Sobre la anticoncepción cristiana.- Tolorines
Fecha Friday, 11 February 2005
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Quisiera poner mi granito de arena sobre todo lo que últimamente se está escribiendo acerca del preservativo (pentium, Josecarlos), de la anticoncepción natural (Satur citando a Don Álvaro). Y, de verdad, quisiera hacerlo desde una óptica cristiana, de familia cristiana. Allá vamos:

 

En primer lugar debo decir que la Jerarquía de la Iglesia Católica (salvo en el Opus Dei), no hace del tema de las relaciones matrimoniales cuestión pública. Nunca, jamás lo ha hecho. En los púlpitos, ni en los más fiables, se habla del número de hijos que deben tenerse ni de la calidad o cantidad de relaciones sexuales que mantienen los esposos cristianos. Ni donde empieza o acaba la corrección de un acto sexual, ni si ése acto sexual es anterior, preparatorio o complementario de otro acto sexual de “mejor derecho”. Un matrimonio cristiano normal no conoce el “diseño” sexual de su relación sacramental. Mi abuela no lo conoce, ni la vuestra. Eso se deja para ocasiones más solemnes como las Encíclicas o los Textos Legislativos . El clero, sabedor de las muchas dificultades que entrañaría recordar la doctrina “establecida”, se toparía con una verdadera revolución de fieles, bien por no entender el mensaje, bien por no encontrar la solución a su problema, o, lastimosamente, por pensar “ese problema sólo lo tienen los hombres (varones)”

 

Sigamos un poco más: Si la Iglesia establece la obligatoriedad de dar el débito conyugal al cónyuge que razonablemente lo pida, entonces:

 

¿Tiene derecho al débito el cónyuge que no utiliza medios anticonceptivos y sí los usa el otro?. ¿Es serio establecer ese débito cuando el cónyuge que lo solicita es el VARON, del que siempre se ha dicho que es RÉDITO Y NO DÉBITO?. Y el cónyuge culpable, ¿Tiene derecho a que el cónyuge inocente le dé su débito pese a constarle –al culpable- la total oposición del otro a la contracepción? ¿será lícito el acto sexual debido del inocente al culpable sabiendo que es un acto impeditivo?.

 

Otra cuestión: Dice la Iglesia (claramente desde la Humanae Vitae) que la contracepción natural es lícita. Creo recordar que, casi textualmente dice “otra cosa es que la mujer acuda a los ritmos normales de su cuerpo para espaciar los nacimientos”.

 

Ahora vuelvo a preguntar: Si es posible establecer un ritmo de fertilidad ¿No es también posible crear “ad hoc” un ritmo natural de concupiscencia”?, es decir, adaptar el deseo carnal, sistemáticamente, al período infecundo. Otra pregunta ¿por qué se limita, al menos teóricamente, cualquier práctica sexual distinta a la del coito, sin tener en cuenta el distinto y distante tempo que marca la sedación de la concupiscencia en un hombre y en una mujer?.

 

Todo lo anterior ¿no es, acaso, “metodología”, un “callejón sin salida”, una apuesta por un “martirio matrimonial”, un poco conocer lo muy escasas, difíciles, incómodas que, en muchas ocasiones – no todas gracias a Dios- resultan las relaciones de pareja en el matrimonio?. ¿No es ponernos a todos los que no pensamos como Don Álvaro, en el grupo de sátiros y salidos?. Todo eso del débito conyugal, el culpable indirecto, la cooperación material al mal, el mal menor, ¿no resulta realmente INQUIETANTE, INSEGURO, ARRIESGADO, de “jugarse o no jugarse o medio jugarse la Gracia de Dios en cada momento tenso”?. ¿No es desnaturalizar la relación de pareja? (¡¡¡ACUDIR AL DÉBITO CONYUGAL, Por DIOS!!!). No seamos gilipollas, rijámonos por el sentido común, por el espíritu de sacrificio con nuestra pareja, dándolo todo por ella y por nuestros hijos, procurándoles un bienestar espiritual y material. Y si las fuerzas nos acompañan, ¿por qué no?, echemos un casquete. Todas esas teorías –lo sé por experiencia- no hacen más que acrecentar el morbo en un tema ya de por sí pegajoso. La de vueltas que dan los teólogos para dejarnos claro, clarito, que somos  la “clase de tropa”, los prescindibles por definición, los que nos condenamos o salvamos a espuertas, los que nunca gozaremos de una doctrina segura como la que tienen los célibes (“doble o nada”), los que tendremos que gozar del matrimonio entre bambalinas, con ciudadín, sin saber si cruzamos o no las fronteras señaladas por los Textos Legislativos. Y encima, nuestra naturaleza tiene que responder a la primera, no puede haber fallos. No sé, no sé, no sé. Lo digo muy sinceramente y con gran dolor. No se nos da una salida razonable, no digo fácil, digo razonable.

 

TOLORINES.









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