De cómo llegué y cómo me fui.- Eutimio
Fecha Monday, 03 January 2005
Tema 010. Testimonios


Pedí la admisión a los 14 años. A los 18 fui al centro de estudios en donde me lo pasé bastante bien. Aprendí mucho y conocí a mucha gente y eso, independientemente de cómo sean las personas conocidas, además de cocer, enriquece.

Al final del primer año el capellán me dijo: “Eutimio, no das problemas pero podrías hacer más”, lo cual me sonó a: “no eres ni frío ni caliente por lo que te vomitaré de mi boca”. Era un golpe bajo. Decidí entonces causar problemas. Problemas menores. Empecé a hacer lo que me venía en gana: casi no iba a la Facultad (salvo para tomar cerveza con los amigos o para fotocopiar apuntes) y me dedicaba a hacer lo que más me gustaba: leer. Le daba al cura encargado de la biblioteca listas tan largas de títulos que cuando me decía: “este es un 6 y este un 5” ya me los había leído.

Cuando me licenciaba con honores en “West Point” (centro de estudios), me llama el director de San Miguel con el que sólo había hablado una vez (para recibir una bronca de las que empezaban, como bien recuerda mi idolatrado Satur, “¡¡esto no es el Opus Dei!!”) y me dijo: vas a ser nombrado subdirector 2 del centro Centro. Y yo le contesté: “¿Se vale decir que no?”. No estaba prevista esa contestación. Yo no entendía nada. Así que me fui a un centro de universitarios de subdirector. El secretario causó baja a los dos meses. Ahora ya era subdirector 2 y secretario en funciones. Carrera imparable. A veces me pregunto hasta dónde habría podido llegar.

Aquello era un desastre pero hacíamos lo que podíamos y se supone que la Gracia de Dios suplía nuestras limitaciones. El director era (y es, espero) una persona honrada, cabal y muy muy inteligente. Sigue siendo numerario y es de los que me hacen pensar que aquello podría funcionar. También sigue por allí el subdirector 1 y tengo sobre él la misma opinión que sobre el primero. Lógicamente ninguno de ellos tiene ahora ningún cargo y sí tienen gran valía y prestigio profesional.

Entonces me enviaron a otro centro agregados como subdirector. Yo no sabía lo que era un agregado. El director de aquel centro era también inteligente y honrado (ahora es sacerdote y alguna vez he hablado con él aunque no de temas píos). Pero se fue a Roma y le sustituyó un individuo difícil de definir si no se le conoce (y no pondré aquí su nombre). Por supuesto me negué a hacer la charla con una persona que me parecía incapaz mental (a pesar de ser ingeniero).

No sé si es cierto que Santa Teresa dijo o escribió: “busca un confesor sabio y santo. Si no encuentras uno que sea las dos cosas, busca uno que sea sabio”. Pues eso. Era difícil encontrarlo. Empecé a encontrarme mal (no físicamente), fui al psiquiatra y me dijo que no era depresivo. Y si me imaginaba allí dentro a los treinta (tenía sólo 22 años) me hundía más. Y más aún si me imaginaba allí a los cuarenta. Así que dije: “creo que esto no es lo mío: no sé si no me gusta este centro o el Opus Dei, pero yo aquí no puedo seguir”. Me hicieron esperar un poco. Pedí que al menos no tuviera que recibir charlas porque me parecía algo absurdo en mi situación. Y al final no hice la fidelidad (con el acuerdo de los directores) y me fui a casita.

El pobre de San Miguel (que no era un lumbreras) me dijo: “Siento que hayas perdido estos años. Sendos curas les explicarán esto a tus dos hermanas numerarias”. Yo le contesté que no los había perdido. En los siguientes años recuperé el tiempo perdido en lo referente al trato con las mujeres y a la ingesta masiva de alcohol en fiestas y juergas.

A una de mis hermanas le dijo su directora que yo ya no era numerario lo que no era de extrañar dado que la fidelidad no era la virtud específica de la familia (había un par más de casos). Tanto esa hermana como un hermano mío causaron baja en los siguientes ejercicios fiscales. Aún tengo una hermana Numeraria a la que procuro no disturbar ya que parece feliz allí.

Toda vez que la recuperación del tiempo perdido la llevé a cabo conjuntamente con algunos otros amigos excombatientes, y que siempre tuve amigos normales a los que nunca llevé a un centro para que no dejaran de serlo, mi reinserción en el mundo real fue fácil. Además tenía un trabajo normal: o sea, nada que ver con la Prelatura y mal remunerado.

Pasados unos años de aclimatación y con el hígado maltratado, asenté la cabeza y me casé. Tengo un hijo y espero otro. No los llevaré aun colegio relacionado con la Prelatura. Yo fui a uno normal y lo agradezco mucho. En el fondo me ayudó no haber estado nunca totalmente encerrado en la “Burbuja”.

Eutimio









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