Cont. Parte II de 'La conciencia y la Obra'.- E.B.E.
Fecha Wednesday, 05 October 2005
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Parte II: el camino hacia la salida
de LA CONCIENCIA Y LA OBRA

Sinceridad y obscenidad 

Podría decirse que en la Obra hay dos mandamientos fundamentalmente: el primero es obedecerás a tu director como a Dios mismo y el segundo es semejante al primero, serás sincero con tu director contándole todo, absolutamente todo. La sinceridad forma parte del mandato de obediencia, no tiene que ver con la dirección espiritual sino con el gobierno.

Es interesante el contraste marcado que supone el pudor (hacia fuera) y la obscenidad (hacia adentro), el impedir que la Obra se vuelva traslúcida para la mirada externa y, al mismo tiempo, facilitar la propia intimidad para que esté expuesta a la mirada de los directores. Es un comportamiento paradójico, y tal vez patológico. No es extraño que dé vergüenza estar parado en ese lugar.



En la formación de la conciencia de pudor debida a las cosas de la Obra, los directores tiene una herramienta fundamental para –como decía el fundador- forjar a las almas: la virtud de la sinceridad junto a la de la docilidad, entendidas como instrumentos más que como virtudes. Ese pudor es consecuencia lógica de la “sinceridad salvaje” que exige la Obra.

Curiosamente, en el caso de la Obra la conciencia de pudor se obtiene a través de la obscenidad: lo que se denomina pudor (sobre la Obra) es en realidad la resistencia a hablar de lo obsceno que es la Obra, dicho de otra forma, da vergüenza decir abiertamente que la Obra implica una intimidad sin intimidad, una entrega de todos los derechos y un estado de deber permanente. El pudor, en este caso, es una forma de encubrimiento. No se origina en el respeto sino en la vergüenza que da lo que se enmascara bajo la idea de pudor. 

Es en el nombre de esas dos virtudes (sinceridad y docilidad) que la Obra exige el desnudamiento personal frente a los directores, quienes sin embargo permanecen siempre cubiertos. Sospechosa desigualdad, que hace pensar que la sinceridad que la Obra exige es obscena, porque es una invasión que no deja espacio para la propia intimidad.

Guardar para sí cierto espacio de privacidad o intimidad era visto como un pacto con el diablo, así de simple:

«El día que tuvierais un rincón de vuestra alma, una cosa que no sabe el que lleva vuestra Confidencia, tendríais un secreto con el diablo. Sería triste que, para servir a Dios, tuvierais una vergüenza que no tienen los demás para ofenderle» (del Fundador, Meditaciones IV, pág. 595). 

Es decir, quien lleva la charla o dirección espiritual debe saberlo todo y, por otra parte, entregar la intimidad no debe dar ninguna vergüenza.

No hablar, no decirlo todo, era sinónimo de estar poseído por el demonio mudo, implicaba echarlo todo a perder, así de tajante:

«Si nos preocupa algo, lo contamos, estando prevenidos contra el demonio mudo. Contadlo todo, lo pequeño y lo grande (…) porque el que se calla tiene un secreto con Satanás, y es mala cosa tener a Satanás como amigo» (del Fundador, Meditaciones I, pág. 648).

 

«Hay que hablar con confianza plena. Si no habláis, se acabó todo: es el principio del fin» (del Fundador, Meditaciones II, pág. 172). 

Ciertamente todas estas citas podrían contextualizarse con una explicación ascética adecuada que les quitara toda carga negativa. Pero el mejor contexto son las personas que fueron testigos de cómo se aplicaron esas palabras en la práctica. Opuslibros está lleno de estos testimonios.

El talento de hablar (nombre de una famosa meditación) implicaba la entrega de la intimidad, la entrega de la capacidad de juicio, y la confianza absoluta en los directores. Nuevamente, conservar una mínima privacidad era signo de infidelidad y un peligro para la propia salvación: 

«¡me dejaré conocer mejor, guiar más, pulir, hacer! (…) que no tenga en más aprecio mi propio criterio —que no puede ser certero, porque nadie es buen juez en causa propia— que el juicio de los Directores» (del Fundador, Meditaciones III, pág. 225).

La entrega de la intimidad esclaviza y humilla mientras que la virtud de la sinceridad fortalece el alma: ayuda a conocerse mejor y no a desconfiar cada vez más de uno mismo.

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