto), más que regular nada y, sombríamente, no presenta garantía alguna del individuo frente a la estructura de poder de la institución, porque el bien y la estructura de poder forman una indisoluble unidad metafísica (todas las garantías vienen dadas desde el derecho civil). Llamar santo a las “personas morales” contempladas por ese derecho, yo sólo podría hacerlo con intención sarcástica... Dentro de la Obra, uno tiene el peso de una losa de dos mil años de despropósitos en su contra si quiere levantar cualquier crítica, como si la Ilustración no hubiese ocurrido nunca. Curiosamente, “sanctus” etimológicamente significa algo cerrado. En este caso, sería cerrado a los principios derivados de la ilustración, que si bien es cierto que no son nada santos, sí lo es que han resultado muy buenos para regular nuestras sociedades. ¿Qué se esconde, pues, detrás de tanta insistencia en una santidad “como la de los primeros días”? Yo diría que simplemente el deseo de mantener vigente una antigua forma de entender el mundo, “seruatis seruandus” en la Iglesia y en la sociedad (en lo posible, también en el Estado). A muchos, esta visión esencialista les gusta más, les hace sentir más seguros en este mundo tan inestable. Lo viejo es lo bueno, lo nuevo siempre es sospechoso. Se lucha para hacer visible un ideal que agoniza desde hace mucho años, siendo un cadáver en vida que nuestra sociedad no puede nunca enterrar, porque siempre encuentra de donde sacar fuerzas, por ejemplo los intereses de los políticos. Al fin y al cabo, algunas ayudas ha prestado ese cadáver viviente a los también algo achacosos Estados democráticos. Pero ceden muy poco... Es una santidad curiosa. Se basa en el silenciamiento en el individuo de la autocrítica mediante el “cumplo y miento” (usando palabras del mismo Escrivá), pero enfrentándolo con su sexualidad y su pensamiento, con la sociedad: todo es digno de desconfianza, excepto lo que viene de “arriba” en la Obra y en la Iglesia (más bien en este orden, que en el inverso). La Obra no vino a solucionar ningún problema de este mundo, más bien a crearlos: “ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?” (Lc 12,49), accidentalmente, se ha visto obligada a llevar a cabo algo bueno para que la gente no le huya. Pero su vocación es llenar la conciencia de pecados y sumisión. Ellos, “hijos de la luz” no quieren ser menos astutos que “los hijos de este mundo”. Curiosamente, los vistosos frutos podridos de esto son como agradable incienso para el Vaticano... Si tenéis que esperar a que un Papa los separe de la Iglesia estáis listos, pueden pasar generaciones y generaciones; pero bueno, si os interesa, aquí tenéis el apoyo de hombre de poca fe que redescubrió que de madres sólo tenía una, la que lo parió.

¿Bueno en el Opus? Hombre, algo de bueno hay, como algo de bueno había en el sistema de patronazgo de la Monarquía de Felipe II... Yo creo que lo bueno es algo colateral, “serendípico”. Ciertamente, la institución ha hecho bien a mucha gente... Sospecho que más como propaganda proselitista que por auténtica “vocación”... A no ser que la vocación simplemente sea la propaganda, que muchas veces es lo que parece. ¿Cuál es la razón de la insistencia en el apostolado y en el proselitismo, haciéndolo algo sustantivo y definitorio de la “vocación” de un miembro del Opus Dei? Pues es algo análogo de la tradicional función del matrimonio en la sociedad: la reproducción y el mantenimiento en la fe/vocación del otro. De manera que el sentido de mi vida es hacer que la vida de otro sea como la mía, esto es, que a su vez haga la vida de otro como la mía y así sucesivamente. El sentido de la Obra (y de la Iglesia según la Obra) parece ser, antes que nada, el sustento de la misma. Algunos miembros consiguen enriquecerse espiritualmente de manera colateral: para atraer a otros miembros. La atracción de nuevos miembros sirve de “contratuerca” para la permanencia en la organización... Para los que consiguen pocas o ninguna adhesión, puede convertirse en algo que les mengüe la autoestima. Pero, curiosamente, no es necesariamente algo que se tenga en cuenta para que a uno se le confíen cargos de dirección, basta con mostrar una ardiente celo apostólico (mediante las formas establecidas). De hecho, alguien muy “eficaz apostólicamente” puede ser alguien pagado de sí mismo y no será un “instrumento eficaz” en las manos de la organización. Alguien minado psicológicamente se presta más a ser un instrumento eficaz... Acrítico. Es mi explicación de que algunos vocales de San lo que sea tengan esa apariencia de mansedumbre, al tiempo que repiten un discurso muy institucionalizado, que parece muy poco sentido... Con todo este aparato se pueden conseguir cosas buenas, pero hay que ser conscientes de que están siempre supeditadas a un supuesto “bien mayor”, que siempre es el proselitismo. Yo creo que “la cercanía de Dios” que se experimenta en todo este proceso es un ejercicio de autosugestión, voluntarismo o embelesamiento. Lo malo es que el proceso que se sigue es el siguiente: primero le presentan a uno esas cosas que tiene de bueno el Opus Dei, de manera que incluso puede hacerse muy atractivo, y cuando uno está dentro empiezan a aparecer aquellas cosas que de haberlo sabido antes, hubiesen implicado una reconsideración de haberse metido en ese berenjenal... Y cada vez más aparece lo intolerante e intransigente, autolaudatorio y casi totalitario de la organización... Pero como todo aparece bajo la forma de la voluntad de Dios (incluido ese vomitivo culto idolátrico a la figura del presuntamente santo fundador y sus seguidores), pues uno resiste por mor de su santidad y el amor de Dios... Hasta que empieza a verle el lado bueno a todo, a disculpar todo lo malo... A ver lo malo como algo bueno, puesto que Dios lo quiso así “para confusión de los sabios de este mundo”, no digamos ya de los listillos. A veces uno tiene la sensación de que en realidad, el miembro ideal sería un perfecto idiota con apariencia de Doctor, si tal cosa fuera posible, para lo cual, todos los títulos y posiciones y prestigio de este mundo son más que bienvenidos, mientras uno sea consciente de que todo se lo debe a Dios y, “por tanto”, a la Obra, así que mejor no se ande con vanidades y se dedique a rendir más. Sospecho que cuanto más encumbrado está uno en la organización, más suave se vuelve el juicio de los miembros y más ciego al más o menos sutil peloteo se vuelve. No me extraña que uno consiga endiosarse ahí arriba. Señalar que semejante endiosamiento es bastante ridículo, sencillamente, no es de recibo para alguien de “buen espíritu”.

Yo creo que la sospecha de todo esto revolotea siempre en todo el proceso de acercamiento a la Obra... Al fin y al cabo, las opiniones que yo vierto aquí no son nada nuevo en el discurso de nuestras sociedades. Pero nuestra más o menos idealista ingenuidad, ayudada celosamente por los (demás) miembros de la Obra, lo vence todo. Por supuesto, esta ingenuidad acaba convirtiéndose en desengaño, resentimiento... Incluso puede que posteriormente sea reconducido hacia un compromiso más interesado ya, en el momento en que la pertenencia a la Obra se convierta en algo con caché dentro de la sociedad. Sin duda, en mayor o menor grado, muchos intereses nada “espirituales” se tapan con esa nuestra ingenuidad. Los motivos por los que uno puede acercarse a la Obra son muchos y diversos, no necesariamente algo “de Dios”. En mi caso, creo que percibí en la Obra un ambiente acogedor y agradable, algo distinto de lo que percibía en mi casa, de manera que se me hacía muy atractivo adoptar valores más tradicionales que los de mi familia (que tampoco es que sea lo más liberal del mundo, pero comparando...). En esa época, ni siquiera era capaz de saber que en realidad buscaba eso, el “bonus odor Christi” más que al mismo Cristo. Luego me di cuenta de que es bastante lo contrario, de que el auténtico amor no lo puede dar un Dios, y menos a través de una organización así y, en caso de casarme, la pertenencia de uno de los dos a la Obra tiene que enrarecer más que hacer auténtico el amor. Claro que uno puede vivir en un mundo lleno de amigos imaginarios... No niego que un amigo imaginario divinizado y racionalizado puedan llevar a acciones muy encomiables, pero también es cierto que puede llevar a la miseria moral... Eso cuando el “amigo” no se convierte en un incordio y torturador imaginario. Yo no puedo amar a alguien que da una de cal y otra de arena, me parece enfermizo, aunque ello me proporcione un sentido estupendísimo de la vida; prefiero rendirme a la evidencia de que el sentido en esta vida se lo busca cada uno respetando a los demás.

Ahora que lo pienso, considerando la gente que ha pasado por la Obra, creo que una virtud que consiguen inculcar bastante es la humildad (que curiosamente, parece ser algo de lo que carecía el fundador con sus estrafalarias seudo-demostraciones cacareadas por él mismo)... Pero ello no es siempre positivo. Muchas veces se granjean así una perfecta docilidad a las directivas internas y un gran sentimiento de hostilidad, más o menos bien camuflado, hacia todo lo criticado en la Obra. A veces se consigue apocar realmente el ánimo hasta hundirlo en la depresión. Salen auténticos seres estrafalarios a los ojos del resto de la sociedad, preparados para que todo el mundo se ría de ellos... Pero bueno, ellos lo ofrecen, así que se supone que de algo servirá, aunque sus pequeños entendimientos no sean capaces de comprenderlo... Lo mismo cabe decir en el terreno sentimental, un humilde e inocente ser de estas características puede decir tonterías monumentales que hieran los sentimientos de la otra persona... O puede dar pie a que la otra persona se aproveche... Además, muchas veces la humildad no es más que complaciente deseo de agradar, mientras se mantienen las propias ideas, de manera que, vaya, la humildad no se hace incompatible con la mentira.

Todo esto os suena a auto justificación a algunos militantes. La verdad es que creo que cualquier egoísmo que subyazca en mis observaciones no las hace menos legítimas y válidas. No tengo ningún inconveniente en admitir que me comporté de acuerdo a la miseria de hombre que soy en comparación con los seres del edificante imaginario católico-opusino. Por otra parte, al ser admitido no contraje ninguna obligación de mejorar esa organización, si no que se me vendió la moto de que el espíritu de esa organización era inmutable. No tengo resentimiento alguno hacia la Obra y soy perfectamente capaz de comprender los comportamientos más inhumanos de algunos de sus miembros, llevados por el salvajismo camuflado de sus ideas y métodos, así que es lógico que lo denuncie. Probablemente no sea lo peor de este mundo, pero es de lo más contraproducente que yo conozco de cerca. No deseo un mundo subyugado a la idea de que la infelicidad de hoy traerá la felicidad del día siguiente a la muerte. Hay una alternativa ética a esta idea atroz.

No he dicho nada nuevo y lo he dicho de manera caótica, sólo quería expresar mi apoyo a lo que se está haciendo en esta página. Quizá otro día cuente mi experiencia en la Obra, que se limita a dos años de aspirante a Numerario y tres de Supernumerario (aunque ahora me he enterado de que “de iure” siempre fui Supernumerario, pues mira tú por dónde). Han pasado cuatro años desde que lo dejé definitivamente, aunque he tenido algún contacto con gente que sigue muy vinculada con la Obra. Todo me quedaba muy lejos y lo he vuelto a descubrir leyendo esta página.

Ingenuo







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