La Razón Corporativa.- E.B.E.
Fecha Monday, 11 April 2005
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Reflexionando sobre lo que escribía Aquilina la última vez, he de decir que yo también tengo sentimientos encontrados respecto de Juan Pablo II, fundamentalmente por «el tema opus». De todos modos, me emocioné profundamente con las ceremonias del funeral y días precedentes, lo cual me llevó a revisar la imagen negativa que de él tenía. Aún así, las emociones no me impidieron seguir preguntándome por aquellas cosas que todavía no tienen respuesta. 

No hemos asistido simplemente a un funeral, también ha sido una ceremonia de canonización de facto, lo cual permite acelerar los tiempos de las preguntas, de los cuestionamientos, que de otra manera podrían y deberían esperar.

Para muchos católicos «la lógica» es silenciar todo aquello que no contribuya a ensalzar la figura de este papa recientemente fallecido. No es ahora el momento -dirían- de plantear dudas, menos aún de hacer cuestionamientos negativos...



Pero temo que no lo será nunca, si le pedimos la opinión a esa multitud exultante de la Plaza San Pedro, toda crítica a Juan Pablo II será vista como un «ataque a la Iglesia».

No creo que las preguntas acerca de la persona de Juan Pablo II deban pasar por actitudes como la defensa o el ataque. Ni una ni la otra sirven para interrogarse por la verdad. Pues ni los que defienden ni los que atacan quieren realmente saber la verdad, lo que buscan es sólo «la parte» que les interesa y otorgarle un carácter hegemónico.

***

 Pienso que no hay ninguna contradicción entre emocionarse con la figura de Juan Pablo II, sus proezas, y al mismo tiempo interrogarse acerca de aspectos de su gobierno que invitan a investigar las causas profundas de lo sucedido, especialmente si su persona va a ser objeto de culto público. Creo que es necesario dar respuesta a estos interrogantes, creo que la Iglesia misma debería ir por delante.

 Lo contrario sería fomentar un culto cercano al fanatismo, ciego y engañoso, que busca imponer una imagen falsa.

 Creo que habría que distinguir entre la grandeza y la santidad. Hay líderes que han influido tremendamente en el mundo y son considerados grandes personalidades. Esto se debe a las cosas que han hecho, por lo que han logrado, dejando de lado si además han hecho cosas que no eran tan buenas. La santidad, en cambio, tiene que ver con una visión global, totalizadora. La grandeza se identifica con obras realizadas, mientras que la santidad se identifica con una integridad alcanzada y ahí es donde «lo que no concuerda» necesita explicación. Mientras que «los grandes» obtienen su título por sus logros magnánimos, los santos lo obtienen por su coherencia de vida. El que una persona sea «grande» no necesariamente implica que sea santa.

 Juan Pablo II fue un grande, prueba de ello es la influencia que ha tenido y las transformaciones que ha llevado a cabo. ¿Fue un santo también? No se puede contestar a esta pregunta argumentando de la misma forma. Se necesita una respuesta de otro tipo.

 El problema de la muchedumbre exultante es que exige una canonización debida a la grandeza sin tener en cuenta la integridad, o peor aún, rechazando severamente todo testimonio o hecho que contradiga dicha grandeza. Esta fue la lógica, por lo que se conoce, guió el proceso de canonización de Escrivá.

 A la muchedumbre no le interesa la verdad: sólo la grandeza. Busca en los milagros signos de grandeza y no tanto de santidad. De lo contrario, le interesaría también la verdad, es decir, la integridad de una vida y no sólo los hechos extraordinarios, los «éxitos».

 Justamente porque Juan Pablo II siempre me pareció una persona extraordinaria y muy espiritual -yo leía sus encíclicas, y confirmo lo que dicen Flanpan y José M, en la Obra los documentos de los papas casi nadie los leía-, todo el apoyo que le dio a una institución como la Obra contrasta muy fuertemente.

 No se entiende, desde el punto de vista espiritual y moral. Políticamente se puede comprenderse, pero me interesa averiguar cómo él ha legitimado moral y espiritualmente lo actuado en relación a la Obra. Tal vez la única razón que le dé sentido sea la Razón Corporativa (más adelante me explico).

 Pero también hay otros hechos inexplicables o que necesitan explicación, especialmente si Juan Pablo II va a ser rápidamente canonizado como parece, lo cual no presenta para mí dificultades, salvo -dentro de lo que yo conozco- por su actuación en todo el tema de la Obra y algún caso más. Como el siguiente.

 Me enteré por la CNN (edición internacional en inglés), que el cardenal Bernard Law (04/11/1931), ex-arzobispo de Boston y primado de la Iglesia en USA, que estuvo envuelto en el encubrimiento de los abusos sexuales a menores por parte de sus sacerdotes diocesanos, va a participar del cónclave y va a votar. No sólo eso... lógicamente podría ser elegido papa.

 ¿Cómo puede ser «papable» alguien que encubrió a abusadores sexuales y los protegió (recordemos que –según los medios de prensa- uno de ellos abusó de 150 menores)? Este dato no se puede pasar por alto, así nomás. ¿Cómo encaja esto con el fuerte llamado de atención de Juan Pablo II a los obispos estadounidenses? O sea, ¿cómo es que el Papa permitió que Law siguiera siendo «papable»?

 Es una pregunta que hay que hacerse, aunque sea incómoda y desentone con el entusiasmo vibrante del viernes pasado en San Pedro. Pues no se trata de algo que «ya pasó» o sucederá quién sabe cuándo. Va a suceder el próximo lunes, cuando comience la votación.

 Se pueden entender los errores, pero no se los puede dejar pasar por aciertos. Esto es elemental, como norma de convivencia.

 A veces uno escucha estas cosas y prefiere pensar que es una campaña difamatoria, una «conspiración internacional» de no se sabe quién, pero que seguro «no puede ser verdad». El problema es que, si es verdad, lo único que no se puede hacer es cerrar los ojos.

 Según testimonian multitud de medios, este cardenal tuvo que renunciar a su diócesis en diciembre de 2002 por el escándalo que provocó. Hay que agregar que se resistió a renunciar durante varios meses, desde abril de 2002 (donde en una carta confirmó su continuidad) hasta diciembre de 2002 (cuando el Papa le aceptó la renuncia). Gracias a la presión de «las bases» su renuncia fue posible, de lo contrario seguiría en su puesto. Y gracias a la prensa todo esto salió a la luz. Me pregunto si no correspondía que este cardenal hubiera sido procesado criminalmente por la justicia civil.

 La noticia la dio, con cierta resignación, un sacerdote norteamericano que estaba allí en Roma junto a un analista de la CNN, quien le preguntó específicamente este dato. En Internet está la lista de cardenales electores, y allí aparece su nombre.

 Tal vez Nacho, que es especialista en temas religiosos, pueda confirmar este hecho. Mientras no se diga nada en contrario, considero fidedigna esta versión (por el sacerdote que lo dijo, por la cadena de TV que lo comunicó y por la lista de cardenales electores que consulté en Internet, de un sitio que es promovido por la Obra). De ser errónea la información, todo el análisis que haga quedará automáticamente sin efecto, pero por sobre todas las cosas será una muy buena noticia.

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 Creo que defender a la Iglesia es precisamente oponerse a que ella sea protagonista de este tipo de escándalos y no, al contrario, mirar para otro lado como hacen muchos católicos que, a modo de obediencia, se suman a la complicidad.

 Algunos podrían pensar que, si no se dieran a conocer este tipo de hecho que protagonizó el cardenal Law, entonces no habría escándalos y por lo tanto no se produciría daño alguno. Como si el pecado lo cometieran «los periodistas» que difundieron una información a la que la sociedad toda tenía derecho, pues esa información no tenía que ver con la vida privada del cardenal sino con su ministerio.

«Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos? (…) ¿No hay entre vosotros algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos? Sino que vais a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles!» (1 Cor, 6). El problema es cuando las autoridades de la Iglesia no atienden los pedidos de justicia, al contrario, los dejan en vía muerta, en el silencio. Se hace necesario, entonces, acudir «a los infieles», pedir ayuda afuera de la Iglesia. Si San Pablo consideraba vergonzoso no acudir a los «santos», ¿cuánto más lo será que «los santos» no quieran atender los reclamos de sus hermanos por delitos que claman al cielo?

 

El escándalo es una reacción moralmente saludable, que señala –en este caso- la extrema gravedad que es perpetuar una iniquidad cuando se tiene la misión de contrarrestarla. Con su actuación, este cardenal traicionó los principios más elementales de la justicia y la caridad.

 

Seguramente nadie del cónclave lo votará, o al menos no obtendrá mayoría, pero ese no es el punto, el asunto es el bochorno que esto significa, no solamente que suceda sino que, encima, sea resultado de una decisión deliberada por parte de la Iglesia, que pasa inadvertida para la mayoría de los cristianos.

 

¿No sería mejor tener una actitud más «comprensiva» hacia el cardenal y ver todo ese asunto como «algo ya superado»? En alguna medida no me cuesta nada ser comprensivo con el cardenal Law ya que no fui víctima de ninguno de los violadores que él protegió. Pero ¿y las víctimas, en qué lugar quedan? La misma indiferencia que sufrieron estas víctimas –rescatadas por el periodismo, más que por «los santos»- es la indiferencia que encuentro hacia las denuncias contra la Obra. Por eso siento una particular solidaridad hacia ellas.

 

Esa indiferencia posiblemente se deba a que los individuos no tienen «peso corporativo» y por eso acuden a los medios de prensa.

 

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Cuando escuché la noticia, sentí un profundo escándalo en mi interior. No se entiende muy bien porqué Juan Pablo II aceptó la renuncia pero lo dejó como cardenal elector. Es más, a simple vista, pareciera que su actuación hubiera sido la misma que la del cardenal con el sacerdote abusador: encubrir mediante la «rotación», de Boston a Roma sin hacer mucho ruido. Lo mismo pasa en la Obra y la razón es una sola principalmente: el encubrimiento del otro tiene la función de encubrirse a sí mismo, porque el otro obedecía órdenes «de arriba». Desconozco si en el caso del cardenal fue así, pero al menos «las señales» que recibimos los cristianos, más que esclarecer, oscurecen el panorama.

 

Me he encontrado con no pocos «católicos» que por «instinto corporativo» tienden a actuar de la misma manera, es decir, a «tapar» y encubrir las barbaridades que cometen sus autoridades. Y no me refiero ya al abuso por parte de los sacerdotes: peor aún es el encubrimiento de las autoridades superiores, porque implica la corrupción de todo el sistema moral. Mientras el sacerdote abusador puede ser considerado un enfermo -culpable, pero enfermo también-, la autoridad que lo encubre -para encubrirse ella misma, por alguna oscura razón- actúa deliberadamente, está produciendo un daño moral mayor, de dimensiones proporcionales al escándalo resultante. 

Creo que ese instinto de encubrimiento es una «reacción corporativa», que tiende a defender al Organismo saltándose las normas morales si fuera necesario, como si «lo biológico» prevaleciera sobre «lo moral». Por ejemplo: es mejor encubrir el escándalo de los abusos sexuales antes que permitir que «los enemigos de la Iglesia» tomen como excusa esos abusos para así «atacar al Cuerpo». O sea, el encubrimiento sería una forma de «defender» a la Iglesia y, por lo tanto, «moralmente» necesario. No habría ninguna «dificultad» para pasar por encima de «la otra moral», la que rige «a las personas». Es la «Razón Corporativa», que por la supervivencia del Cuerpo «sus representantes» hacen lo que sea, están más allá del bien y del mal (categorías que no forman parte de sus referentes morales). Así puede llegar a entenderse muchas cosas, de la Iglesia y de la Obra. Pero esto produce una decepción muy grande. 

***

 

Es una cuestión cultural, que no se origina en la doctrina o en el espíritu del Evangelio, pero por alguna razón la Iglesia terminó preservando o «envasando» lo espiritual dentro de una estructura corporativa, lo cual facilitó muchas cosas y complicó otras.

 

Es como si existiera una relación simbiótica, donde lo corporativo sirve para preservar lo espiritual pero también lo condiciona, impide a lo espiritual ser plenamente con todas sus consecuencias (Jesús jamás tuvo estos condicionamientos). Sólo así parecen «entendibles» ciertos comportamientos corporativos de la Iglesia que resultan incomprensibles a la luz de «la moral de los individuos».

 

Leyendo el escrito de Ottokar (sobre el sistema inmunológico) diría que posiblemente la Obra fue adoptada por la Iglesia debido a alguna conveniencia de tipo «vital». Y en cuanto esta conveniencia deje de existir, la Obra caerá en desgracia. No creo que sea una razón moral la que provoque el cambio de rumbo y por eso mismo no creo que los planteos morales contra la Obra presentados en el Vaticano tengan algún resultado.

 

Las corporaciones juzgan a los individuos, pero jamás permiten que un individuo las cuestione a ellas. Las corporaciones sólo se entienden entre ellas.

 

Asimismo, creo que gran parte de los problemas de “perseverancia” en la Obra surgen cuando el miembro en cuestión deja de comportarse de manera «corporativa» y comienza a tener planteos «individuales» (morales, de libertad personal, etc.) enfrentados con la Razón Corporativa. En ese momento «el Organismo» comienza a poner en funcionamiento los mecanismos necesarios para intentar «curar» a ese miembro «enfermo» o directamente expulsarlo como a un «cuerpo extraño», como a un cáncer (recuerdo ahora el comentario de fede a un párrafo lamentable del vademécum de consejos locales). Cuando el fundador dice «somos todos libérrimos», lo está diciendo en un sentido corporativo, no individual. Por eso cuando uno reclama «su derecho» la Obra hace oídos sordos, pues en realidad «nunca dijo eso».

 

Todo lo dicho no impide que, si «el cáncer» está «encapsulado», el miembro en cuestión pueda seguir en la Obra siempre y cuando no contagie a otros con sus ideas o planteos, y por supuesto, tenga un sentido útil para la vitalidad del Organismo.

 

***

 

Lo más probable es que el nuevo papa respete los modos corporativos existentes en la Iglesia, pues cambiarlos supone un trabajo hercúleo, un enfrentamiento a muerte con las estructuras.

 

Después de oír esa noticia sobre el cardenal Law -la cual desearía fuera totalmente errónea, o que hubiera alguna rectificación- participé televisivamente de los funerales de este Papa y contemplé la dimensión de su influencia alrededor de todo el mundo. Y me impresionó mucho y me sigue impresionando. Me parece una figura extraordinaria, fuera de serie. Me emocioné profundamente recordando las cosas que hizo y los puentes que estableció con otras culturas y religiones.

 

Y sin embargo, me gustaría que antes de ser canonizado, quien estuviera a cargo de ese proceso respondiera algunas preguntas, tanto acerca de las razones por las cuales aprobó la (prelatura) Opus Dei y canonizó a su fundador, como también acerca del caso del cardenal arriba citado, pues la santidad no tiene relación directa ni con la grandeza ni con las razones corporativas (en parte, Escrivá obtuvo su canonización gracias a su «peso corporativo», a la corporación que construyó, la cual impulsó su canonización de manera impresionante; sin ese peso corporativo, Escrivá no hubiera sido canonizado a la velocidad que lo fue).

A veces me da miedo pensar que la santidad se termine asociando a una visión exitista y hollywoodense, convertida en una fabricación de ídolos para las masas, cuando en realidad los santos son hombres y no seres de otro planeta. Es conveniente y necesario que conozcamos los defectos de los santos, que los veamos como personas imitables y no como «inigualables». Toda actitud idolátrica es equivocada, por más que el ídolo sea un santo.

E.B.E.







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