Cómo la Obra hace sufrir a las familias (I).- Marypt
Fecha Sunday, 27 February 2005
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


Dedicatoria del texto

 

Recientemente surgieron diversos testimonios que me llevan a volver a escribir en la web sobre mi experiencia de supernumeraria en el O.D.:

 

·        Antes de nada, el diálogo que mantengo por email con Jacinto Choza constituye para mi una oportunidad muy especial de reflejar y profundizar los grandes temas de mi vida;

·        Después, el hecho de, a través de “opuslibros”, haberme reencontrado con una antigua amiga que vive en otro país y que dejó la Obra después de mucho sufrimiento;

·        Por fin, la toma de conciencia de que me ayuda continuar ligada a la web, a pesar de sentir, sin ninguna duda, que todos los defectos que encuentro en la Obra en nada afectan a mi fe cristiana, a mi amor a la Iglesia y al Papa, que se mantienen intactos dentro de mí (ver texto de 26 de enero de 2005)

Así, quería dedicar este texto a mis amigos Jacinto Choza y Tlin...



Y, al escribir, acompaño hoy, día 25 de febrero, el sufrimiento de nuestro querido Papa Juan Pablo II, internado en la Clínica Gemelli. Mi pensamiento y mi corazón están dirigidos a ese hospital de Roma, para la persona de Karol Woytila, don maravilloso que Dios dio a su Iglesia, hace casi tres décadas. Que la protección de María, Nuestra Madre, acompañe al Santo Padre, que a Ella le confió siempre su vida.


 

Cap.1

COMO LA OBRA HACE SUFRIR A LAS FAMILIAS

(Enviado por Marypt el 27-feb-05)

 

I-  El sufrimiento de las familias.

1.En muchos testimonios de numerarias y numerarios se hace referencia al sufrimiento que el alejamiento de las familias causò a los padres y hermanos. Quería aquí referirme a ese sufrimiento pero en la perspectiva de “la familia que es abandonada”. En verdad viví intensamente esa situación a causa de mi hermana numeraria y asistí a lo que le pasó a otras muchas familias en las que “pitaron” uno o más hijos como numerarios.

Fueron años muy difíciles...  Había muchos adolescentes y jóvenes como yo que frecuentábamos los clubes de la Obra que se destinaban a estudiantes de enseñanza secundaria, de los 10 años a los 17. Nos gustaba el ambiente que encontrábamos allí, en especial el hecho de cantar y tocar la guitarra a todas horas. Y nos gustaban las excursiones que se hacían, las convivencias fuera de la ciudad, la atención de las “monitoras” mayores......

Y, poco a poco, íbamos siendo “pescadas” en esa red...  Par mí, comenzó con una amiga de la infancia que después de haber cumplido 14 años se volvió un poco extraña, porque ya no hablaba libremente con nosotros, ni se reía o hacía bromas; pasaba el tiempo en ir al club, pero no se quedaba en la zona de las actividades, traspasaba las puertas “prohibidas”. Dejó de acompañarnos a los encuentros fuera del centro, casi no la encontrábamos en casa de sus padres y sabíamos que estos estaban enfadados por las actitudes que ella tenía: rechazaba ir a fiestas de aniversarios, a visitar a sus tíos y abuelos, a acompañar a sus padres en las fiestas, etc.

Esta amiga – a la que llamaré Margarita – fue la primera de muchas que perdí...  hasta hoy, pues continúa en la Obra y, aunque conversamos de vez en cuando, nunca más volvimos a tener la intimidad de nuestra infancia.

Después llegó el año en el que también yo y muchas de mis amigas y compañeras de colegio que íbamos al club cumplimos los 14 años; aquellas que se hicieron supernumerarias continuaron siendo amigas unas de otras. Pero las que pitaron de numerarias pasaron “para el lado de allá”: siempre vestidas de modo muy formal, siempre detrás de las directoras y de las numeráis mayores, siempre ocupadas con cosas del centro, siempre sin tiempo para estudiar juntas, festejar un aniversario, ir al cine..... Allí iban casi todos los días al centro: por la mañana muy temprano, antes de las clases, para asistir a la misa y a la meditación; por la tarde para hacer encargos materiales, como encerar los bancos del oratorio o arreglar los armarios de productos de limpieza...  No sé cuándo estudiaban o hacían cualquier otra cosa “normal” para los 15 ó 16 años que tenían.

Y, de repente, saltaba un escándalo en alguna familia: ¡Isabel o Rita o Francisca les decían a sus padres que se iban a vivir al club! A los padres les entraba el pánico: ¿Vivir en el club? Pero ¿con quién y por qué? Y – sólo en ese momento – surgía la revelación: padre, madre, es que yo pertenezco al Opus Dei y me comprometí a dedicarme a Dios (a través de la Obra) para siempre. ¡ El padre gritando! ¡ La madre llorando! ¡Los hermanos asustados!

2.Asistí a esto en mi propia familia porque mi hermana más joven fue “pescada” tan pronto que tuvo que esperar casi un año para llegar a los catorce años y medio y poder “pitar”. Su vida se desarrolló del siguiente modo:

·        A los 10 años estaba comenzando la enseñanza secundaria y empezó a ir por el club;

·        A los 11/12 años, como ya era muy alta de estatura, la dejaron pasar al grupo de las que tenían 13/14 años y pasó a recibir la formación religiosa como si tuviese dos años más de los que en realidad tenía;

·        Hizo su primer retiro anual (de silencio absoluto) con 12 años;

·        Y con 13 hizo su segundo retiro anual y pasó a tener un retiro mensual y círculos de San Rafael;

·        A los 14 años recién cumplidos participó en el viaje a Roma en Pascua y la llevaron a la tertulia con el Padre para personas de Casa porque ya estaba muy “encajada”;

·        El día en que hizo los 14 años y medio, allá fue para el centro muy de mañana..... y listo, se comprometió a una vida de dedicación plena como numeraria del Opus Dei, ¡¡¡después de este recorrido de tan grande maduración!!!

De la familia, sólo yo sabía lo que pasaba. ¿Pero qué podía hacer si yo misma era supernumeraria y poco más sabía yo que ella? Mis padres vivían en una inocencia total considerando que sólo estábamos recibiendo en el club de la Obra una formación cristiana que completaba aquello que vivíamos en casa......

Cuando, a los dieciséis años, mi hermana les dijo a nuestros padres que quería irse a vivir al centro, “el mundo se desplomó”. ¿Cómo era posible que hubiese asumido compromisos serios sin el conocimiento de sus padres? ¿Cómo pretendía, siendo menor de edad, abandonar la casa de sus padres?¿Cómo pensaba que se iba a mantener si no tenía ningunos ingresos? ¿ O qué iba a hacer con sus estudios si aun no había terminado la enseñanza secundaria?     ¡ Un sinnúmero de angustias brotaban de los corazones de unos padres dedicados!

3. Al contrario de muchos otros padres que acabaron por ceder, nuestros padres, o mejor, nuestra madre, ¡no cedió! Comenzó un nuevo “calvario”:

·        Discusiones diarias con mi hermana, con muchos llantos por todas partes;

·        Idas de nuestra madre para hablar con la directora del centro, con la responsable de la asesoría y hasta con el consiliario regional. Mis padres removieron todas las aguas, incluyendo las de los medios eclesiásticos. Sacerdotes diocesanos y hasta algunos obispos asistían impotentes a las quejas de decenas de padres que sentían que sus hijos estaban siendo “raptados por una secta”.

Las situaciones eran tanto más dolorosas cuanto que pasaban en el seno de familias tradicionalmente católicas que, en su mayoría, verían con buenos ojos que surgieran vocaciones “especiales” en sus hijos. Pero no de esta forma: a escondidas de los padres y manipulando las mentes simples de adolescentes de 12, 13, 14 ó 15 años, para asumir compromisos para los cuales no estaban mínimamente preparadas ( ¡y de los cuales tenían un conocimiento muy limitado!)

4. Fueron años muy difíciles, llenos de contradicciones dentro de las familias: a veces uno de los hijos se dedicaba al O.D., mientras otros se apartaban totalmente de la práctica religiosa y se metían en aventuras.

Personalmente también sufrí y lloré muchísimo, porque quería ayudar a que las dos partes (padres y hermana) se entendiesen. Encontraba que mis padres tenían toda la razón en cuanto a la necesidad de mi hermana de crecer y sólo después tomar decisiones tan drásticas. Más bien sabía que la tenían “enganchada” por todos lados en una red apretadísima: aquella que pasa por el control de la mente y de la conciencia humanas. Ella continuaba físicamente con nosotros, pero era sólo una apariencia, porque en su interior ya no era parte de la familia...

Años después, cuando ella estaba en la mitad de sus estudios universitarios, mis padres aceptaron por fin que fuese a vivir a un centro de la Obra (que entonces ya era Centro de Estudios). Para nosotros, hermanos, acabó por ser un cierto alivio. Por lo menos disminuyeron las escenas de discusiones, porque – viviendo en nuestra casa – ya no quería acompañar a la familia en nada: en las fiestas, en los fines de semana... ¡Todo el tiempo, anhelos y dedicación pertenecían hacía mucho tiempo al Opus Dei!

Sentí siempre que “perdí” a mi hermana el día que ella pitó. Nunca más volvió a ser la misma. Y tengo una tristeza profunda por el hecho de no haber sido posible que ella creciese y se desenvolviese por sí misma, sin la presión continua de la Obra.

Después en la vida adulta, los conflictos con la familia se fueron atenuando, pero quedó siempre un dolor y una interrogación: ¿ Por qué tendría que ser así? ¿Qué derecho tenía la Obra de “captar” tan pronto (en la práctica a partir de los 12 años) a mi hermana y de “bloquear” la natural evolución de una adolescente que no tuvo adolescencia, de una joven que no tuvo juventud...   Mirando ahora hacia atrás, con la perspectiva que me da la experiencia de la vida y, sobre todo, la experiencia de madre, puedo afirmar que la Obra forzó a mi hermana a pasar directamente de la infancia a la edad adulta.

5. Los hechos secundarios negativos fueron inmensos en términos “sociológicos”. Los clubes de la Obra dejaron de ser vistos como un lugar normal de formación de la juventud y se ganaron una fama terrible en los medios “católicos”, pasando muchas familias a apartar a sus hijos de sus actividades.

Se verificó otro fenómeno curioso: en una familia de varios hermanos (tres, cinco, siete) podía pitar el primero y, eventualmente, el segundo; pero, a partir de ahí, ¡los demás huían de la Obra con el recelo de ser captados como los hermanos!

Todavía hoy es muy elevado el número de familias en que se dio esta división pro y contra la Obra. División que a la vuelta de diez, veinte o más años, aún no está curada.....

Algunos de esos numerarios y numerarias tan jóvenes no permanecieron en la Obra mucho tiempo; creo, sin embargo, que la mayoría continúa en el O.D. Algunos fueron enviados a países distantes ( fundamentalmente africanos) para comenzar la “labor”; otros fueron ordenados sacerdotes......

Pero siempre se mantuvo la separación de la Obra con relación al “resto” de la Iglesia, al común de los creyentes de las parroquias, de las actividades socio-caritativas, etc. No es exageración afirmar que donde la Obra se encuentra presente, hay siempre división en la Iglesia.

II – La contradicción en las relaciones entre hermanos “de sangre” que pertenecen a la Obra

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(Texto original en portugués...)



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