De apariciones y hechos extraordinarios. Cap. 12 'Retablo de...'.- Satur
Fecha Sunday, 05 June 2005
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Estaba en la cocina preparándome un delicioso bocata de fuet, queso, jamón de York, todo él bien untado de tomate, un diente de ajo desmenuzado, y acompañado de una lata fresquísima  de cerveza cuando ella entró. Ella es La Piedra.

 

-         Quiero hablar contigo –me dijo solemne

-         OK; termino de echar esto por el agujero de la cara y charlamos, amol –le contesté echándole varios perdigonazos de algo parecido a un embrudo de migas con cosas raras

 

Minutos después, con un kilito más, me dirigí a la sala de estar donde ella me esperaba de pie junto a la ventana. Era la viva imagen de una gran dama a punto de estallar. Esperando a Godot. Confié en poder estar a la altura del tema que iba a plantear. Me encomendé a San Pablo Miki y los Toni y puse cara de “soy tuyo, para ti nací, dime Piedra, ¿qué quieres de mi?”. Con ese careto he salido de situaciones muy difíciles. Temí lo peor, escuchar la única frase salida de sus labios que puede hacerme perder pie: "estoy esperando quintillizos… y no son tuyos”...



-         Aquí estoy, cielito, dispuesto a hablar –dije-. ¿Qué querías?.

-         Sabes muy bien lo que quería –me contestó-. Dejémoslo así.

 

Se dio la vuelta y marchó al dormitorio, sin duda para mirarse en un espejo que no le refleja, introducirse en el féretro, cerrar la tapa, juntar las manos sobre su pecho y dormir.

 

¡Hala!, y uno allí con cara de tontolaba preguntándose si será que volví a dejar la nevera abierta, o que olvidé sacar los zapatos a la terraza (¡¡¡qué alegres cantaban aquella mañana los pajaritos!!!) o, quizás, que ella regresó a casa y se encuentra que no hay nadie y está Rafaela Carrá con el sonoro a tuti plein cantando eso de “Fiesta, que fantástica, fantástica la fiesta…”. No sé. También podría ser que en la última salida a cenar con los amigos me pasé de Jacks Daniels y le pedí al baranda del bar de copas que me pusiera un CD que llevo en el coche: un recopilatorio de cantos gregorianos de la Abadía de Solesmes. Y allí me bailé un agarrado del “Ite ad Joseph” con alguien que ahora no sabría definir exactamente. Alguien que tenía un enorme parecido a Magdeleine Albright hasta el moño de Hemoal, creo…¡Yo que sé!. Y sí que recuerdo que la cara de la Piedra al verme bailando todo serio era como muy chunga, pero pensé que le habría sentado mal algo -¡cosas de mujeres!.

 

Trasladé a un amigo mis zozobras con La Piedra.

 

-         Es hora de que hagas un viaje con ella, que descanséis, que hagáis un alto en el camino. Tu mujer necesita que le dediques tiempo.

 

Me gustó la idea de mi amigo que, por cierto, trabaja en una agencia de viajes, y nos fuimos los dos a pasar unos días lejos de todo. Cuando escribo los dos no me refiero a mi amigo y yo, quede claro. ¿No me  he tragado cientos de cursos de retiro de cinco días sin rechistar?, pues, venga, con La Piedra a pasalo guapamente.

 

Esa es la razón de no haber escrito estos días en Orejas. Estaba en el féretro, dejándome morder, apuñalando su corazón con mi cuchillo de plata, sobrevolando la noche con nuestras capas negras, limpiando colmillo. ¡¡¡Wakawakaaaaaaa!!!

 

Repaso Orejas y disfruto leyendo nuevas aportaciones, algunas de nivel que te rilas, como la de Choza y la cosa sexual, o la de  Esquivias  sobre la dirección espiritual, las aportaciones de Marytepé al mundo de san Gabriel y, en fin, todo lo que se ha publicado estos días.

 

Leyendo a Juan Diego –gracias por lo que escribes de mi, yo también te quiero, manito–  y toda la historia esa del sacerdote y su encuentro con la cabra luciferina me preguntaba como puede ser que en una institución que dice no hay plazas de tontos, con unos tipos que se afirma de ellos que son la aristocracia de la inteligencia, pueden caer en creerse a pie juntillas los cuentos más increíbles. Cuela todo. Y cuela a pequeños y grandes, hombres y mujeres, obispos y teólogas, a todos en contri seres humanos (in tanti contri ergo humanun sum criaturas ad conversionem).

 

Pozí, asín es. Y basta que uno cuente que una supernumeraria se encontró a San Josemaría acostando a sus hijos porque la probre no había podido ir a Misa y la muy bruta va, encomienda al santo a sus hijos y se larga a ver qué pasa. O el sacerdote que se encuentra al santo confesando en su confesionario. O el supernumerario que, se dice, tiene alocuciones eucarísticas en la acción de gracias que le duran horas. O aquel sacerdote que, se comenta en los pasillos, ve a Nuestra Señora y habla con Ella…

 

A éste le conocí. Efectivamente, la verdad es que el hombre hablaba en voz alta, cuando estaba a solas en su habitación, con La Virgen. Soy testigo porque lo sufrí: era su vecino de pared. No se cortaba un pelo y a mi me tenía más que acojonado: hiperacojonado. Estaba convencido de que a un metro de mi María y Don Ándale hablaban y hablaban, aunque sólo se le escuchaba a él. Tanto sufrí que en varias ocasiones me propuse sorprenderles para serenar mis nervios y salir de dudas. Un día llamé; Don Ándale dijo “adelanteeee”, y nada. Allí no había nadie. Ni tampoco ese olor que, dicen, se desprende en lugares donde la Virgen ha estado.

 

En mi paranoia creí que si llamaba les daba tiempo a que la visión desapareciera así que decidí abrir la puerta y sorprenderle en plena alocución o locuela, como la madre de San Josemaría cuando le sorprendió a éste con la Madre de Dios. Esperé a que comenzara su charla habitual y, pimba, abro la puerta como si hubiese confundido la habitación.

 

Nunca olvidaré el careto de es hombre, el respingo que dio: en pijama, despeinado panocha, ojos alechugados que me miraban como si fuera el espectro de Búster Keaton. Pero ni rastro de la Virgen.

 

Nunca salí de dudas.

 

Estas historias, y más increíbles, se cuentan y transmiten con una velocidad fantástica: de tertulia en tertulia, de charla en charla, de confidencia en confidencia, de meditación en meditación… miles de Tarzanes de liana en liana llevando de aquí para allá milagros, favores, hechos extraordinarios y actos sobrenaturales de primer orden.

 

Es la anónima necesidad que todos tenemos de “tocar” la fe, como sea, aun a costa de dejarnos engañar. Incluso sabiendo que no es verdad. Es querer un certificado de que estamos en el verdadero camino hacia la santidad. Estamos “con los buenos”, vivo en la verdad y Dios está conmigo. No me bastan los bienes más humildes, esos que nos acompañan todos los días: el trabajo diario, el sueldecillo que me gano para ir tirando, soportar al vecino, cultivar al amigo y, en fin, vivir la puta vida, tan maja ella. No basta con descubrir que en esa vida, tan normal, hay algo sagrado, más que un pretendido milagro. Y se busca un atajo que me demuestre que sí, que voy cojonudamente, que no hay misterios ni intimidades intuidas: que “toco a Dios” .Y se necesita saber que hay Niños Jesuses que reviven, imágenes que sonríen, custodios que hacen favores a saco,  muertas que resucitan para advertirnos que “no recéis por mi porque no fui sincera en la charla y ahora vivo un castigo que merezco… escarmentad, hermanas”. Y, claro, a quien se le ocurre no contar que merendaba los sábados, y que se ponía hasta el culo de caramelos Sugus de Suchard. Hala, pues a joderse, por no ser sincera.

 

Al final de ese camino, que es una mentira mezcla de histeria y superstición, disminuye el vínculo en la tensión que todos tenemos entre el ser y el tener. En último término, la fe que no procede de una vida vivida en la normalidad, que se adorna de milagros, favores y hechos extraordinarios que salen de la chistera de un mago vestido de sacerdote, de monje o de laico comprometido, es sólo un talismán anónimo, que lo consigue todo, pero hiriendo de muerte todo lo que toca: maridos, esposas, hijos, amigos, trabajo y supuestas santidades.

 

Podrán reunir en un solo ramo todas las flores del mundo -de plástico-,pero serán incapaces de hacer brotar la más humilde violeta. Vaciarán todas las floristerías de milagros y hechos sobrenaturales, pero no tendrán ni puta idea de lo que es la alegría del jardinero… ése que sí sabe lo que es “un milagro” de verdad. Ciento por ciento milagro.

 

En un comité directivo de un colegio se llegó a la conclusión, con un convencimiento maravillosamente estúpìdo, de que el problema que había allí era “que el diablo había metido el rabo y estaba enredando”. Y no había quien les sacara de allí.

 

-         Pero, bueno, no será eso…

-         Que sí, que sí, convéncete, que el diablo ha metido el rabo. Esto es cosa de Satanás.

 

Y no eran los únicos. Conocí un encargado de casas de convivencias, un tipo original e irrepetible, con nombre de muñeco de ventríloco que merecerá un capítulo para él sólo, y que cuando había algún problema, fuera del tipo que fuera, siempre decía “es el diablo, Satur, es el diablo, que aquí pasan cosas muy raras”. Y lo decía más que convencido.

 

La verdad es que era un recurso que de vez en cuando escuchabas en bastantes de los de la opus: el diablo está metiendo el rabo.

 

Vamos, hombre, le digo yo al director de mi empresa que no se cumplen los objetivos porque el diablo está metiendo el rabo y el tío me pega una tortazo a mano abierta que veo al coro de la Abadía de Solesmes vestidos de primera Comunión cantando con la voz de los Bee Gees “freres aqué, freres aque, donevú, donevú, sonelepatine, sonelepatine, din don, din don…”

 

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