SOCIOLOGIA DEL CONCLAVE.- ALBERTO MONCADA
Fecha Friday, 22 April 2005
Tema 900. Sin clasificar


La Iglesia católica es una monarquía electiva aunque, a lo largo de su historia, el número y la condición de quienes tienen derecho a elegir al Papa se ha ido reduciendo y hoy solo los miembros del Colegio cardenalicio tienen derecho a elegir y, en la práctica,  también a ser elegidos. Ello quiere decir que, además del Espíritu Santo, las personas o grupos, los intereses y prejuicios que desean influir en la elección, tienen que actuar a través de esos 115 cardenales que han deliberado y votado por el cardenal Ratzinger.

 

Antes, los poderosos de la Cristiandad tenían derecho a intervenir con una especie de derecho de veto,  el llamado”ius exclusivae”, o derecho de exclusión. Los reyes de Francia, Austria y España podían vetar la elección de un candidato a través de su respectivo cardenal procurador, un cardenal elegido a requerimiento de esos países y que les representaba en el conclave. Ese derecho de exclusión comenzó a ejercerse en el siglo XVIII y era una manera que tenían Francia, Austria y España de influir en los asuntos de Italia, que todavía era una suma de mini Estados, siendo el Vaticano el más importante. El derecho se ejerció a partir del Cónclave de 1605 y aunque los cardinales trataban de defenderse de él, duró, de una manera más o menos explícita, hasta el mismo siglo XX. El penúltimo veto lo puso el rey de España en 1830 contra el cardenal Giustiniani y el último el rey de Austria, en 1903, contra el famoso cardenal Rampolla.

 

Hoy la Cristiandad se ha ampliado y  las influencias sobre el Conclave, aunque siguen viniendo de los poderosos de Occidente, resultan también fruto de la presión de otras clientelas, como las comunidades de base latinoamericanas,  las asociaciones de teólogos e incluso el movimiento católico feminista, empeñado en cambiar el status de la mujer en el poder eclesiástico.

 

Los cardenales, por tanto, han traído en su agenda además de sus opiniones, sus eventuales presiones domésticas o internacionales. Algunos cardenales tienen más fuerza y otros escaso prestigio, como el cardenal Law, que tuvo que renunciar al Arzobispado de Boston por su complicidad con los abusos sexuales de sus sacerdotes. Por cierto que este tema de la pederastía eclesiástica empieza a saltar al mundo civil, vía judicial y en Madrid el cardenal Rouco ha protegido a un  clérigo abusador de menores tratando de ocultar los hechos hasta que la protesta fue demasiado fuerte.

 

El secreto de las deliberaciones del Conclave, el que no se sepa fuera nada de lo que se trata dentro  hasta que se produce la “fumata blanca” había estado protegido hasta ahora por una circunstancia física: los cardenales eran literalmente encerrados y vivían y dormían en celdas provisionales e incómodas dentro del recinto colegial. Juan Pablo II construyó una residencia más cómoda donde se han alojado y sólo han ido a la Capilla Sixtina para votar. El cotilleo entre ellos queda así garantizado aunque se han dispuesto los más modernos medios técnicos para proteger el secreto, reforzado con la excomunión para sus violadores y por un aparato de contraespionaje electrónico con los últimos adelantos.

 

No se sabe si  los cardenales han podido recibir periódicos en la residencia. Tampoco está claro si han visto la televisión u oído la radio aunque parece muy discutible que les prohibieran entretenerse un poco al final del día. De todas maneras la Curia vaticana ha sido inflexible al respecto. No en balde el Cardenal decano y nuevo Papa es alemán y cree en la disciplina no solo doctrinal sino también personal. De hecho, nadie ajeno al Conclave  puede presumir de haber tenido una sola filtración en estos dos días.

 

La decisión de los cardenales avala la tesis de la continuidad, de que han preferido elegir a un estrecho colaborador de  Juan Pablo que, además, es lo suficientemente mayor como para no hacer otra  cosa que reiterar el extenso e intenso mensaje de su antecesor en el que cree a pies juntillas. Los retos pendientes quedan pues aplazados y englobados en ese fundamentalismo doctrinal que reiteró el nuevo Papa en su discurso de apertura del Conclave y que constituye, en cierto sentido, una declaración de guerra al mundo que no comulga con él.

 

En todo caso, la presencia de noticias eclesiásticas en los medios de comunicación, apagada la furia mediática del último mes, volverán a las páginas especializadas, al dominio de los expertos que, ya sin el morbo añadido, tendrán que competir con los otros periodistas para colocar sus especulaciones.

 

Alberto Moncada









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