MOLINO VIEJO.- Bastián
Fecha Wednesday, 16 March 2005
Tema 100. Aspectos sociológicos


Las últimas palabras de Sonsoles este lunes pasado (Molino Viejo le robe el alma) me han recordado la canción de Molino Viejo, donde en el año 1963 hice mi primer curso anual como numerario recién pitado. Y una canción que nos enseñaron decía algo así como "Molino Viejo, me robas el alma, Molino Viejo, oye mi canción...).

 

Y unas anécdotas de ese curso para desengrasar. Por entre los pinos de la ermita deambulaba un joven sacerdote carabina de aire comprimido al hombro. Y cuando tenía algún pajarillo a tiro, apuntaba y le sacudía una perdigonada. Al año siguiente supe quién era cuando me matriculé en la Universidad de Navarra. Era  el Kennedy del Opus, y las alumnas hacían fila para confesarse con él por lo guapísimo que era el tío. Un buen día del verano siguiente coincidí en Belagua de curso anual con el mismo cura numerario -entonces cura numerario- y me tomó de esparring para jugar al tenis en lo que eufemísticamente se llamaba pista de tenia de Belagua. Lo dejé muy pronto porque se me pinzó la espalda, pero eso no era lo que quería contar. La cosa es que unos años después me crucé con él en una estación del metro que va a la Universidad de Bellaterra, Barcelona,  donde daba clases como profesor de no sé qué, pero la cátedra que había sacado era la de Derecho Canónico. Y la cosa es que el bueno de don V. se casó con una espléndida y rica creo que bodeguera.

 

Otra anécdota. También descansaba en Molino Viejo don Laureano López Rodó, que por aquel entonces paría el plan de desarrollo de la economía española. Estaba sentado en un banco de madera, leyendo algo que sostenía con la mano izquierda mientras descansaba el brazo derecho en el respaldo del banco por cuya parte posterior colgaba la mano del ilustre prócer. Lo estábamos observando unos cuantos imberbes cuando vimos un enorme perrazo -podría ser un  San Bernardo pero no estoy seguro- que lentamente se dirigía a la mano pendulante. Y en cuanto llegó a su altura le arreó un sonoro lametazo que hizo brincar a don Laureano más que  P. A. que también estaba por ahí (deportista español, que luego se ordenó y que debe de seguir en la cosa una vez que su carrera como cantante quedó truncada por orden de la autoridad. Grabó un disco muy curioso que se llamaba Elena, o algo parecido, que decía: "Elena, Elena, Elena, por fin me dijiste que sí... Y fue que no, claro).

 

Y allí fue la primera vez que me olió la cosa a convento. Resulta que por la mañana distribuían unos libros negros como misales pero que no eran misales, donde venían las horas canónicas, prima, tercia, nona, completa y esa cosas de curas y frailes. Después, la sillería del oratorio me recordaba la catedral de mi pueblo y todos los grandes cenobios que en el mundo eran, con el asiento para arriba y para abajo, a los lados. Tate tate, me decía a mí mismo. ¿Ubi sum? Y dale que te pego con lo de cristianos corrientes y demás. Bueno, corrientes puede que sí, vale, pero muy raritos.

 

Allí había un japonés, el primero; un cubano, muy peleón y exaltado; un par de curas amigos de mi padre; un tipo de Bilbao que hacía poesías; mucho crío hijo de supernumerario como el que suscribe; una piscina de agua helada; unos dormitorios masivos; una comida deliciosa; unos sopores vespertinos indómitos; y no entender casi nada de nada. Y cuando pensábamos que íbamos a ver al fundador, llegó, se entrevistó con el cruz de palo nipón; no sé si llegamos a verlo más de cinco minutos seguidos o si ni siquiera lo vimos, y se acabó el curso. Cuando volví a casa, mis padres me preguntaron por el acueducto de Segovia. Sólo pude decirles "¿el qué...?"

 

Besos.

Bastián.

 









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