CUATRO HUEVOS AL DIA. Cap. 31 de 'La ropa sucia...'.- Nachof
Fecha Friday, 24 June 2005
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


    En los últimos días del mes de junio,  la prelatura del Opus Dei organiza actividades llamadas internamente “convivencias” y “cursos anuales”, a los que asistentes sus fieles. Mi estancia de 34 años en la institución fundada por el Santo Marqués de Peralta me ha hecho vivir experiencias que cuando estás dentro te parecen que son excepciones y cuando sales te das cuenta de la gravedad de lo que te sucedió. Son hechos que no pueden pasar desapercibidos. Los escribo para que los padres se den cuenta de lo que pueden llegar a vivir sus hijos y no se lo cuenten, pues la censura de la dirección lo impide con preguntas que pueden llegar a ser tales como “¿Para qué les vas a hacer pasar un mal rato a tus padres? En todos los sitios pasan cosas así”.

 

   Para los que no han sido de la Obra del Santo Marqués y leen esta páginas debo aclarar que los llamados “cursos anuales”, de 25 días de duración, son solo para numerarios (célibes que viven en residencias) o agregados (célibes que viven con sus familias o en pensiones) que realizan los cursos internos de Filosofía y Teología, con vistas a la posible ordenación sacerdotal. Las convivencias pueden ser de agregados, que tienen una duración de 15 días, y de supernumerarios, que son de 7 días...



 De los hechos más duros en convivencias o cursos anuales que me tocó vivir como agregado del Opus Dei a lo largo de ,34 años, quizá uno de los más graves se produjo en el  Colegio del Prado de Madrid en el mes de julio de 1974. Residente en esta ciudad, mi cambio de aires se produjo a pocos kilómetros de mi casa. Las clases de los alumnos de Fomento de Centros de Enseñanza, vinculada al Opus Dei, fueron ocupadas por unos 70 agregados de toda España.

 

   Lo que más recuerdo de ese curso anual fue que llegamos a consumir cuatro huevos al día, de diversas formas: fritos en el desayuno; duros en ensaladilla a la hora del almuerzo; y en tortilla, a la hora de la cena. Consumíamos mucha ensaladilla. No tengo constancia de que el servicio de cocina de ese verano en el Colegio del Prado estuviera a cargo de las mujeres del Opus Dei,  pero supongo que alguna asociada  (entonces el Opus Dei era una asociación católica internacional de fieles) habría. Tales hechos –consumir cuatro huevos al día—me parecen una monstruosidad que va contra cualquier régimen alimenticio y, desde luego, dañó los hígados de las personas jóvenes que nos encontrábamos allí.

 

   Dos años más tarde, hice el curso anual en el Colegio del Romeral de Málaga, también perteneciente a una institución de centros escolares vinculada al Opus Dei. Me tocó dormir en un edificio anejo, cuyo nombre no recuerdo y que estaba dedicado a las actividades escolares de los niños con menos edad. Pues bien, dormíamos en habitaciones con ocho camas a ras del suelo. No teníamos perchas donde colgar la ropa y debíamos usar los cajones de armarios para guardar la ropa, lo que hacía que ésta se arrugara mucho.

 

   En el edificio donde me encontraba en Málaga, la zona de servicios no disponía de pasador ni cerradura. Eso te creaba una situación desagradable cada vez que tenías que cumplir con tus necesidades vitales. Para solucionar el problema,  se recurrió a usar el papel higiénico agujereado y atravesando el manillar de la puerta para indicar que dentro se encontraba un inquilino.

 

   El Colegio del Romeral tampoco disponía de duchas. Claro como era un colegio de niños y éstos venían duchados desde casa no se había previsto para nuestro curso anual. La solución era que, tan pronto como nos llamaban para levantarnos, nos poníamos un bañador e íbamos en comitiva hasta la piscina del centro escolar. Unos nos hacíamos un largo de piscina en sustitución de la ducha y otros un ancho. El director, que también tenía que acudir a la piscina para cumplir con el trámite de la supuesta ducha, vivía en la salida de entrada del centro. Su cama era un mueble que se tiraba al suelo. De dentro de él salía la cama plegable y el colchón.

 

   Terminó el curso anual. Tales noticias  que habíamos vivido los del mes de julio llegaron al gobierno de la Obra en España, en la calle Diego de León 14 de Madrid. Un buen día, apareció Rafael Solís, perteneciente a la comisión regional, y señaló que esa manera de vivir no pertenecía a nuestro espíritu. Inmediatamente los de agosto se trasladaron hasta el Colegio Mayor Albaicín de Granada. Han pasado casi 30 años de aquello. No se me olvida, pero deseo que quede aquí patente.

 

   Tales hechos que acabo de narrar hicieron que pusiera mi resistencia cada vez que debía  ir a u n curso anual en un centro de Fomento de Centros de Enseñanza o una institución parecida. No tenían condiciones de habitabilidad. Alguna vez oí como justificación que la Obra había crecido tanto que no disponía de lugares para formación y descanso de los suyos, por lo que los más jóvenes debían estar dispuestos a pasar por estas incomodidades. Otro día continuaré.

 

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