La reforma del Opus Dei (V).- José Carlos
Fecha Sunday, 24 April 2005
Tema 070. Costumbres y Praxis


5. Voluntad de consenso

 

La historia moderna de España no se distingue precisamente por haber sido un parangón de concordia y tolerancia.  Las guerras carlistas, sucesivas proclamas republicanas y restauraciones monárquicas, golpes de estado, la cruenta contienda civil, dictaduras varias, revoluciones y revanchismos se han sucedido en el turbulento devenir de los últimos dos siglos.  En ese contexto, adquiere aún mayor relieve significativo la proeza lograda en los albores del presente régimen...



Apenas elegida la legislatura constituyente en 1977, los arquitectos de la transición – ante todo, el centrista Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el líder de la oposición Felipe González, con el beneplácito del Rey – acordaron que para asegurar la paz y convivencia de todos los españoles no había más remedio que encontrar el consenso de las grandes fuerzas que gobernaban el país.  En los famosos Pactos de la Moncloa, unos y otros negociaron en aras de un objetivo común, y se vieron cosas inauditas: los socialistas acataban – no atacaban – la Monarquía, renunciando a su tradición republicana; la democracia cristiana aceptaba lenguaje ambiguo que pudiera dar entrada al aborto; los centralistas otorgaban carta blanca a las aspiraciones autonómicas de las diversas regiones españolas, y éstas cedían el soberanismo…  así se elaboró un documento, aprobado por la inmensa mayoría de la población, que enmarcaba lo que ha sido uno de los más impresionantes periodos de paz y prosperidad en España, sólo rotas en momentos puntuales por la violencia de los que prefirieron quedarse al margen del gran acuerdo constitucional.

 

Conociendo cómo somos, representaba un difícil y arduo objetivo, a duras penas conseguido; casi tan difícil y arduo como lograr que juntos podamos impulsar un proceso de reforma en el Opus Dei.

 

Somos muy distintos, y hemos vivido variadas experiencias: pero estoy convencido de que podemos coincidir en un objetivo común.  Esta web tiene ante sí la gran oportunidad de catalizar un movimiento que se proponga mejorar la forma de hacer las cosas en el Opus Dei: hacer lo posible para que no se repitan, en otros, las tristes historias que leemos en estas páginas.

 

Para ello, hemos de demostrar que los que pensamos que las cosas pueden mejorar no somos una exigua minoría de insatisfechos y marginados, una simple consecuencia de las inevitables imperfecciones humanas: es fundamental que si se redacta un documento como el que he indicado en los capítulos III y IV, y se presenta a la autoridad competente (II), venga respaldado por un nutrido grupo de ex-miembros.

 

¿Cuántos?  Es difícil decir, pero cuantos más mejor.  ¿Mil, cinco mil, diez mil?  Se dice pronto: pero si cada uno conocemos, pongamos por media, a 40 ex-miembros, asumiendo que podemos localizar a la mitad, y en un buen día les leen a Satur o a Jacinto Choza 500 personas, ahí mismo podemos tener acceso a diez mil firmas.

 

Claro que para que todos quieran firmar un documento así, hay que hacer lo posible para que sea aceptable a la gran mayoría, en aras de la meta común.  De ahí la voluntad de consenso.

 

Tendremos que ceder todos: los que una vez llamé “abolicionistas” (15-XI-04), porque querrían ver a la Obra suprimida; los que guardamos cariño y agradecimiento por lo bueno recibido; los que han superado su pasado, y no quieren tener nada que ver con la institución; los que han sufrido lo indecible, y exigen justicia; y todos aquellos (¿la mayoría silenciosa?) que no se pronuncian en foros de este tipo.

 

Creo que en una página como opuslibros, por su propia naturaleza, predominan los que más se oponen al Opus Dei: pero eso no quiere decir que representen la mayoría en el universo de los ex-miembros.  No digo que no lo sean, sino que por el sesgo de la muestra es difícil establecerlo a nivel sociológico.

 

De entre los que escriben aquí, recientemente Idiota (17-IV) ha articulado el punto de vista de los que voy a llamar “el ala radical” (de radix, raíz): aduce que las raíces del Opus Dei están viciadas, y por eso no vale la pena gastarse en intentar podar las ramas.

 

El problema que yo tengo con ese argumento, por seguir su analogía, es que un árbol con raíces podridas no da frutos en sazón: y en mi experiencia con la Obra – y creo que con toda objetividad, muchos estaréis de acuerdo – sí que hay algunos frutos sabrosos, de personas entregadas, felices, buenas como el pan.  No se han corrompido.  Y no puedo negar, porque lo he visto, que gracias a la Obra hay personas que recobran la fe, vuelven a los sacramentos, o deciden hacer algo generoso por el prójimo.  Conozco a varias, como ya he dicho otras veces.

 

Pregunta Jesús F. (20-IV): sí, pero ¿qué me dices de todos los que escriben aquí, de todos los que nos hemos ido?  ¿Dónde dejas nuestras experiencias?

 

Por supuesto que en ese árbol de la Obra hay cosas que no van, y dan lugar a que unas ramas se sequen y otros frutos se caigan: pero la presencia de ambos tipos de fruto indica no que las raíces estén viciadas – pues eso arruinaría al árbol entero –, sino que hay otros problemas – infecciones, musgo, secciones del tronco agostadas, tipo de fertilizante – que hacen que parte del árbol no crezca como debería.  Incluso hiedra superflua que creció en vida del Fundador, y que se puede arrancar con toda paz: ahí quedan los pantalones de las numerarias y la participación de los laicos en las lecturas de la misa, por ejemplo.  A fumigar las infecciones, limpiar el musgo, erradicar la hiedra, podar lo que no sirve, mejorar el fertilizante, retirar los injertos que no cuajan y apoyar en lo posible a los miembros frágiles, se dirige mi propuesta.

 

¿Qué incentivo tiene, para el ala radical, una iniciativa de este tipo?  Simplemente que la alternativa es el status quo.  Sé que a todos nos preocupa, con la solidaridad que se respira en estas páginas, lo que pueda acontecer a miembros presentes y futuros: su felicidad y su realización como personas.  Pero como ya dije en el primer capítulo, una reforma endógena es poco probable, por la tendencia interna al inmovilismo; posibles acciones legislativas o judiciales están limitadas en cuanto a materia y jurisdicción; y la vía canónica necesita un motor que promueva la toma de conciencia.

 

¿Y en qué cederemos “el ala de jardinería,” los que nos fijamos sobre todo en las flores y frutos que hemos visto en algunas partes del árbol?  No cabe duda de que la redacción de un dossier que analice y documente sistemáticamente todo lo que ha podido perjudicar a cada ex-miembro de la Obra que participe en su elaboración, será una empresa dolorosa para nosotros; y se recogerán – por lo que uno puede anticipar de la composición del grupo de redactores implicados en sacar adelante el proyecto – opiniones con las que no estaremos de acuerdo.  Pero creo que, con voluntad de consenso y en aras del objetivo común, podemos satisfacernos con la seguridad de que el juicio definitivo sobre las disposiciones a imponer recae en la autoridad eclesiástica, que cuenta con la asistencia de ese Inquilino de la Sede de Pedro que llamamos el Espíritu Santo y cuya presencia, en mi humilde opinión, se sigue palpando estos días.

 

¿Pero nos recibirá y hará caso la autoridad competente?  Mucho depende del talante reformador con que acometamos nuestro cometido.  Pero ya me he alargado, y lo dejo para el siguiente capítulo.

 

Un abrazo,

José Carlos







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