Escrivá y el cuidado de las cosas pequeñas.- Itaca
Fecha Wednesday, 15 February 2006
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Todos sabemos que en la Obra el “cuidado de las cosas pequeñas” tenía una importancia extraordinaria y era como la prueba del algodón en el camino de la santificación: todo tenía que estar perfecto, hasta la cosa más nimia (que no era nunca nimia, porque el amor a Dios la hacía grande).

Y en las tertulias te explicaban cómo “el Padre” cuidaba todos los detalles con mimo exquisito y las broncas que metía cuando observaba que algo estaba mal: un cuadro torcido, un objeto de decoración fuera de su sitio, una mancha en un espejo... Las cosas pequeñas eran una fuente inagotable de correcciones fraternas y te caían en cascada: que no llevabas los zapatos resplandecientes, que se te caía el velo en el oratorio, que hablabas demasiado alto o demasiado bajo, que no habías quitado bien el polvo, que no te sentabas bien... Y tú a escuchar en silencio, sonreír y dar las gracias, aunque lo que deseabas en el fondo de tu corazón era retorcer el cuello de aquella numeraria imbuida de buen espíritu.

Pues bien, los biógrafos de Monseñor, con rara unanimidad, recogen una muestra de mal espíritu y de falta de cuidado de las cosas pequeñas por parte de Escrivá e incluso se explayan en ella: "En su cuarto guardaba el Padre, en una caja, el cilicio y las disciplinas. Impresionaba ese instrumento de flagelación, de cuyos cabos pendían cabos de herradura y cuchillas de afeitar, hasta el punto de que las paredes del cuarto de baño estaban salpicadas de sangre."

¿Cómo es posible que Escrivá saliera del baño dejándolo hecho unos zorros? El cuidado de las cosas pequeñas imponía dejar el lavabo, la ducha y el suelo impecables, para el que viniera detrás; si no era de recibo dejar manchas de jabón o de pasta de dientes, tampoco lo podía ser dejarlo como un matadero: se coge una bayeta húmeda, se pasa por las baldosas y en unos segundos todo limpio.

Claro que pudiera ser que Escrivá dejara este testimonio sangriento de sus mortificaciones para que sus hijos contemplaran una muestra de su virtud. Si éste fuera el motivo, la humildad y la discreción de este santo varón quedarían en entredicho.

Espero que los futuros hagiógrafos de Escrivá lean este escrito y pongan manos a la obra para intentar arreglar la historia; podrían decir, por ejemplo, que mientras Escrivá se flagelaba sus hijos miraban por el agujero de la cerradura. Pero no sé si colaría: sería llamarlos oliscones, ventaneros y fisgoneadores. Bueno, que piensen ellos.

Itaca









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