Retratos de un chat (II): 'Ernieloquasto' y la visitadora.- Kaiser
Fecha Monday, 05 December 2005
Tema 100. Aspectos sociológicos


Retratos de un chat (II): “Ernieloquasto” y la visitadora.

“Ernie Loquasto se refería al instante en el que, en el punto más hondo de su abstracción, la pobre Terry subrayaba su Biblia con el lápiz de labios.”
José Luis Alvite: Historias del Savoy.

 

Ernie es mi amigo. Un amigo al que no conozco. La imagen que tengo de él es una larga playa de las del atlántico sur de la península. Una playa abierta a todos los vientos, desmesurada y vencida. Cansada del amor que le tributan los mismos que la ultrajan de plásticos, latas y desperdicios. Huérfana del amor profundo. Arrumbada junto a un mar que la esquilma a cada ola en una muda tragedia. Ernie es así. Abierto todo. Indefenso y casi ya también vencido.

La primera vez que entré en el chat de Ex-Od fue suyo el saludo. Como el rayo me indicó, sin decírmelo, que me había leído en la web. Apenas apareció mi nick en pantalla...



-Hola Bekembauer. Y que viva er Beti manque pierda.

-Hola Ernie, encantado. Y que viva, sí señor, musho Beti, musho Beti éh!.

Ernie no es de Casa. Ni escribe aquí. Así como dije de alguien que había pitado de penalty, la vocación de Ernie, pasó rozando el larguero. Y por ahí anda aún, perdida en las sombras dantescas de la grada, como ese balón desvariado que engulle la masa que anida en todos lo fondos sur, que parece unidimensional y resulta que tiene estómago.

-Oye, Ernie.

-Dime.

-¿Y ese nick?

-Es un personaje.

Ernie, entre bromas y veras, con una lacónica frase te abre la puerta del Universo. Lo busqué. Y supe lo que esconde su playa.

-Lo importante del Savoy -me dice- no es el dueño, o sea, Ernie Loquasto, sino la gente que lo habita, la clientela, las suripantas, los artistas...

Ernie no se importa ni a sí mismo. Como esa playa desolada que me coloca de imagen personal en su messenger, Ernie es huérfano. Huérfano de Dios. Huérfano de amor. Huérfano de padre y madre, aunque él vivió entre su padre y su madre.

-¿Sabes Kaiser? Yo he llegado a creer que mi madre quería más al Opus que a mi. Yo he sido hijo de un amor castrado. No tengo que decirte cómo anda la cosa de los afectos en la Obra. No sabes lo que es ser hijo de supernumerario.

-Oye, Ernie, amigo, ¿por qué no nos vemos?

-Sí, tengo pensado acercarme a conoceros a los de allá.

-¿Cuándo?

-No sé...

-Quedamos los dos a mitad de camino.

-No, voy yo. Quiero conocer a la gente, pero tienes mi casa -cuando disponga de ella- para lo que quieras. Y, en Semana Santa, vaya... Que no me la puedes despreciar.

-Gracias, Ernie.

Una motocicleta atrona El Rocío. No hay nadie. El cielo se abandona en la noche sin un suspiro. Ernie ya preparó el sobre en la mesa y abandonó la casa, la ciudad y la ira en busca de horizontes anchos y un aire que no asfixie. Una vez al mes, todos los meses, puntualmente, deja un sobre listo a su madre para que ella luego lo llene de misterios. Es secreto para él, pero no para la visitadora, la mujer fanática y seca y puntual y gélida. La numeraria (¿o es supernumeraria?) que tiene el encargo de llevarse el sobre. Puntualmente, cada mes, como un gota a gota sin fin, como una ola y otra y otra ola que soporta esa playa sin lamentos.

La visitadora, poco más tarde, en la penumbra de un recóndito oratorio, subrayará el asiento en la hoja de su agenda-biblia-contable con un lápiz de labios.

-¡Maldita sea, otra vez!

-¿Qué te pasa?

-Que ya ha venido a robarme.

-¿Quién?

-La numeraria.

-¡Se me están llevando el patrimonio, joder!

-¡Lígatela!

-Si tiene sesenta años.

-Eso ya es peor.

-Me voy a ver a mi Betis.

-Ea, manque pierda, joé.

 

P. S. No van las licencias más allá de lo verídico, porque lo verídico hay que vivirlo y todo lo que se cuente se habrá quedado corto.







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