Dentro nos fueron limando, desgastando, modificando, hasta convertirnos en eslabón de cadena: de SU cadena.
Mil veces escuché lo de que éramos un eslabón que debía permanecer en su sitio para que funcionase bien la maquinaria a la que pertenecía.
Lo doloroso es que, al haber sido remodelada, reprogramada y diseñada para un fin concreto, la pieza ya no encaja en otros mecanismos. Por eso (al abandonar ese engranaje), si uno quiere ser como los demás seres del resto del mundo, hay que ir recuperando los trozos que le seccionaron e ir pegándolos con paciencia a los desangelados muñones.
Lo cierto es que, por mucho empeño que se ponga en ese intento, uno nunca consigue estar entero, siempre queda alguna astillita sin recuperar que te hace parecer incompleto ante los ojos de quién no ha sido limado, desgastado y modificado.
Pero la vida sigue, y sigue la esperanza, con su vestido verde, sentándose a la puerta de nuestro despertar.
Seguro que algún día (y no por un milagro del marqués de Peralta), nos vuelven a nacer las malogradas alas.
Mas, si no fuera posible, sería suficiente (al menos para mí), el conseguir que no pudieran lastimárselas a ninguna criaturas más.
Un abrazo para todos,
Amapola
