Retablo de Curiosidades (VIII).- Satur
Fecha Wednesday, 04 May 2005
Tema 070. Costumbres y Praxis


CONCIENCIAS ALGO CONFUNDIDAS

 

Me decía un amiguete de la güels que sería interesante tratar el asunto de la deformación de algunas conciencias en la opus, y no en la opus, donde uno se pierde en medio de tanta maraña de criterios, normas, de spíritus y costumbres  aquí y allá , como lianas y enredaderas de una selva espiritual voraz y  magníficamente trepadora, hasta quedar atrapado sin saber exactamente qué es lo que está bien, lo que está mal, lo que es una tontería, lo que es hermoso, lo que es feo, lo que  es una debilidad, lo que es una pasión, lo que es una enfermedad, lo que es una gilipollez, lo que es un milagro, lo que es una histeria: hasta no saber donde está uno realmente y confundir,  y confundirse.

 

Sorprende encontrarte con alguien que tiene las cosas claras. Conocí hace unos meses una dominicana que en pleno mediodía hacía autostop a la salida de un pequeño pueblo de Castilla. Iba andando aceleradamente por el arcén con una pequeña maleta y unas pintas que no dejaba duda alguna de su profesión. Prostritrutra, como la de Babilonia.  Hacía un frío que pelaba la pava, y no era difícil imaginar el que debía de estar pasando la mulatilla. Paré...



Efectivamente, la chica huía de un puticlús de un pueblo de mala muerte y pedía ser llevada a una estación de autobuses donde iría desde allí a otra ciudad, a otro puticlús, donde una amiga le había prometido El Dorado: más nivel, más guita, y clientes urbanos, nada de primitivos agrícolas, babosos y con unas manos como cazos. Le acompañé hasta la estación y, encima, me sacó de gratis el billete. Durante el trayecto charlamos de todo un poco. De seguida un algo apostólico emergió de mi interior. Pensé “joder, como conviertas a una de éstas pasas la historia: el que salva un alma tiene su alma salvada… ¿Y si se bautiza, y luego se hace monja y funda una orden de ayudas  a las Rameras del Gólgota y de Gerasa?”. Y, claro, yo emocionado y como transido. Le pregunté.

 

-         Pero, chica, ¿tú sabes lo que quieres?, ¿sabes dónde vas en la vida?, ¿sabes el sentido que quieres darle a tus años?.

-         Pues claro que sí, mi amor –contestó sin dudarlo ni un segundo. Busco al hombre perfecto y sé que lo encontraré…

-         Si me buscas a mi –creí, en mi fatuidad, que ese hombre perfecto era YO- que sepas que éste anillo pertenece a una mujer que me espera.

-         ¿Tú?. No, saborysón, mi hombre perfecto tiene las medidas 80-3-10.

-         ¿80-3-10?...

-         Sí ochenta años, tres infartos y diez millones de leuros, amor. Busco un viehito que me saque de pobre.

 

Eso es tener la ideas claras y lo demás son leches.

 

No sé en qué novela de Ferlosio o de Delibes al protagonista le sucede un hecho terrible que viene a cuento de lo que aquí se trata. Y es que el jambo se masturba una noche y al día siguiente estalla la Guerra Civil en España. El hombre está convencido de que todos esos muertos, todas las barbaridades que allí sucedieron, toda esa carnicería,  fue por culpa de su pecado solitario. Tiene la certeza de que esa masturbación provocó la  ira de Dios y que si no hubiese caído en la tentación no se hubiese desarrollado aquella guerra fratricida. Un millón de muertos – ¡un millón!- sobre su cabeza, por su culpa.

 

El drama de ese tipo es de una enormidad psicológica, de un peso interior, que asusta y, simultáneamente, uno no puede menos que compadecerle.   

 

Cuando eso le pasa a uno, pues se entiende que es algo personal, que el tío está cortocircuitado… pero cuando eso le sucede a unos cuantos, quizás, el problema nace de unos modos de formar que se siembran en personalidades escrupulosas, obsesivas, rígidas. Quizás los propios que forman son también gente como el código de barras de leche El Castillo y, claro, se arma. El notas que llama a tu puerta a las dos de la madrugada con los ojos desorbitados, despeinado, angustiado, preguntando si tienes agua bendita; el jambo que sufre viendo cómo enciende las velicas en el oratorio un urco que va con la cerilla apurada apunto de quemarse el pulgar y el índice porque prende primero la más cercana al Sagrario por la izquierda, genuflexión, y se dirige a la más cercana al Sagrario por la derecha, genuflexión, corre a  por el segundo cirio más cercano al Sagrario por la izquierda, genuflexión, esprinta a la segunda vela más cercana al Sagrario por la derecha, genuflexión, vuela a  por la tercera más lejana al Sagrario por la izquierda, genuflexión (todos en el oratorio encomendando -¡que se quema, que se quema!), se despatarra a por la tercera y última vela por la derecha… ¡¡¡conseguido!!!. Y deja algo parecido a una mosca quemada en la bandejita junto a la caja de cerillas encajada en un estuchín de plata. Y el jambo que sufre, pimba, le casca una corrección fraterna explicándole que primero por la derecha desde la más cercana al Sagrario hasta la más lejana y después, previa genuflexión, las de la izquierda  con el mismo criterio–hay auténticos especialistas en correcciones fraternas de cómo se encienden las velas en el oratorio: ¡no pasan una!.

 

El supernumerario que su mujer no aguanta que haga las normas delante de ella y en los viajes, al repostar en una gasolinera, se encierra en el lavabo, saca un evangelio en miniatura y lee los cinco minutos de rigor. El otro que exige en los hoteles que le quiten la televisión porque, afirma, tiene tentaciones de pureza. Y el recepcionista que le aconseja que la desenchufe, y el Goretti que no, que se la quiten, que él ya sabe lo que le pasa después, que a usted no le tengo que dar explicaciones… y lo cuenta como una auténtica virtud heroica, y hay quien piensa “estoy delante de un alma delicada”. Estás delante de un tío más sonao que el pecho de King Kong.

 

El  que te hace una corrección fraterna “es que el año pasado coincidí contigo en un curso anual y contaste las mismas anécdotas que ayer y, la verdad, cambias algunas cosas. Se parecen, sí, pero hay detalles que los cambias, y eso son mentiras, pequeñitas, pero mentiras, y la mentira es un pecado venial que, como decía nuestro Padre, hemos de tener horror del pecado mortal y también del venial deliberado”. ¡Hala, tócate los cojones!. Y a callar. Para meterle el brazo por la boca hasta el agujero del culo, sacar el dedico, y darle la vuelta como un calcetín, como decía nuestro Padre, por cierto.

 

El que despierta al cura a las cinco de la madrugada “¿me puede confesar?” es que estoy en pecado mortal “; y es que  el sacerdote, muy solícito y muy disponible, ha dicho en la meditación “estoy para lo que queráis, a cualquier hora… ¡¡¡a cualquier hora!!!”. Con que a cualquier hora, ¿eh?, pues toma, a las cinco de la madrugada.

 

El que está viendo a Humprey Bogart besando a ese pedazo de mujer que se llama Lauren Bacall y dice “cambia… que cambies… ¡quieres cambiaaaar!”. Y a uno le dan ganas de proponerle que vea las películas con una jarra de agua fría con mucho hielo picado y que de vez en cuando se abra el pantalón y, venga, una chorrico pa dentro.

 

El que llora porque tiene malos pensamientos con una imagen de Nuestra Señora, el que te monta un pollo porque no entiende que se canten canciones de Joaquín Sabina -¡unidad de vida, hay que formar en la unidad de vida!-. El que hace una guerra en una convivencia porque la que sirve en el comedor se le transparentan las bragas al pasar delante de un ventanal (realmente el problema no era que se le transparentaran las playtex, el problema es que la señora tenía un culo que no se sabía si compraba nalgas o vendía mollares). El que advierte que has tomado café por la mañana antes de Misa –hay centros que el comedor a primera hora es lo más parecido a la Santa Compaña, todos en pijama, despeinados, en silencio, preparándose un café -y comprueba escandalizado que has comulgado cincuenta y cinco minutos después de sorber la taza, que más es medicina que placer, y te comunica que debes confesarte porque has roto el ayuno eucarístico que está penado por la Iglesia como grave… Y así hasta el infinito y más allá.

 

Mala señal cuando se necesitan de cientos de criterios para formar hombres y mujeres con criterio. Criterios que se incrustan en cabezas que necesitan de semáforos, señales de tráfico que les aseguren si van bien o mal. Y, sin encambio, nada hay más inestable que las opiniones, los entusiasmos y los ideales del espíritu. En general nuestras pasiones carnales, nuestros hábitos físicos, son más sólidos que las sombras que pueblan el mundo de nuestra razón. Se descubre la fidelidad, y el amor, cuando está enraizada en nuestro cuerpo. Lo más inconstante en nosotros es el yo, siempre hambriento, con su orgullo, su curiosidad, su sed insaciable de nuevos ídolos. Se es más fiel no cuando se piensa mejor, sino cuando se siente más profundamente. Y sentir, lo que se dice sentir, se siente con el cuerpo y, a partir de él, esa sensibilidad conecta con la del espíritu. Por eso lo verdaderamente espiritual tiene más afinidades y está más en sintonía con lo sensible que con lo intelectual, y se graba más fácilmente en una emoción corporal auténtica que en una opinión intelectual, o en un criterio que sólo se fija por vía de razonamientos tan insípidos como una cuchara.

 

Curiosamente, tantos años allá dentro dejan su huella. También en uno. A mi me costaría horrores comulgar en la mano, aún sabiendo que no infrinjo ninguna ley. Y más de una vez he pensado hacerlo, pero nada, que no me atrevo. En algún lugar de mi cerebro está ese chip y no hay modo de extirparlo. Y en ocasiones, cuando estoy en la fila, mientras cantamos eso de “Jesús tú eres mi mejor amigo, sí” plas, plas, plas (aplausos), y delante de mi hay un señor de doscientos quince años, un papiro, y observo que el sacerdote que imparte la Sagrada Forma es otro anciano de setecientos dieciséis años, con un parkinson horrible, y que el abuelito que me precede al tomar la Comunión le pega un lametón a los dedos del presbítero que casi le leva la cara, me digo “macho, pon la mano, que aquí la coges del treinta y tres”. Y cuando voy a extender la mano izquierda, depositada sobre la derecha, así, de repenete, de pronoto, pimba, saco la lengua, y siento que unos dedos húmedos, temblorosos, hurgan el interior de mi boca mientras intento contestar a “Corpus Christi” con un “Abéddddnnjjj! más patético que piadoso.

 

Y que no puedo, oye. Que no puedo.

 

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