Me torcieron mi vocación profesional.- Bastián
Fecha Friday, 29 October 2004
Tema 060. Libertad, coacción, control


VOCACIÓN PROFESIONAL


Siempre se nos dijo en el Opus Dei que la vocación profesional era la base y fundamento de la vocación sobrenatural, de la misma manera que las virtudes teologales y demás virtudes morales deben cimentarse sobre el entramado de las virtudes humanas. Y esto me parece que es lo mejor que tiene el plan de formación: el aspecto humano, la amejoración humana de quienes son captados, aunque también hay que decir que muchas veces esas virtudes humanas no se buscaba encarnarlas según el temperamento y el carácter de cada cual, sino según el modelo personalísimo del fundador, que la verdad sea dicha, era bastante maniático.

Para mí, una de las grandes mentiras y abusos de que fui objeto fue cómo me torcieron mi vocación profesional. Y lo cuento para que si alguien que no ha estado dentro del Opus lee estas líneas sepa lo que puede ocurrir a él, a ella, a sus hijos o a sus hijas.

Desde muy niño sentí el deseo de ser médico. Por tradición familiar, (padre, tíos, abuelo y bisabuelo médicos), por el ambiente familiar contínuo de oír hablar de casos, por conocer a muchos médicos, un aire que respiraba desde temprana edad y que me llevó con la preadolescencia a interesarme por el cuerpo humano en los libros de mi padre y de mis hermanos mayores (estudiantes de medicina); mis compañeros de colegio me consultaban cuestiones de salud que, si no sabía responderlas, las preguntaba en casa y al día siguiente aclaraba al compañero en cuestión. Yo quería ser médico. Un médico total, como mi padre: que hacía radiografías y las revelaba, miraba por rayos X, hacía electrocardiogramas y los revelaba, nos escayolaba los huesos cuando nos los rompíamos, atendía partos, cosía cabezas, y todo eso en casa, en el piso de abajo, donde tenía la "clínica", organizaba una UVI improvisada en casa de un vecino cuya esposa había tenido un parto gemelar de prematuros.... Quería ser médico, claramente.

Y pité a los 16 años. Entonces, enseguida quise ser como Fanfi, un numerario cirujano que estaba en Yauyos con don Ignacio Orbegozo, y trabajar con ellos en la sierra peruana, o en la selva o donde fuera. Y lo sabía el cura del centro, el director, el que llevaba mi confidencia y prácticamente todos. El director, ahora un ilustre cura que no sé si anda por Gran Bretaña y que aconsejó muy mal al famoso Ruiz Mateos, dijo que me tenía que cambiar de colegio porque los curas me querían pescar. Era sexto de bachiller de ciencias, en cuya reválida saqué sobresaliente en junio. Así que el curso siguiente me matriculé en el Instituto. Gran debacle. En junio, aprobado por los pelos en casi todo y suspenso en el segundo ejercicio de ingreso en la Universidad. Interviene el nuevo director con charla directa para encomiarme la carrera de Periodismo, entonces incipiente en la Universidad de Navarra; machaca el cura en las meditaciones con la disponibilidad, con la gota que está a punto de caer en el matraz cuando te llaman para atender la portería, las charlas de formación con la necesidad que tiene la Iglesia de periodistas bien formados... y en septiembre, después de no haber podido estudiar porque estuve en Belagua de curso anual y en dos turnos de campamentos, decidí (¡libremente!) que quería ser periodista. Así que me fui a Pamplona en lugar de repetir el preuniversitario. Dos compañeros de curso del Instituto, ahora ilustres médicos, querían matarme. Ellos estudiaron medicina animados por mí, me esgrimieron el argumento con el que yo hacía apostolado con ellos de que la vocación profesional es el cimiento de la vocación sobrenatural... pero no les hice caso. Me fui a Pamplona, y caí en Aralar, un Colegio Mayor por fuera y un Seminario Internacional por dentro. Pero de eso, de lo del seminario, me he enterado muchos años después de aquel final de septiembre de 1964 en que traspasé el umbral de una casa dónde pasé los peores años de mi vida gracias a la figura de un energúmeno que se suponía era director espiritual y se reveló como el ser más odioso que había conocido en mi corta vida, y en los 41 restantes.

Pero de Aralar hablaré otro día. Y espero que Antrax y Ángel me ayuden a recordar.

Bastián.









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