La carta de Ana S. me ha hecho recordar momentos ya lejanos de mi vida, aquellos años inmediatos a mi salida del Opus Dei. Por cierto, no fue una salida individual, porque en esa misma etapa se fueron bastantes de mis amigos y más o menos coetáneos.

El denominador común en todos nosotros (uno de ellos) es que en lo que respecta al amor y al sexo constituíamos una extraordinaria pandilla de extraterrestres, vamos, que andábamos más despistados que una monja en Pasapoga (Pasapoga es un cabaret de Madrid, que en sus tiempos gozó de fama notable).

Así que no me extraña nada que el ex-numerario en cuestión navegue sin brújula por esos mares y, encima, esté convencido de que lo hace dotado de las más sofisticadas herramientas de navegación.

Cuando uno, recién salidito y con el barniz casi intacto topaba con una chica ajena a la cosa, la ponía a alucinar en tecnicolor, de verdad. Todas esas historias de cómo vestirse y cómo no hacerlo, de reprimir el sexo enfermizamente y demás ya te hacían un marciano en aquellos años setenta, con que no te digo nada de lo que puede suceder ahora.

Sólo después de bastantes años, de frecuentar otros ambientes y de pegarte de cabeza contra un montón de farolas, conseguía uno adoptar conductas menos extravagantes y relacionarse con normalidad con las mujeres.

Por eso, querida Ana S., creo que te ha pasado lo mejor que te podía pasar, porque tu ex ha levantado la liebre antes de que te vieras metida en una pareja (matrimonio normalmente) cargado de sobreentendidos y normado hasta extremos ridículos.

Espero que a este hombre se le pase el síndrome, pero tú no vas a poder arreglarlo, así que renglón y cuenta nueva.

Supongo que muchos de los que escriben aquí (esa horrenda cuadrilla de mendaces resentidos) podrían ratificar mis afirmaciones.

Saludos a todos y feliz verano, que ya queda menos para las vacaciones.

Antrax