El velo del silencio que cae al salir.- CRNUMEROBAJO
Fecha Wednesday, 28 February 2024
Tema 020. Irse de la Obra


Ese velo que cayó, dentro, sobre nosotros no puede silenciar la multitud de voces, en todos los idiomas y con todos los acentos de cada lengua, que clama desde el otro lado de tal cortina. Auténtico muro, necia y ciegamente impuesto por el opus sobre quienes nos salimos.

Fuimos tapados en nuestra marcha, frecuentemente hecha a hurtadillas, de tapadillo, silenciosa, vergonzante. Cuando no penada por los comentarios, internos, sobre supuestas o reales infidelidades a la (supuesta) vocación. De manera que tal juicio de traición por la salida no nos dejó respirar con serenidad, una vez sanados, hasta que no nos dimos cuenta del fraude de todo y de que tal condena no era, ni podía, ni debía ser la nuestra.

Fuimos borrados de las listas de nombres, de encargos, de diarios, de fotografías de los centros y las labores. Parece que nunca fuimos ni existimos.

Fuimos vedados entre quienes quedaron de explicaciones, de comentarios y añadidos; se interpuso un muro de silencio. Somos los que nunca fueron. Velados como los que nunca estuvieron ni, aparentemente, nada hicieron.

Sin embargo –y por eso el perdón que pedimos muchos, hasta las lágrimas, incluso– fuimos parte de la obra. Hicimos y mantuvimos sus labores y sus apostolados. Sus obras buenas y sus partes no tan buenas, como la manipulación obediente de las conciencias ajenas. Cada uno en la dimensión de sus encargos, su quehacer y su responsabilidad en cómo lo hizo y cuánto se lo creyó.

Fue silenciada nuestra conciencia, nuestro pensamiento, nuestra crítica, nuestra libertad, nuestra palabra oral o escrita, incluso en por las vías y cauces supuestamente necesarios para escucharla. Solo se escucharon sus propias voces, ayunas de autocrítica.

Fueron obliterados, abortados por tanto, nuestros sentimientos y afectos, nuestro sentir general, nuestra amistad y cariños más radicales y profundos. Tuvimos que reconstruirlos, a duras penas, por cuanto desde tan profundas raíces trataron de arrancarse.

Quiso ser matada nuestra piedad, la posibilidad mística, la libertad interior. La Fe. Velada nuestra conciencia libre e íntima por el humo de las velas del cumplimiento y la disciplina.

No seremos velados, dicho sea en su sentido más estricto, como lo fueron quienes, enfermos, agotados, agobiados, amargados… sin embargo murieron –a pesar de tales pesares– formal y externamente, obligadamente, “fieles” y, así, suscitaron la congregación autoafirmatoria y sus loas más o menos debidas de quienes quedaron; tan solo para reforzar su vocación superviviente que, por pobre de solidez, necesita este refuerzo.

“El mejor sitio para vivir y para morir”, decían. Eso es que no saben, ni intuyen, ni huelen, ni oyen, ni saben qué es la vida. (Con respecto a la muerte estamos todos muy igualados, como decía Manrique).

Pero tampoco nos importa mucho. Al menos a mí. No pido que lo hagan. Solo pido seguir en paz. Pero con justicia, enmienda y perdón para todos.

Porque al contrario de ese silencio, al otro lado de ese telón de la “fidelidad”, somos muchos más y nuestras voces se alzan mucho más altas con respecto a las de quienes quedan en el otro lado, del lado de dentro. Muchos deseando irse o muy enfermos/as para encontrar fuerzas para hacerlo. Otros a punto de venirse a este lado, el de la verdadera luz.

A quienes aún estáis y no sabéis cómo y por qué digo esto. Si queréis y antes de no poder hacerlo: Podréis ser santos. Podréis ser felices. Podréis santificar vuestra vida ordinaria. Podréis hacer esa (u otras) normas (o no). Pero lo haréis con libertad, con conciencia propia y autónoma, con amor, con naturalidad. Quizá con dificultades, pero sin esos obstáculos impuestos. Con y en vuestra vida, con vuestra luz.

Y el velo del silencio solo caerá sobre todos nosotros, cuando la vida llegue a su fin y así lo diga. نْ شَاءَ ٱللَّٰهُ‎. Pero no cuando la sombra alargada del fundador diga qué, y cómo, debe hacerse…

Porque en eso se ha convertido, en realidad, el opus en sí mismo. Un tupido velo de silencios. No sólo sobre los demás, sino sobre qué de verdad son ellos mismos, sobre su ser, sus estatutos, su existencia y su vivencia. Por eso amarga y se amarga. Porque de esos silencios propios de otras épocas ocultan, pero no curan, sus cánceres internos, reforzados por esa vergüenza a lavar fuera sus manifestaciones y miedo a pedir perdón, reparar y enmendar. De ahí solo sale más oscuridad, opacando la posible luz que pudiera llega si se abrieran las ventanas y sus contraventanas (como siempre horrorizó a Escrivá en su casa romana, negando su supuesta apertura de la finestre al nuovo sole).

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