Mis hijos le deben el 90% de su vocación a sus padres.- Jiménez
Fecha Wednesday, 06 March 2024
Tema 030. Adolescentes y jóvenes



Comparto plenamente la afirmación de Escrivá:

“Mis hijos le deben el 90% de su vocación a sus padres”
Jiménez, 6/03/2024


Escuchaba, como acostumbro, en la mañana de este domingo, en diferido y mientras preparo mis experimentos gastronómicos, el coloquio de Ágora Coherencia del viernes 1 de marzo, que coordina Antonio Moya. La mayor parte de la conversación giraba en torno a los colegios tutelados por el Opus Dei. Digo “tutelados” como expresión neutra, porque no pretendo entrar en este escrito en si son del Opus Dei sin serlo, o si no son del Opus Dei siéndolo.

El coloquio transcurría con normalidad, pero de pronto Jordi, un asiduo participante cuyas opiniones son habitualmente, para mí, de las más lúcidas, cuenta que su jefa le ha pedido su opinión sobre si llevar o no a su hijo a uno de esos centros escolares. Para no equivocarme copio literalmente la respuesta que le dio Jordi a su jefa (2 horas, 13 minutos del video del coloquio): “Yo le dije: ni es bueno ni es malo. Se enseña matemáticas como en todas partes y los niños aprueban o suspenden como en todas partes. No creo que sean ni mejores ni peores que otros (colegios)".

Con la distancia que dan las décadas desde que dejé la Obra he aprendido a desmitificar la figura del Fundador. Difiero de muchas de sus ideas y otras me dan verdadera repulsión. Como ejemplo de estas últimas, aquello de “el derecho a no tener derechos” (que justifica la sumisión total del miembro a los directores) o toda la meditación de “El buen pastor” (de la que resulta que casi es más grave confesarse de los pecados con sacerdotes ajenos a la Obra que el pecado cometido en sí mismo).

Sin embargo y a pesar de los años sigo compartiendo algunas de las afirmaciones de Escrivá. En especial, me identifico plenamente con aquella en la que decía que “mis hijos le deben el 90% de su vocación a sus padres”.

El Fundador se refería, claro está, al terreno abonado que encontraba la Obra en aquellos jóvenes que habían recibido de su familia una formación cristiana y con valores. Yo, forzando quizá un poco la máquina, la interpreto como esa ingenuidad y buena intención de aquellos padres (entre ellos los míos) que, llevados por el prestigio y la formación cristiana “segura”, deciden llevar a su hijo o a su hija a ese colegio; después, el niño (o la niña) comienza a participar simultáneamente en ese divertido club juvenil que, además, también frecuentan sus profesores. Y, para colmo de dicha, hay curas que confiesan y predican. ¿Qué más se puede pedir para estar tranquilos? Y a pesar de que esos buenos padres intuyen, o alguien les advierte, de que echarán el lazo para captar al niño, ellos se tranquilizan diciéndose cosas como: “mi Pepito es muy listo y no se dejará” o el más genérico “seguro que ahí no le enseñan nada malo”.

Y todos sabemos como suele acabar la historia: separación de la familia en plena adolescencia, cambio del hijo en otra persona desconocida durante años, dudas, ocasionalmente depresiones, salida de todo aquello y años para recuperar la conciencia individual y la adaptación social.

Esta mañana, mientras preparaba mentalmente el presente escrito echaba cuentas: más de una década me costó ser una persona plenamente adaptada tras mi salida de la Obra. Me he asustado por la cantidad de tiempo. Más de diez años dando tumbos, con fracasos sociales y sentimentales uno detrás de otro porque lo desconocía todo de la vida y de las relaciones, y sin saber cómo afrontar las circunstancias más normales porque me había formateado desde los 13 años de edad en una burbuja marciana. Un precio demasiado alto pagado por la ingenuidad de mis queridos padres que, con toda su mejor intención, ignoraban que llevándome a ese colegio prestigioso y de doctrina segura estaban entregando a su hijo a una institución que lo separaría de ellos y lo engulliría para sus fines. El fundador tenía razón: el 90% de mi captación se la debí a mis padres. Del 10% restante ya se encargaron sus eficientes subordinados.

Como el propio Jordi decía dos minutos antes (2 horas, 11 minuto del vídeo) en el mismo coloquio (de ahí mi sorpresa ante la respuesta a su jefa), “el único fin (de los colegios relacionados con el Opus Dei) es el tema de las vocaciones. No hay más”.

Lo curioso de este asunto es que hay algunos ex que tientan la suerte. Cuando participaba en el chat “exodo”, hace años, llegué a conversar con alguno y alguna que, si bien despotricaban duramente contra la Obra y su sistema, llevaban a todos sus hijos a alguno de esos colegios. Como dice el refrán, “hay maderas que no cogen el barniz”.

(En descargo de Jordi, al que saludo desde aquí, es posible que cuando le respondía a su jefa se refiriera exclusivamente al nivel académico).

Saludos a todos.

Jiménez









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