ANÉLDOTAS AL HIELO PICADO. Cap, 16 de 'Retablo de curiosidades'.- Satur
Fecha Sunday, 03 July 2005
Tema 100. Aspectos sociológicos


Unas cuantas anéldotas siempre son motivo de alegría, y más en días como estos del verano donde el calor puede hacernos caer en estados de apatía lagartijera .

 

Se aclara que en España la palabra “huevo” tiene miles de significados y acepciones. Puede ser una medida de cantidad (éste tío sabe un “güevo” de cine), de valentía (le echó “güevos “el tío), o de que importa nada el asunto (me importa un güevo), o que vale muchísimo (ha ganado un “güevo” de pasta), o que costó un sacrificio sobrehumano (me ha costado un “güevo” llegar a la final ), o de que se dice más o menos, sin precisión (lo digo a “güevo”, pero ése pesa 80 hilos ), también de cantidad (hemos comido un “güevo” )… a ésta última acepción se refiere el suceso que se relata a continuación.

 

Por supuesto, la palabra huevo aplicada en estos ejemplos se considera poco educada y sólo se reserva a conversaciones de taberna, de amigotes y como muy espontáneas. Así si Benedicto Décimo Sexto sale al balcón y dice “¡¡¡Peñaaaaaa de España, que sé que habéis venido un güevo de gente de Madrid!!!”, pues muy de mal. Sería el declive de toda una civilización...



Uno tendía hace años a pensar que las numerarias auxiliares eran seres humanos de una finura y espiritualidad cercana a la de los grandes místicos. No las veías, no las escuchabas, pero en los pocos segundos que advertías su presencia –al servir en el comedor, por ejemplo-, algo te decía en tu interior “estás con una SANTA”. Rodeadas de un halo de misterio que les hacía más hermosas, más inquietantemente espirituales, te aturdía poderlas escandalizarlas –aunque no oían, dicen– con algún comentario que pudiera herir sensibilidades que tratan de tú con Dios.

 

Y es el caso que estando en un colegio Mayor de la opus durante un curso anual donde, dicho sea de paso, creamos tres notas para toda España, a la hora de la pitanza teníamos que pasar por un self service. El self era de un diseño ideado por la mente de un tipo que debía de ser unicelular: una barra con una enorme tapia que impedía ver a las chicas que servían al otro lado, a cinco mil kilómetros. De ellas sólo se distinguía, en una delgada línea que formaba el final de la tapia y la barra, una manos que parecían las de “las manos mágicas te dirán la forma de aprendeeeer un nuevo truco que de magia eeeeees, y el resto depende de usted”. Para pedir cualquier cosa la peña se agachaba, se ponía en cuclillas, acercaba el morro a la línea y decía “póngame más salchichas, por favor”. No veías nada, por supuesto, pero te hacías oír.

 

Aquel día había de segundo huevos fritos con patatas. El que iba delante de mí se agacha, se acuclilla, introduce el morro en la delgada línea y demanda “póngame pocas patatas, por favor”. Efectivamente unas manos hacen aparecer un plato con dos huevos fritos y pocas patatas. Llego yo, me agacho, me acuclillo, meto el morrete y pido “a mí un huevo, por favor”. Y, efectivamente, una manos delicadas, con dedos como páginas de la guía de Palencia, sacan un hermoso plato blanco… ¡¡¡pero con un auténtico “GÚEVO” de patatas!!!. Una montaña de patatas fritas. Preferí no aclarar a nuestra hermana el error y dejarla feliz pensando en lo generosa que había sido con su hermano, al que le gustaban tanto las patatas. Y descubrí, tarde –como todo lo que he aprendido de las mujeres– que quizás además de santas son así como de calne y güeso.

 

Y es que de confusiones así hay un montón, un güevo de confusiones. En un colegio se fichó de profesor de inglés a un nativo. Un tipo rubio, maneras de marine, más cuadriculado que el que diseñó el self service, y con ganas de hacerlo muy bien. El hombre sabía que ese puesto podía ser la salvación de su vida, una vida nómada, entre academias, clases particulares, cursos de inglés, y ahora tenía la oportunidad de echar el ancla en un colegio top ten. El nativo no tenía ni faba de español, pero se aplicó en ello con un entusiasmo ejemplar. Iba con una agenda tomando notas de giros, de frases que se dejaban caer aquí y allá, en conversaciones desenfadas de patios, de tertulias de comedor, y preguntaba por su significado. El tío era muy paliza, la verdad.

 

Al año de estar allí alguien tuvo la brillante idea de elevarlo al grado de “preceptor”. Esto al tío le dio una gravedad very very. Hablaba con sus tutorados cada semana, les seguía con la profesionalidad y dedicación de un jardinero de cottage. Una máquina.

 

Un día tuvo su primera tutoría con padres, y no unos padres cualesquiera: él era el presidente y fundador de la mayor empresa del país en su género, y ella era la esposa: la cacatúa perfecta para hacer el anuncio ése de las pérdidas de orina. Y el jambo, unas horas antes de la entrevista, entra en el despacho de los profesores que dábamos clases a su tutorado .

 

Aclaración segunda: cuando unos profesores hablan de sus alumnos, cuando están solos, no acostumbran a decir “Juanito no está motivado”, o “Manolito es hiperactivo”, o “Jacobo tiene lateralidad cruzada del conquevo de la refractaria”. No, eso no va así: lo que se dice es “Juanito me tiene hasta los cojones”, o “Manolito es gilipopllas”, o Jacobo es más tonto que mear en un porrón”. Luego, durante la entrevista con los padres, uno ya sabe traducir los términos y convertirlos a Román Paladín.

 

Escribí que “uno ya sabe”… pues no. El tío de la Albión nos preguntó por el chavalín y nosotros, pues eso: que si era un vago de mieeeerda, que si nos tenía hasta los cojones porque era un pijo, que si  nace en verano sale botijo… Y el otro apuntando en la libretita – “no coráis, por favor, esperar poquitou que en libreita no puero escribir todou”-.Y nosotros, venga,a darle cera al crío. Y llega el urco, saluda  a los papis –el notas iba con un traje Emidio Tuchi recién estrenado, con la marca cosida en la manga– les invita a sentarse y, sin anestesia, les dice:

 

-         Los profesures no estar conchenchous de Javier. El de Sousiales dice que estar muy agilipolladou, y que no hace más que toucar cojones a peña…

-         ¿Perdón? –dice el papá de Javier.

-         Buenou, sí, es lo que dice el de Sousiales (que era yo, precisamente). Y el de Machemáchicas dice que es microcefálico.

-         ¿Cómo qué… -intenta preguntar la cacatúa con unos ojos que recordaban mucho a los de Betty Davis en La Loba.

 

La entrevista duró poco más. Los papis se fueron directos a dirección. Horas después estábamos tres profesores con el director donde escuchamos una de las broncas más magníficas que jamás se ha oído. Cuando vi la escena de los Intocables de Eliot Ness en la que Al Capone en una comida le machaca el cerebro a un tío con un bate de béisbol mientras habla de hacer equipo un escalofrío me vino, y el recuerdo de aquella bronca memorable.

 

En los colegios hay un encargo que todo chaval espera y celebra con alegría inmensa: el alumno de guardia.  No sé a quien se le ocurrió semejante encargo -¿el mismo del Self Service, quizás?-. Consistía eso del alumno de guardia en estar en una mesa en medio de un pasillo para realizar las tonterías que se le ocurriera a cualquier profesor: ir a por tiza, llevar los partes de asistencia,  “vigilar “la clase y apuntar en la pizarra a los malos mientras el profe iba a cambiar el aceite a las aceitunas… La verdad es que era una magnífica manera de perder el tiempo, no hacer nada, no pegar ni golpe y pasarlo guapamente. Por eso los chavales contaban los días que faltaban para ser alumno de guardia.

 

Los había espabilaillos, y los había más lerdos. Y cuando tocaba uno de estos, pues había algún profesor que disfrutaba para realizar pequeñas venganzas, sin que fuesen advertidas por el que pagaba la inocentada.

 

En uno de los colegios, éste que hablaba tan pijillo, el alumno de guardia disponía de teléfono: un teléfono por pabellón, tres alumnos de guardia. El cebo estaba en el alumno de Primaria, de unos diez años: gente buena. Y cuando se sabía que el alumno era del género “ameba en equilibrio” se llamaba desde otro pabellón. Había profesores que imitaban bastante bien voces de otros profesores y, era la clave, de uno de los subdirectores.

 

-         ¿Alumno de guardia?

-         Sí, señor.

-         ¿Quién eres?

-         Soy Poyales, señor.

-         Muy bien, Poyales. Mira, soy el señor Mernabo –el subdirector imitado-, acaba de llamar la esposa del señor  Menéndez (Menéndez era un hueso de sesenta años, a punto de jubilarse, un triste), comunícale ahora mismo que esté tranquilo que su abuela ha tenido un niño, y que todo ha ido magníficamente. ¿Entendido, Poyales?.

-         Perfectamente.

-         A ver, repítemelo.

-         Que le diga al Señor Menéndez que su abuela ha tenido un niño, que todo ha ido muy bien .

-         OK, Poyales, ¿y quién ha dado la noticia?.

-         Su esposa.

-         Venga, díselo, que el hombre estará preocupado.

 

Poyales  corre  hasta el pabellón de los mayores, llama a la puerta del aula de Menéndez  y dice emocionado, exultante, como el que da el mensaje del final de la Segunda Guerra Mundial

 

-         Señor Menéndez, que ha llamado su esposa que no se preocupe, que su abuela ha tenido un hijo y que todo ha ido muy bien…

 

Las risas todavía resuenan en las noches de luna llena sobre los patios y pasillos de la institución.

 

La mejor . quizás, fue el día que llama al alumno de guardia…

 

-         ¿Alumno de guardia?

-         ¡Sí señor?.

-         ¿Quién eres?.

-         Soy Poyales.

-         Muy bien, Poyales, soy el señor Mernabo. Mira acaba de llamar la hermana del señor Menéndez diciendo que viene esta tarde a ensayar la fiesta deportiva. Dice que vendrá con la Majoretes del Paseo de Gracia para ver por donde va el recorrido y no improvisar…

-         ¿Majoretes…?

-         Sí, Poyales, majoretes. La hermana del señor Menéndez es majorete y queremos que en la fiesta deportiva vayan ellas delante abriendo el desfile de los equipos. Así que vete a Dirección y se lo comunicas al director para que las atienda cuando lleguen, que yo no podré, que tengo Junta de Evaluación.

 

Excuso decir que si Menéndez tenía sesenta años, su hermana no le iría a la zaga. Imaginarla de majorete, con botas, gorro de plumas, minifalda blanca y bastón ya era  de traca.

 

-         ¿Entendido, Poyales?

-         Entendido, señor Mernabo.

-         A ver repítemelo…

 

Sale zingado el chaval a dirección, llama a la puerta y comunica jadeando la noticia. El director no estaba solo: se celebraba una reunión del APA. El dire escucha la noticia y no logra entender. Cortocircuito. La peña se mira perpleja.

 

-         A ver, repíteme lo que acabas de decir.

-         Pues que me ha dicho el señor Mernabo que por la tarde viene la hermana del señor Menéndez a ensayar con las majoretes del paseo de Gracia  para la fiesta deportiva.

-         ¡que- viene- la – hermana – del- señor ME NEN DEZ vestida – de MA JO RE TE…!

-         Sí, señor.

 

El dire intenta localizar a Mernabo, pero no está en el colegio. Desesperado, envía recado a Menéndez: quiere verle inmediatamente.

 

- Menéndez, ¿qué es eso de su hermana majorete que viene esta tarde a ensayar con otras majoretes para la fiesta deportiva?

- ¿Cómo qué de qué lo qué é…?

-         ¿Usted tiene una hermana majorete, Menéndez?

-         ¿Majorete?, ¿de esas que levantan la patita con minifalda?

-         ¡Joder, Menéndez, una majorete, que ya sabemos qué es eso, hombre!

-         Pero a qué viene esto…

 

Ayyyyy, días de locura:¡qué tiempos aquellos!.

 

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