Un cuento: para los que han sufrido, están sufriendo y sufrirán.- Pacific
Fecha Monday, 26 September 2005
Tema 010. Testimonios


Tiempo ha que rondo por aquí, y compruebo que lo que hay escrito es, en general, mucho y bueno –salvo excepciones, no sé si honrosas-; por eso, no me animaba a decir nada más. Me ha llevado bastante leer en conciencia y a conciencia, para poder hablar con conocimiento de causa –cosa que no todos hacen-.

 

Y visto que últimamente el estilo de la gües va más por la línea de lo epistolar y noticiero, cambio el género y envío un cuentecito: candoroso y pueril, si se quiere. Lo escribí cuando estaba dentro. Y sí, pienso que estuve porque Dios quiso, como dice SanChema, “a pesar de los pesares”. El mismo Dios que quiere que ahora no esté;(también a pesar de los pesares...?); ése para el cual la Cosa es algo muy, pero que muy insignificante... y todos y cada uno de nosotros algo muy, pero que muy importante. En fin, que de meditaciones soporíferas ya tuve años y años. Ahí va el “tale”, que dicen los ingleses...



        "Había una vez un pececito que vivía en un mar cercano a la parte norte de cierto país. Era un mar bravo y frío , en el que hasta hacía muy poco se habían visto ballenas. Pero el nuestro era un pececito pequeño y valiente, con agallas duras y aletas musculosas; se llamaba Goju. Goju tenía la piel dorada de las especies del norte, la cabeza grande a pesar de su tamaño y un corazón muy potente, que bombeaba su sangre a gran velocidad, para que surcara aquellos mares y retozara en sus corrientes.

 

         En el otro extremo del país había una costa cálida y pacífica, donde vivía otro pececito, que nadaba tranquilo en aquellas aguas reposadas. Era un poco gordinfloncillo, pero había recorrido grandes distancias por el mar, y tenía por tanto también un corazón grande y bastante sentido de la orientación. Este era Ivaj.

 

         Un día se acercó por aquella parte del mundo el Barco del Gran  Pescador. El Gran Pescador tenía unas redes inmensas, que recogían todo tipo de peces; estos peces permanecían mucho tiempo nadando dentro de la red, recorriendo océanos y playas. Al llegar a la parte Norte el Gran Pescador atrapó en su red al pequeño Goju. Y un poco más tarde, según la barca rodeaba la costa, entró también en la red la barriguita plateada de Ivaj. Los dos estuvieron mucho tiempo en la misma red, sin saberlo. Sólo una vez se cruzaron por un momento, nadaron juntos algunas jornadas, pero luego las corrientes marinas los volvieron a separar.

 

         Aquel invierno el mar estaba muy revuelto. La barca, con su red, atravesaba corrientes frías, a veces infectadas por la polución. En un momento se desató una gran tormenta. La luz del sol no traspasaba el agua; estaba todo muy oscuro y la corriente del agua azotaba con una fuerza inusitada, que hacía perder cualquier referencia. Algunos peces murieron, otros se salieron de la red, y otros cayeron enfermos o heridos.

 

         En medio de aquella tormenta desatada, Goju, harto de nadar en un agua enfurecida, enfermo y cansado, vino a dar a un rinconcito de la red. Y allí se encontró con Ivaj, el gordinflón. Ivaj llevaba allí algún tiempo. Los dos se reconocieron y se  apretaron uno junto al otro, para resistir las embestidas del temporal. La red, por efecto de la corriente, estaba muy apretada. Muchos peces tenían heridas de golpearse con las cuerdas o los flotadores. Ivaj lucía en su barriguita plateada algunas cicatrices de esta tensión. El mar empujaba mucho, y los dos pececitos estaban cansados y asustados en aquel rincón tan negro. No se atrevían a salir fuera de la red; tampoco a navegar por dentro. Por otro lado, la red les oprimía muy fuerte; la piel delicada del pequeño Goju sufría y sangraba con aquellos embates.

 

         Ivaj sentía mucha  pena del pez-pequeñín; quería que los dos salieran de allí a toda costa. Y aunque no le quedaban muchas fuerzas, como en la grasilla de su pancita aún había reservas, se decidió a nadar hacia la superficie, para asomarse a ver qué pasaba. “No te muevas de aquí – le dijo a Goju-. Yo vendré y te contaré”.

 

         Ivaj nadó con todas sus fuerzas hasta la superficie del agua. Una vez arriba, asomó sus ojos grandes de pez y ¿qué fue lo que vio fuera?. El espectáculo era impresionante. Había un sol espléndido, el mar estaba en calma  y sobre la superficie saltaban montones de peces de todos los colores y tamaños que iban entrando en la red. Ivaj se orientó enseguida: estaba muy cerca de la Barca. Y de repente distinguió la silueta del Gran Pescador. Sus manos tenían callos y estaban heridas por la tensión de las cuerdas que sujetaban la red. Ésta, además, iba asegurada por un sistema de correajes a Su espalda, que estaba arqueada por el peso de la misma.

 

          El Gran Pescador cruzó su mirada con la del gordito Ivaj. Y  el pececillo, sin saber ni cómo, se encontró por un momento fuera del agua, saltando nervioso en sus manos. “Mira”-le dijo el Gran Pescador- “estos son los peces que no se salieron de la red, aunque  el roce no la misma  les arrancara muchas escamas. Porque ésta es mi red, donde he metido a los peces que más quiero”. Ivaj miró dentro de la Barca. Estaba a rebosar de peces de todas clases. No entendía cómo podían vivir fuera del agua. Saltaban gozosos de un sitio a otro de la Barca; estaban para siempre con el Gran Pescador. Ivaj casi no tenía ya capacidad de respirar fuera del agua, pero aún tuvo tiempo de fijarse en todo lo que pudo. Había peces grandes y pequeños, flacos y gordos; había incluso medusas y estrellas de mar. Algunos habían perdido alguna aleta; y todos tenían en su piel las heridas que la red les había causado bajo el temporal[1]. Ivaj miró las señales de su barriguita; miró después al Gran Pescador. Éste le besó su vientre plateado y maltrecho y lo echó otra vez al agua. “Sigue-le dijo-; sigue navegando. Todavía no os toca. Yo estoy aquí, sujetando la red. No tengáis miedo. Os espero.”

 

         Ivaj bajó a toda velocidad a  buscar a su amigo Goju. Era tanta la prisa que tenía que volvió a golpearse más veces con la boyas y los otros peces. Pero quería llegar cuanto antes al encuentro de Goju. Estaba allí, en el rinconcito donde lo había dejado. Ivaj le contó todo lo que había visto, y le dijo que ya no tenían que tener miedo a la tensión de las cuerdas, a la tensión de las cuerdas, ni a las heridas, ni a las corrientes ni a la oscuridad. Que lo único importante era navegar donde la red les condujera, pasar lo que pasara, aunque se quedara la piel atrás . Goju le miraba un poco incrédulo. Pero cuando Ivaj en su relato le explicó cómo era la mirada del Gran Pescador, Goju tampoco tuvo miedo. Tomó un poco de plancton que su amigo le había traído, pues llevaba mucho tiempo sin comer, y salieron los dos juntos, nadando despacito, a la siguiente costa, al siguiente océano, a la siguiente playa..., hasta que el Gran Pescador quisiera sacarlos para siempre del agua."

 
P.S. Tengo más. Si a alguien le gustan...

[1] “Esos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” ( Apocalipsis 7 , 14)







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