Vida interior después de la Obra.- Melqui
Fecha Wednesday, 13 July 2005
Tema 040. Después de marcharse


Isa pregunta: ¿Cómo hacéis una vez abandonado el Opus Dei para llevar una vida interior nutrida y que vuestro trato con Dios no decaiga?.

 

Aun siendo una pregunta muy íntima, voy a intentar responder desde mi concreta experiencia, sin pretender dar lecciones a nadie y esperando que quien me lea no piense que trato de sentar doctrina ni de dar respuestas con validez universal. Cada uno tendrá su visión y su camino.

 

Mi primera respuesta sería: se nota que la pregunta la hace una persona del Opus Dei. Sin ánimo de ofender.

 

Según el diccionario, la palabra “nutrida” significa “llena, abundante”. Y creo que, para el Opus Dei (según mi humilde experiencia), el objetivo sería “llenar” la vida interior de normas, del mismo modo que se “llena” de cruces la hoja de normas para medir el grado de vigor de esa vida interior.

 

Esto tiene algunas ventajas. Para determinados temperamentos resulta muy gratificante poder “medir” su cantidad de vida interior: si cumples muchas normas, tu vida interior es muy nutrida, y si no las cumples, tienes una pobre vida interior. La doctrina espiritual de la obra presupone que “si quieres, puedes”, que Dios siempre ofrece a todos la misma gracia, por lo que simplemente tienes que “responder a Dios”, ya que cumplir o no las normas de vida interior “es sólo cuestión de generosidad”. Así las cosas, quien goza de buena salud física y psicológica, de un temperamento metódico, de un ambiente y un trabajo apropiados, de unas determinadas virtudes humanas, o cualquier otra circunstancia que le facilite cumplir correctamente las normas, puede sentirse, al menos inicialmente, cómodo y satisfecho con este planteamiento. Máxime si le garantizan que así tiene asegurado el Cielo.

 

Desde mi punto de vista, también existen inconvenientes en este planteamiento de la vida espiritual. En primer lugar, medir la vida interior, al tratarse de una magnitud espiritual, resulta bastante difícil y muy arriesgado. Muchas veces el trabajo interior de la gracia no salta a la vista, sino que es una acción de fondo, a largo plazo. Por otra parte, Jesucristo nos dice en  el Evangelio que Dios no da exactamente lo mismo a todos (recordemos la parábola de los talentos o la del sembrador). Y que lo importante es saber recibir de Dios, no lo que nosotros podemos darle a Él. Además, de lo que se trata en la vida espiritual es de crecer en Fe, Esperanza y Caridad, y eso es difícilmente medible. Sobre todo, si quien lo pretende medir es una persona sin experiencia suficiente y sin ninguna formación para asumir una verdadera dirección espiritual. San Juan de la Cruz tiene palabras muy duras sobre el grave daño que hacen a las almas los que pretenden encargarse de la dirección espiritual sin suficiente espíritu de discernimiento. Muchas veces, también, esto supone encorsetar la vida interior y no dejar lugar alguno para las “mociones del Espíritu”. Y por último, el principal inconveniente de este planteamiento es que cuando alguien no consigue cumplir las normas con las que debería “llenar” su vida interior, la única explicación posible es que “le falta generosidad”, “no sirve”,  “no es fiel” o “es un desamorado”, lo que provoca no pocas frustraciones en muchas almas.

 

Dicho lo anterior, mi experiencia personal es que el primer paso necesario para mantener una cierta vida espiritual después de pasar por el Opus Dei es purgarte interiormente y conseguir convencerte de que, contra lo que te han dicho, no has tirado tu vida por la borda, no te tienes por qué condenar y no has sido “otro Judas”. El segundo paso fue reconocer que la Iglesia no es lo mismo que el Opus Dei, y que la Iglesia Madre te quiere y en ella puedes encontrar a Dios sin que nadie te acuse de infidelidades ni de faltas de generosidad, ni te augure la infelicidad terrena y eterna. El tercer paso consistió en reordenarme interiormente y “desprogramarme”. El cuarto, comenzar tímidamente un acercamiento a Dios y aprender a confiar en su gracia y providencia. El quinto paso fue encontrar una mujer que me quiso y me ayudó a reencontrarme con Dios, y el sexto un sacerdote buen pastor que me ayudó a prepararme para el matrimonio y a acercarme a Dios. Luego ya vino un encarrilam¡ento de mi vida, con altibajos, y (contra la formación recibida en el Opus Dei) un convencerme de que la pujanza de mi vida interior no depende de cuántas cosas haga ni del cumplimiento exacto de unas normas. Ni eres magnífico cuando has conseguido ir a misa todos los días de una semana, ni eres un desastre cuando no lo has hecho. Para ello, ha resultado fundamental en mi caso contar con sacerdotes que me han guiado espiritualmente, con los que he hablado y confesado habitualmente para que me conozcan y, sin violentarme, me han ido ayudando no como el alfarero que da al cántaro la forma que él quiere, sino como el jardinero que abona y cuida cada planta según su necesidad, para que crezca conforme a sus propias características.

 

Respondiendo en concreto a Isa, y por si a alguien le sirve, mi vida interior (nutrida o no) y el trato con Dios lo intento cuidar actualmente, por ejemplo, confesando cada tres o cuatro o dos o cinco o una semanas, según los casos, procurando que sea con el mismo sacerdote. Asistiendo a misa los domingos y, en las ocasiones que puedo (o sé encontrar el hueco), durante la semana. Buscando ratos para tratar con Dios a solas: cuidando un rato de acción de gracias después de la comunión (sin medir si estoy diez minutos o veinte o tres) o intentando buscar ratos largos de oración los fines de semana, sobre todo los domingos (a veces media hora, a veces hora y media, a veces nada). Rezando en ocasiones Laudes o Vísperas con mi mujer o en una iglesia (sobre todo los fines de semana o en vacaciones). Meditando las lecturas de la misa y procurando leer escritos de espiritualidad y formación cuando puedo. Unas veces juntos el matrimonio y otras turnándome con mi mujer para que cada uno tenga esos ratos para ir a misa o rezar a solas, y siendo consciente de que con el trabajo que tengo y con ocho hijos no puedo llevar una vida demasiado ordenada, sin sentirme culpable por ello. Y en casa con los niños, procurando que cualquier ocasión sea motivo para dar gracias a Dios o para pedir por una necesidad concreta (nuestra o de los demás), acompañando a los niños en la preparación a los sacramentos, habándoles de Dios y de los santos, rezando a veces con ellos un misterio del Rosario, procurando que la familia esté abierta a los más necesitados ... Pero, sobre todo, teniendo en cuenta que todas estas cosas no son sino medios para conseguir tener trato personal con Dios y crecer en caridad hacia los demás, y que (pese a mi tendencia a pensar a veces lo contrario) lo importante no es que yo me sienta satisfecho con determinados logros concretos, sino que “todo es gracia”.

 

Esto no ha sido siempre así. Quizá tampoco lo sea en el futuro. Cada época tiene su afán, y se trata de intentar vivir, como dice san Pablo, “según el Espíritu” y no “bajo la Ley”. Y eso genera cierta inseguridad, porque pisas muchas veces terreno desconocido.

 

Con este planteamiento, reconozco que no puedo “medir” semanalmente mi vida interior. Que a veces me desoriento y no sé si hago lo correcto. Aun así, si miro hacia atrás con perspectiva,  doy gracias a Dios porque, aunque con titubeos y altibajos, me ha venido manteniendo en camino, con lo fundamental de mi vida orientado hacia Él. Y le doy gracias también por lo bueno que Él hizo en mí mientras estuve en el Opus Dei y gracias por darme la luz y la fuerza para abandonarlo. Y pido a Dios que me conceda el Cielo, a mí y a todos los hombres, porque sé que no lo tenemos garantizado por nuestras fuerzas o por nuestros méritos.

 

Un saludo,

Melqui

 









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