Lectura para vacaciones.- Bastián
Fecha Wednesday, 03 August 2005
Tema 900. Sin clasificar


Si alguien todavía no ha elegido un buen libro para las vacaciones, os recomiendo “Demonios en el convento”, del psiquiatra Enrique González Duro. En este libro se encuentran, al menos yo las he encontrado, algunas claves que explican no pocas maneras de actuar de Escrivá.

El libro es un relato de hechos históricos, ocurridos en el convento madrileño de San Plácido durante el siglo XVII, cuando en España gobernaba el Conde-Duque de Olivares y reinaba Felipe IV. De las 32 monjas del convento, 28 se creían endemoniadas. Actuó la Inquisición por diversos motivos, pero no quiero desvelar la trama.

Lo que a mí me parece muy claro es que Escrivá, en los primeros momentos de su fundación, temía al Santo Oficio; y no sé si por la misma reverencia que le hacía referirse a la “Santa Inquisición” o por algún otra razón. Uno de los asuntos que el autor del libro desentraña es  la herejía de los alumbrados o iluminados, que, en resumen, podríamos decir que consistía en que habían llegado a tal nivel de intimidad con Dios que hicieran lo que hicieran no podían pecar. Así pues, si un prior o un director espiritual alumbrado, le soba los pechos a una monja, o le mete mano, no peca. Pero, claro, la Inquisición no opinaba lo mismo. De ahí creo que vienen los cinco mil kilómetros de marras y sus circunstancias. Para que nadie pensara que él era un hereje iluminado.

Se cuenta en el libro cómo la Inquisición española actuaba muy  “a la española”, con mayores rigores que la romana y además contaminada por intereses personales. También es evidente cómo el poder real estaba por encima del tribunal, aunque éste no perdía la memoria y retomaba procesos “olvidados” en cuanto quien antes mandó parar un asunto desaparecía del mapa político. Es decir, que si la Inquisición resultaba maleable, qué no habría de poder hacerse con la misma Iglesia si hay por medio una mano inteligente. ¿Alguien duda de que el santo la tuvo? Esa frase suya de que cuando llegó a Roma perdió la “virginidad”, es decir, que se cayó del guindo, como se dice en España, era el pistoletazo de salida para un proceso que hace tiempo parece culminado: la prelaturiez concedida por Juan Pablo II, más lo que venga ahora con Benedicto XVI (doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, la obra corporativa más preclara del mundo mundial, por delante de Torreciudad, Cava Bianca, Villa Tevere y demás casas de gente normal).

 El ambiente religioso del siglo XVII español, con el barroco a todo gas en todos los ámbitos, políticos y eclesiásticos, populares y aristocráticos, producía unos fenómenos curiosos: el de las monjas videntes gobernando desde los conventos la vida de las gentes, por ejemplo, o el del mayor milagro que se recuerda después de la resurrección de Lázaro: el del cojo de Calanda, a quien la Virgen del Pilar le restituyó una pierna amputada en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza (Esto último no es  de este libro, pero coincide en la época y personajes).

Bueno, pues ese magma supersticioso, con ángeles flotando a tu alrededor –entre otros el Relojerico- o demonios dándote la vara –como el que se disfrazó de obrero en un autobús en Madrid  y  zarandeó al fundador, o años después removió el Mediterráneo cuando el santo viajaba a bordo del JJ Sister- todo eso, ya estaba en España casi trescientos años antes de sonaran las campanas de Nuestra Señora de los Ángeles con tan poderosa fuerza que alcanzasen no sé qué distancia y que las oyera nuestro padre fundante, que estaba en oración permanente y como con una comezón por dentro: qué fundo, qué no fundo... Me decido a ser cura diocesano o me invento algo para demostrar quién soy yo... me voy a un pueblo o sigo con las marquesas... Y en estas estaba cuando, ¡zas!, Dios le reveló –palabras mayores que no se oían desde San Juan Evangelista- los planes que tenía.

Pero era una Iglesia con unas instituciones religiosas en las que se cuidaban muy mucho sus fundadores y mentores de que quienes entraban en ellas vieran respetada su libertad de conciencia. ¿Ocurre lo mismo en otros sitios, con el tejemaneje de los confesores del buen espíritu, la dirección espiritual, el consejo local y el si quieres hablamos de esto fuera de la confesión?

Para no alargarme más. Quien lea “Demonios en el convento” encontrará lectura instructiva y navegará por un espacio conocido, que continuamente desprende guiños y paralelismos con la cosa y quien la inventó. Nada que ver, desde luego, con la abadesa de Las Huelgas. Estas eran otras monjas. Algunas se creían endemoniadas porque así se lo hacían creer, y además estaban poseídas por unos demonios tan buenos chicos que no hablaban mal de Dios. Y las pobres, cuando el prior las “acariciaba” no acababan de sospechar nada malo, lo mismo que cuando lo bañaban al pobre.

Feliz verano y provechosas lecturas.

Bastián









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