Las mentiras (3).- Miguel Angel
Fecha Monday, 29 November 2004
Tema 060. Libertad, coacción, control


LAS MENTIRAS (3)

MIGUEL ANGEL

(Tercera entrega, 29-nov-04)

 

Las mentiras III. El control de la personas

No sé si debiera llamarlo así, control de las personas, si a alguien se le ocurre un título mejor, se admiten sugerencias.

En esta mi tercera carta explicando mi experiencia personal en determinadas situaciones en la obra, toca hablar del dominio físico y espiritual. Supongo que más adelante, haciendo memoria, me acordaré de alguna más, pero de momento, es la última. Francamente, he de reconocer que alguna de estas mentiras las he descubierto ahora, muchos años después, tras leer algunos de vuestros testimonios...



Dicen en la obra que los miembros son totalmente libres y no son sometidos a control en modo alguno.

Lo que voy a contar podría encajar también en mi carta anterior, pero lo cuento aquí. Los hechos fueron los siguientes, ocurridos también durante el periodo de formación en el centro de estudios.

Invité a un amigo al centro para que lo conociera y, cómo no, lo conocieran. Había sobrado merienda, pues lo normal, nos la zampamos, ¿algún problema?. Como era ya tarde, y vive lejos de la zona, él se fue para su casa pronto, aunque quedamos citados para la mañana siguiente en la facultad. Como yo no había estado en Misa aún, acudí a la parroquia próxima, pero no pude comulgar por no haber pasado aún la hora que, nunca mejor dicho, mandan los cánones. En cuanto volví al centro, busqué a uno de los curas que había allí, le pedí la comunión, y tan contento. Hasta el director me decía, “venga, que encomiendo para mañana”. Al día siguiente, cuando ya me iba a la cita con este amigo, empezó el follón.

Ya con el abrigo puesto, mi director me prohíbe, así como suena, salir de la casa, argumentando que era una pérdida de tiempo, y allí me quedé, muy obediente aun sin entender. ¡Ah, la obediencia inteligente!. ¿Qué demonios habrá cambiado en tan solo unas horas?. Al rato, pensé: pobre amigo, hacerle venir desde su casa al lugar de la cita, que son 30 kilómetros, para luego no presentarme yo. Además ya era tarde para avisarle, pues estaría de camino. Hoy en día, con los teléfonos móviles, habría sido otra cosa, pero estoy hablando de hace más de 20 años. Busqué de nuevo a mi director, y le expliqué esto, lo que él debió interpretar como una insubordinación, y me recordó que tenía prohibido salir de la casa, y que dejara de una vez de perder el tiempo con este tema. Pues nada, más obediencia inteligente, y a estudiar.

Esta “rebeldía” se la debió de contar al director del grupo. Quizá lo tendría que haber explicado antes; en el centro de estudios, como éramos muchos, estábamos divididos en tres grupos, cada uno con su director, su subdirector, su cura y su secretario. Por encima de todos ellos, estaban el director, subdirector cura y secretario del centro de estudios. Este personaje, el director del grupo, me llamó y me echó una bronca de narices, nunca me había pasado nada parecido en la obra. Por supuesto, yo sin entender ni papa. Entre otras lindezas, me dijo:

- Que me amenazaba con quitarme la dirección espiritual.
- Que había cometido vaya usted a saber qué pecados gravísimos.
- Que estos pecados no se los había contado a mi director.
- Que, para colmo de males, estos pecados los había confesado con un cura de fuera.
- Que seguía castigado sin poder salir de la casa hasta nuevo aviso.
- Que me conminaba, en ese preciso instante y allí mismo, a contarle con pelos y señales esos hechos que estaba ocultando.

Ojo, el director mencionaba la palabra pecados en su sentido estricto, de ofensas a Dios, y además graves, o mortales. ¡Qué barbaridad!. ¿Quién se habría creído que es?. Todo esto, claro está, adornado con las consabidas referencias a la falta de sinceridad, abuso de confianza en la obra y en mi director, y toda la pesca. En aquél entonces sólo me quedaba libre una neurona, pero ésta despertó a otra y empezaron entre las dos a descubrir qué composición de lugar se habían montado en este caso, tan sencillo como veis. Pues resulta, me imagino, que el cura que me dio la comunión, fue corre que te corre a contarle al director “mira que fulanito me ha pedido la comunión...”. El director, corre que te corre a preguntarle a todos los curas del centro, cinco creo que había, a ver si me había confesado con alguno de ellos. Y a la vez, y corre que te corre a alcahuetearle a mi director espiritual si le había contado algo especial. Allí, entre los dos, o los tres tal vez, el cura, el director del grupo y el espiritual, se dedicaron a montar mi “historia”: “Miguel Ángel ha pecado gravemente, se ha confesado por ahí, ha pedido la comunión en casa, y no le ha contado nada a su director. ¡Menuda desfachatez!. Queda castigado hasta que desembuche”. Hay que ver en lo que se puede llegar a convertir dentro de una mente ¿enferma, deformada, malvada? la realidad más simple, como es un mordisco apostólico a un bocadillo de chorizo. Esto no es más que una caza de brujas. Y una pandilla de alcahuetas, también.

La cosa acabó con que le conté a este director la explicación del tema, mostrándome apesadumbrado por el mal rato que me estaban haciendo pasar sin saber porqué. Asombrado se quedó el hombre de su metedura de pata. Para que me quedara tranquilo y no “sospechara”, me dijo que me fuera corriendo a la cita con el amigo, que aún llegaría a tiempo. Aunque lo de sospechar en ese momento no iba conmigo, fui al director del centro de estudios con intención de contarle lo ocurrido. Por muy comido que tuviera el coco en ese momento, todo esto me sentó como una bofetada. Uno se deja la piel en la entrega, su sacrificio le cuesta, y en mi caso mucho, para que a la mínima cosa que a una mente calenturienta le pareciera sospechosa, me hiciera semejante montaje. Estuve en un tris de hacer las maletas, pero ya. Incluso recuerdo que tenía una foto del padre, en la que estaba escrita en el reverso la fecha en la que pedí la admisión. Ya tenía el bolígrafo en la mano, a punto de añadir “Entré en la obra el ..., y gracias a A.R.A. (el director del grupo) estuve hasta el día ...”. Pero ya he dicho que tenía el coco muy comido, lo dejé pasar, no hice nada, y no hablé con nadie.

De esa pareja, director del grupo, A.R., y director espiritual, M.M., tengo otras historietas que contar. Ya intentaré juntarlas todas, pero aquí va una pequeña perla. Resulta que un día, comentando la cuenta de gastos con el director espiritual, me dice:

- Oye, veo que compras los paquetes de tabaco de uno en uno. Cómpralos en cartones, que es más barato.
- No, M., que vale lo mismo un cartón que diez paquetes sueltos.
- No, no y no. Los compras en cartones, es más barato, que hay que vivir la pobreza.

En fin, que me quedé como muchos de vosotros que seáis empedernidos fumadores, a cuadros. El caso es que minutos después, me viene el director del grupo, y en un aparte me echa otra buena bronca, a gritos.

- Mira, Miguel Ángel, no te lo insinuaré más veces. Cuando el director te diga que es más barato un cartón, es que es más barato un cartón, y punto, ¿entendido?.

Sin comentarios.

Estas tres historias que he contado no las ha conocido nadie, vosotros sois los primeros. En su momento, todas juntas actuaron como espoleta para marcharme de allí. Pero eso será otra historia.

Un abrazo. Miguel Ángel.

 

<-- anterior







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=3538