Me siento muy identificado. Para Emevé.- Gregory P.
Fecha Wednesday, 20 October 2004
Tema 040. Después de marcharse


Querida Emeve (futura santa):

Me ha llegado al corazón tu queja del correo de 18 de octubre pasado. A mí me pasa lo mismo que a ti: cuando escribo algo, (cualquiera de las gansadas que se me ocurren), ardo en deseos de que, luego, alguien conteste, haga alusión a mí, me diga algo. A veces me enfado, cuando propongo temas para hablar, y luego veo que nos pasamos miles de hora contestándole a un tal José Carlos. Por cierto, no sé quién es ese señor, porque, por extraño que parezca, en mi configuración personal de "orejas" no salen sus correos. A lo mejor tengo el ordenador estropeado (o no).

Ahora, repasando, me he dado cuenta de que el tema lo iniciaste tú. He vuelto a leer tu correo, y me siento muy identificado contigo. Debo reconocer que soy muy enamoradizo. Bueno, lo era. Desde que me casé, no he vuelto a tener problemas de ese tipo (toco madera). Pero en mi etapa de agregado, raro era el mes que no me enamoriscaba de alguna conocida.

No obstante, yo nunca les di mucha importancia. Siempre he sido un sentimental, y siempre me ha gustado ejercer de tal. En mi centro, también. Era el típico que siempre estaba leyendo poesía, que sacaba temas de este tipo en las tertulias, que buscaba la compañía de personas afines. Que lloraba en las películas, si se terciaba, sin que me diera ninguna vergüenza (sin hipidos ni mocos, eh). Recuerdo el pase de la película "El campeón", con motivo del cuarenta cumpleaños de uno. Me tuvieron que consolar como si el boxeador exangüe fuese mi propio padre.

Me enamoraba con facilidad, pero me desenamoraba con la misma facilidad. Yo no me preocupaba. Siempre he pensado que el problema es preocuparse. Lo mejor es seguir el ejemplo de los demás: o sea, no hacerte demasiado caso.

Por otro lado, de entre la gente de la obra, Gregory era de los menos peligrosos, en materia del sexto mandamiento. Soy consciente de mi constitución física. Siempre he sido "el gordo", desde que tenía seis años. Por lo que, aunque me hubiera propuesto pasar del amor platónico al "aristotélico", tampoco hubiera tenido demasiado éxito. Eso nunca lo llegaré a saber.

De hecho, cuando dejé de ser del opus, creo que, para el sexo contrario, era el tío menos apetecible del mundo. No sólo estaba como un tonel, sino que además, tenía una depresión de caballo.

Intenté quedar con algunas personas que conocía, para ir al cine. Mi propósito era inocente, lo digo de verdad. Conocerlas, saber algo más de ellas, hacerme amigo, más allá del trabajo. Evidentemente, me llevé chascos tremendos.

A los pocos días de dar el portazo donde vosotros ya sabéis, invité a Nuria, la oficial de un procurador con la que trabajaba mucho mi despacho, a ver una película. A la pobre le dio un dolor de estómago terrible la tarde que habíamos quedado. Mala suerte. A los pocos días, mi jefe me dijo que no la volviera a invitar: su jefe le había insinuado que me quería valía de mi posición en el despacho para enrollarme con su oficial. También intenté salir con la secretaria, también a ver el cine, y poco faltó para que me quedara sin trabajo. Fui de éxito en éxito hasta la derrota final.

Así llegó el mes de mayo de 1992. Conocí a una chica en casa de un amigo, en la fiesta de comunión de su hijo. Recuerdo que se llamaba Luisa, y era procedente de Badajoz. Como en tantas otras ocasiones, me enamoré de ella a primera vista, aunque era una chica bastante normal. Mis amigos me veían muy desesperado (¡cómo lo estaría!), y emplearon el viejo truco de "le gustas, te gusta". A mí me decían que yo le gustaba a ella, y a ella le decían que me gustaba a mí. Sólo la segunda frase era cierta. Yo me lo creí, y ella no.

Llegó el verano, y yo estaba locamente enamorado de Luisa. La llamaba por teléfono, y ella nunca se podía poner. O estaba durmiendo la siesta, o se estaba duchando, o había salido. Cuando llegó el mes de agosto, yo no estaba deprimido: estaba desesperado.

Todo el despacho se fue a la Expo, y yo me quedé en Barcelona. Mis padres también se fueron, no recuerdo a dónde. Me quedé yo solo en casa durante todo el mes de agosto.

Os puedo asegurar que no hice más de tres comidas normales. Mi depresión era tan fuerte, que sólo tenía fuerzas para fumar y trabajar. Si lo pude resistir es porque pesaba más de ciento quince kilos. Ya había comenzado a hacer régimen, y había perdido un poco (imagináos lo que pesaba). Pero ese verano los perdí todos. En septiembre, un amigo al que no veía hacía un año me preguntó si tenía alguna enfermedad. Me había quedado en 78 kilos.

Cuando Luisa se acabó de duchar, o de dormir la siesta, o de hacer lo que hiciera durante ese verano, las tornas cambiaron. Ahora ella era la que se interesaba por mí. PERO A MÍ YA NO ME GUSTABA.

Bueno. Otro día os sigo explicando, que ya me he enrollado mucho. Os aseguro que la historieta es mejor a partir de ahora.

Un abrazo.

Gregory P.







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