Retablo de Curiosidades (X).- Satur
Fecha Sunday, 15 May 2005
Tema 010. Testimonios


UN NUMERARIO EN APUROS

 

Se puso de moda en las convivencias de El Poblado organizar excursiones a los Cañones del río Vero y a los Oscuros del Mascún. Lugares de una belleza extraordinaria, fantástica en sus formas, y con ese puntillo de aventura y riesgo que los hace inolvidables. Bajar esos cañones donde el río durante millones años ha excavado la roca como si fuera mantequilla, encajonado en murallas gigantescas, donde el sol apenas acaricia las aguas, entre “Oscuros” que parecen la guarida de Gollum, era una experiencia más que divertida. Horas saltando entre rocas, zambulléndote desde un saliente en una pequeña y fresquísima poza, dejándote arrastrar por una corriente brava que corre entre sinuosas curvas calcáreas, buceando cuevas donde parece que has vuelto al seno de Gea, mamá Tierra, rodeado de una humedad que recuerda a la del líquido seminiolílitico, o como se escriba eso. El regreso al barro primordial. ¡Una experiencia difícil de transmitir!

 

En principio no era peligrosa la excursión pero...



había que andar atento en la entrada del Cañón donde se avisaba de peligro de tormentas. No de tormentas en esa zona, sino en el Pirineo, a cuarenta kilómetros de allí. En tan sólo dos horas las aguas bajaban bravísimas y salvajes desde las montañas y se encajonaban en el Cañón convirtiéndose en minutos en  una trampa mortal: la estrechez de los Oscuros hacía que subiera el nivel del río, y con una fuerza imposible de resistir por muy en forma que se estuviera. Más de uno no ha regresado del Mascún.

 

Y es el caso que cuatro numerarios decidieron ir de excursión en un curso anual a los Oscuros del Mascún. Y no se percataron del aviso de tormenta del patín de la baraja que se anunciaba en la entrada del Cañón, y allá que se fueron pertrechados tan sólo de un traje de baño de media caña y unas zapatillas deportivas cantando eso de “¡adelante sin miedo no miréis patrás!...”. Y cuando estaban a mitad de recorrido de los Oscuros, en una zona estrecha, entre paredes inexpugnables, oyen un ruido feroz a sus espaldas y comprueban que una masa de agua marrón salvaje y desfasada se les acerca y atrapa.  Con la rapidez que sólo da el miedo suben a una enorme roca que pronto se convierte en una pequeña isla en medio de aguas turbulentas que aquí y allá chocan contra todo.

 

-         ¿Qué  hacemos? -pregunta el que hace cabeza– esto va a seguir subiendo y…

 

Observan que un poco más abajo el Cañón se abre en una curva y que allí es posible salir a tierra abierta.

 

-         Voy a dejarme arrastrar por la corriente hasta ese recodo -comenta otro de ojos achinados- y aprovechando la fuerza centrípeta el río me expulsará a tierra y voy a pedir ayuda al pueblo.

-         Ok; inténtalo. Nosotros encomendamos, y si es fácil te seguimos.

-         Encomienda.

-         Encomiendo.

-         Yo también encomiendo –añade un tercero.

-         Y yo –comenta el cuarto-. Yo encomiendo que no veas.

-         Y yo –exclama una trucha que estaba oculta debajo de una piedra.

-         Pas (hay gente que dice “pas” en lugar de “pax”).

-         In aeternum (nunca mejor dicho)

 

Nuestro héroe reza un avemaría y en la parte de “ahora y en la hora de nuestra muerte” dice “ahora, y en la hora de ÉSTA muerte”, y se zambulle en las bravas aguas.

 

Bravas aguas que le subsumen, le hacen desaparecer a la vista de sus hermanos, y allá abajo, le voltean, le garrapiñan, le centrifugan de lado, de espaldas, de culo, de cúbito supino, de cúbito pronoto, de cúbito derrepenete… le zarandean como un muñeco, le golpean contra las rocas. Y el tío que nada, que no sale en el recodo, que no le centripetan. El tío sigue en el interior de toda esa masa de agua sin saber ya ni quién es, ni de donde viene, ni a donde va, ni que é lo que é, ni ná de ná.

 

-         ¡¡¡Fumanchúúú!!! –gritan los de la isla- ¡Éste tío se ha matado!

 

El río, harto de arrastrar al chino, lo gomita en otro recodo a cientos de metros de los de la isla. El hombre está aturdido. Tirado como un pollito mojado jadea en la orilla, tose, escupe, chorrea, bocanea, e intenta saber qué hace allí, y cual es el encargo que le han dado. Entonces se observa detenidamente a sí mismo y se pregunta “vamos a ver, si yo no me llamo Curro Jiménez, ¿cómo es que tengo un TRABUCO tan grande?”. Y es que entre tantas revueltas y más revueltas, el río le había despojado del bañador. Caronte, el barquero, le había cobrado la limosna de esa prenda a cambio de su vida.

 

Sí: estaba en pelota picada. Con zapatillas, pero con la misma impresión que Adán cuando mordió la manzana y Eva le preguntó “ ¿y ese ciruelo, desde cuándo lo tienes?”. Y Adán, todo rojo,  “¡andanda!, pues que no lo sé, oye”. El bañador a esas alturas  estaba en la confluencia del Vero con el Cinca.

 

He aquí un auténtico dilema moral. He aquí la santidad puesta en crisis. He aquí una de esas pruebas que nos envía la Providencia como. miles de años antes, Dios hizo con Abraham –ése que le llamaban así porque llegaba todos los días tarde a casa y no tenía llave y  mamporreaba la puerta gritando “¡¡¡Abrááán, Abrááán!!!”… y con ese nombre se quedó. Por palizas.

 

“ ¿Qué hago? -se pregunta angustiado nuestro atribulado ser humano: ¿me voy en pelotas por los campos hasta el pueblo, como el de Gerasa, y pido ayuda para mis hermanos que están apunto de perecer?; ¿voy en busca del bañador y regreso después?; ¿decido quedarme por estos páramos dedicando mis días al ayuno, a la oración y a la vida eremita? Enorme las dudas de esa pobre alma que sufre y que no sabe qué decidir: si sigue el 6º mandamiento –lo que significa la muerte de los desdichados que ha dejado a merced de la brutal naturaleza- o, por el contrario, se aferra a la norma de la Caridad, que borrará la muchedumbre de su pecados.

 

Vence la Caridad y se decide a subir una pendiente de media hora de camino sin senda, entre abrojos, espinos, piedras y “quédateconmigo”, esas plantas con púas que te agarran de la ropa –si se anda entre ellas con ropa– y parecen querer retenerte. Y sufre en silencio los pinchazos en su piel sólo acariciada antes  por las suaves manos de su madre, hace muchos años.

 

Se acerca al pueblecito de Alquezar. Está como un auténtico Ecce Homo: sólo le falta la corona de espinas y la clámide –que para sí quisiera. Reza, encomienda encontrarse en la primera casa con un viejete que pueda prestarle un modesto pantalón de pana negra, pero, quiá, el pueblo entero está a esas horas en la calle, tomando la fresca, de tertulia, repleto de excursionistas y de aventureros que en la terraza de un bar toman unas cervezas mientras comentan la jornada. Arranca una rama de un arbusto, se la coloca en salva sea la parte y, todo coloradote, se planta en medio de la plaza y grita “¡¡¡por favor, por favor, hay unos compañeros que están aislados en el cañón y necesitan ayuda!!!.

 

La peña le mira con absoluto desconcierto y perplejidad mayúscula, incluso alguno con envidia. Una ancianita suspira sentada en una sillita pensando, quizás, en otros tiempos, cuando Honorio era un campeón. Hay quien le hace fotos. Y le socorren, auxilian y dan pomada. Llaman a la Guardia  Civil que acompaña a nuestro fiel amigo hasta donde están apunto de perecer sus hermanos. Tan sólo se apoyan cada uno en un pie, como aves zancudas, sobre la roca que está en un plis de ser cubierta por las aguas. Curiosamente cada uno lleva un rosario de dedo entre sus idems.

 

Con una polea y una sirga lograron rescatarlos. Alborozados y festivos se abrazaron celebrando el reencuentro.

 

-         ¿Y ese pantalón tan hortera y esa camisa de flores?; ¿no llevabas un trajedebaño? O sea, que encima de que estábamos jodidos vas tú y te dedicas a comprar ropa en el pueblo –le dice el que hace cabeza.

-         Bueno… es una historia muy larga de contar. Pertenece al fuero interno, ya sabes.

 

El tiempo pasa y olvidamos muchas historias. Es probable que a estas alturas, veinte años después de ésta que aquí se ha contado, sus protagonistas no recuerden el día que aquel hombre, Fumanchú, les salvó de una muerte segura. Dio su vida, su honor, su pudor y vergüenza por esas almas desagradecidas. Y se hablarán de otros milagros, de otras proezas y de otras hazañas. Se canonizarán santos por mucho menos, y mártires. Pero esa santidad heroica y escondida de nuestro hombre quedará para siempre esculpida en el silencio de los Oscuros del Mascún. Y en el corazón de Dios.

El Vero

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