Belleza y poesía en el Opus Dei de los 70.- Gómez
Fecha Monday, 01 April 2024
Tema 115. Aspectos históricos


Agradezco a Mediterráneo y a Desde-las-Quintas que me hayan puesto al día en asuntos de belleza en el Opus Dei. Creo que no me equivoqué de institución. Me hicieron dudar y sospeché que tal vez había sido jesuita o carmelita descalzo. O mejor, Caballero de la Virgen, que son los que se llevan hoy el puesto número uno en belleza de sus templos, seminarios, uniformes, bandas militares y jardines.

Fui numerario del Opus Dei entre 1968 y 1979, con etapa previa como chico de san Rafael y posterior como cooperador. Hoy no tengo ninguna relación con la Obra. En cuanto al wiski sí hablo del Johnnie Walker Sello Negro. El Azul no se conocía en este tiempo. Del caviar no tengo los pormenores de marca ni de precio. Solo sé que era caviar en galletas saltinas. Y en cuanto a que la media no diera, les aclaro que no tenía nada que ver con lo que administraba la Administración, sino con lo que nuestro director, que se codeaba con la aristocracia de la inteligencia y que anulaba matrimonios de millonarios, conseguía como obsequio. Cuando yo viví en esa Ingará que ustedes ven como una estancia de la Tierra de la Fantasía, el mismo director consiguió por el mismo camino tres bicicletas. Alguna vez me quejé por algo, y él me dijo «¿para quién crees que conseguí las bicicletas?». Eran para que yo pudiera practicar mi deporte favorito, el ciclismo, sin necesidad de pedir prestados los caballitos de acero o pagar alquiler, como lo venía haciendo.

Para completar mi lista, hablaré un poco más del numerario David Mejía. Era director de la revista «Arco», cuyo formato recordaba a «Nuestro Tiempo», pero cuyo contenido era más de literatura y poesía que de asuntos filosóficos o teológicos. Por allá pasaron los escritores más importantes de la época. Una de sus amigas era la cantante lírica Carmiña Gallo, que grabó seis discos de música clásica y de música folclórica colombiana, con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y con el patrocinio de la OEA, y fue docente en el Conservatorio de la Universidad Nacional. Con su esposo, Alberto Upegui, uno de los mejores amigos del numerario poeta Mejía, creó las Clásicas del Amor, compañía coral que difunde la música latinoamericana incluidos los boleros, la cumbia y el vallenato en versiones sinfónicas. Pues bien, para que ustedes lo sepan, no pocas veces la cantante Carmiña Gallo llevó su bella voz de soprano a las tertulias de san Rafael en Ingará, y no pocas veces formó parte de los actos académicos y culturales de la Universidad de la Sabana.

Los estudiantes de la década del 80 enloquecían en esas presentaciones en el Teatro Ástor Plaza, una suerte de auditorio provisional de esa obra corporativa, en la que el numerario poeta Mejía era decano. La tradición de la música lírica se ha conservado y puede verse en los actos académicos actuales. Mejía escribió y publicó varios libros y artículos de poesía, literatura e historia; fue columnista del periódico «El Mundo», de Medellín; tenía carro con chofer; vestía como dandi; olía a Old Spice de Shulton; oía música clásica; recitaba; cantaba «Cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor / Cuando salí de Cuba, dejé enterrado mi corazón…», y aparte de lo dicho en mi entrega anterior, era miembro del PEN Club, en el que se relacionó con algunos premios Nobel, Príncipe de Asturias y Cervantes. Todo ello, combinado con sus cargos internos, como director regional y local y, en sus últimos años (murió en el 2002), como decano en la Universidad de la Sabana.

Las películas «Dos mujeres» y «Lejos del mundanal ruido» realmente fueron proyectadas en Ingará, para los numerarios que allí vivían, siendo director el poeta Mejía. Cuando había alguna película bella, culturalmente interesante, en los cines de Bogotá, que algún numerario quería ver, podía fácilmente recibir autorización para hacerlo. Cuando algún numerario quería leer un libro del que aún no se tenía calificación interna ni reseña, podía hacerlo, con la recomendación de pasar por escrito cualquier inquietud. Si se trataba de un libro como «El Capital», de Marx, que estaba en el Index, se le facilitaba la recensión, que incluía el texto original y las llamadas a pie de página con las aclaraciones correspondientes. No había tanta hostilidad hacia la lectura, como dicen ustedes que hubo luego.

Y sin ánimo de agotar el tema, nada tan bello como el «Adorote devote» que cantábamos los numerarios en Navidad, durante los cursos anuales en Guaycoral. Era un coro de entusiastas y afinados barítonos que proyectaban sus voces perfectamente sincronizadas para que la cámara sonora constituida por la altura del techo del oratorio hiciera las veces de foso teatral y permitiera ese revoloteo del vientre que transmiten las más bellas experiencias de la vida. Justamente en esa época de Navidad, rezábamos la Novena de Aguinaldo, una bella pieza poética compuesta por el ecuatoriano fray Fernando de Jesús Larrea (¿les suena?) en el siglo XVIII y completada en años posteriores por la poeta Bertilda Samper Acosta, conocida como la madre Ignacia, de La Enseñanza. Es una tradición cultural que se repite cada diciembre en todos los hogares y empresas del país. Tan bella que la rezan por igual creyentes, agnósticos y ateos, bien como experiencia religiosa, bien como experiencia cultural. En Guaycoral hacíamos lo propio, con coro acompañado de guitarra, maracas y panderetas. ¡Qué belleza!

En la repartición de regalos de Navidad, lo que sucedía, como es costumbre en el país, el 24 de diciembre por la noche, cada regalo era acompañado de un poema que recitaban don Quijote y Sancho Panza, de tal manera que la repartición constituía una suerte de teatro con diálogos perfectamente construidos en estrofas de cuatro versos octosílabos con rima del segundo con el cuarto, no como las canciones de Shakira, en las que todo rima con todo sin métrica ni medida. Los actores hacían su trabajo perfectamente caracterizados como el Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero. Solo hacían falta Rocinante y el Rucio, que no se conseguían por ahí a esas horas.

Como dice alguno de ustedes, creo que me estoy divirtiendo demasiado, pero todo lo que digo aquí es verdad, y si las cosas ya no son así, qué lástima.

Gómez









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