El Papa, la Iglesia Diocesana y el Opus Dei
Fecha Wednesday, 13 April 2005
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


No era el momento y por eso mantuve un prudente silencio. Con el cuerpo de Juan Pablo II todavía por sepultar consideré más conveniente guardar en mi corazón el dolor que sentía por la muerte del Santo Padre que meterme por vericuetos de polémica. El caso es que, como a tantos otros participantes, el fallecimiento del Papa a mi también me trajo innumerables recuerdos de mi paso por la Obra. Y en especial de los que estuvieron ligados a su figura. Algunos de ellos muy clarificadores de la separación que hace años (espero que hoy no siga siendo así) existía entre la Iglesia Diocesana y el Opus Dei.

 

En octubre de 1982 el Santo Padre hizo su primer viaje a España. Todos los que por aquellas fechas estabais en la Obra conocéis de primera mano el enorme montaje que se diseñó para acompañar al Papa y que éste supiera que el Opus Dei tenía tantísimos miembros que le querían. La tocada de pito fue espectacular. El caso es que donde yo me hallaba el ambiente se venía caldeando desde semanas antes. El acto central iba ser el encuentro con los jóvenes del estadio Santiago Bernabeu en Madrid... 



Decir que a uno no le agradaban esas masificaciones reverenciales hubiera equivalido a una pseudoblasfemia. Para ese evento habíamos tenido que vender chapas para colgar en la solapa con el “Totus Tuus”, banderitas vaticanas, fotos del Papa... de todo. Confeccionamos pancartas. Todos los del centro vivíamos en una especie de histerismo colectivo. En las tertulias no se hablaba de otra cosa: el Papa y los posibles amigos que íbamos a llevar a ver al Papa. Para acabar de redondear la jugada, uno de esos sacerdotes que entonces eran los buques insignias de la predicación del Opus Dei en España, tipo D. Jesús Urteaga (no recuerdo si era exactamente él) arremetió contra un genio de la organización (diocesana, no Opus, aclaro) del acto del Bernabeu que había propuesto que los jóvenes guardáramos un minuto de silencio ante el Papa. El sacerdote había atacado con energía semejante idea: “¡¡¡Los minutos de silencio son para los muertos!!!”, clamaba. Yo no lo oí personalmente, pero todos vosotros (o la mayoría) sabéis que en la Obra se emplea un sutilísimo sistema de transmisión de consignas. En las tertulias se glosó este comentario hasta la saciedad por tierra, mar y aire, de forma que todos repetíamos como loros que el minuto de silencio era para los muertos.

 

Claro que la Obra como tal no había manifestado nada oficialmente. Es el viejo truco de siempre. El caso es que llegamos al estadio ya sacando pecho porque los “diocesanos” pretendían guardar el dichoso minutito y nosotros los opusinos, la reserva del catolicismo verdadero, no. Muy unidos, como se ve ante el padre común que es el Pontífice.

 

Claro que al parecer los “diocesanos” tampoco veían con muy buenos ojos a los opusinos. Antes de que el Papa apareciera en el Bernabeu se iban a celebrar diferentes actuaciones. La primera correspondía a una tuna formada por componentes de colegios mayores del Opus Dei. Comenzaron los tunos y, ¡oh, milagro” que el equipo de megafonía se desconectó como por ensalmo cuando aún no habían cantado la primera estrofa de Clavelitos. Otro signo de unidad. Sin embargo, la segunda canción, interpretada por un coro parroquial o así (la de “Túuuu has venido a la orillaaaa”) se oyó perfectamente. Otro milagro.

 

Y llegó la apoteosis: uno de los presentadores nos instó a guardar el minuto de silencio ante el Papa. Ahí los queríamos ver. Pitidos y más pitidos llenos de rabia ensordecieron el recinto. Yo fui uno de los que más pitó, seguro. Para eso me había aleccionado durante las últimas semanas.

 

De lo que dijo el Papa poco puedo decir porque me enteré muy poco, la verdad. Sólo recuerdo la rabia de mis silbidos contra aquellos “clericales” del minuto. Con los años he pensado si realmente esa visita, parafernalias al margen, me sirvió para otra cosa que para acentuar las diferencias con los miembros de las parroquias y otros grupos católicos. Y me produce regusto amargo ahora que el Papa ya se ha ido y no puedo ni silbar ni cantar  el “Túuuu has venido a la orillaaaa”. Hice bulto, que era lo que se pretendía y “cumplí” con mi cometido. Qué triste.

 

Jose







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