Embajador ante la Santa Sede.- Gómez
Fecha Monday, 22 January 2024
Tema 078. Supernumerarios_as


En 1967 fui por primera vez a una meditación al Centro Cultural Universitario de la carrera 21 # 37-48 de Bogotá. Tenía 15 años y estaba casi terminando mi bachillerato. Entré al oratorio atestado de muchachos, la mayoría universitarios, vi la leyenda del frente del altar elaborada por Luis Borobio, uno de los primeros numerarios, que estuvo 15 años en Colombia, y luego regresó a España y fue profesor de arquitectura en la Universidad de Navarra. La leyenda decía: «Mane nobiscum quoniam advesperascit» (‘Quédate con nosotros porque se hace tarde’), como la epístola del 2004 de Juan Pablo II. Estaba escrito con una letra muy particular, que identificaba a Borobio, autor también del cabezote de la revista «Arco» (la «Nuestro Tiempo» colombiana) y los logotipos de Hontanar e Ingará, dos de los centros de numerarios donde se hacía labor de san Rafael.

La meditación estuvo a cargo de don Eugenio Fenoy, un sacerdote moderno, que usaba clergyman gris y repetía como los jipis de la época «paz y amor». Esa noche nos dijo repetidas veces «surge et ambula» (‘levántate y camina’), y yo salí dispuesto a caminar a donde fuera, tanto que hablé con él y le pregunté si era jesuita, pues su prédica me llamó poderosamente la atención, y si hacía falta me haría jesuita o lo que hubiera que hacer para «caminar». Estaba dispuesto a todo. Después me senté por ahí en medio de la multitud que había salido del oratorio y la que ni siquiera había podido entrar porque no cabía. Todos cantaban con entusiasmo el porompompón acompañados por la guitarra y la gracia desbordante de Alberto Ospina, estudiante de Ingeniería de la Universidad de América. La tertulia se acabó más rápido de lo esperado, «Pobrecito, ay, Salomón, con todas sus mil mujeres, / y yo que con solo una me doy contra las paredes, / ¡Ay, porompompón!...».

Me fui para mi casa, pero iba transformado y con deseos de hacer cualquier cosa que hiciera falta para levantarme y caminar. Al año siguiente pité. Don Eugenio no pudo seguir usando su clergyman gris. Pronto llegó una nota de Roma en la que se indicaba que los sacerdotes numerarios debían ir de sotana negra, incluso en los centros donde vivían y, si acaso el entorno social lo exigía, de clergyman negro, no gris ni de color. Tampoco le volví a oír su saludo jipi, «paz y amor». Años después, lo vi muy triste el día que murió su mamá, y por entonces no me explicaba que no pudiera viajar a España a despedirla. Ya en Opuslibros se ha explicado detalladamente esta «costumbre». En los últimos años de su vida, que pasó en alguna ciudad de la costa atlántica colombiana, lo vi bastante acabado. Ya descansa en paz. Y no olvido que fue él quien me empujó a ser apóstol laico cuando lo oí en esa meditación de san Rafael en el que tanto repitió «surge et ambula».

Todo esto lo recordé ahora que vi al guitarrista de aquellas tertulias y de muchas otras en las que participé después, Alberto Ospina. Lo vi en fotografías del Vaticano «muy tieso y muy majo», como el hijo de Rana, Rin Rin Renacuajo, al lado del papa Francisco. ¿Y qué hacía por allá? Pues, pásmense ustedes, el presidente Petro lo nombró embajador de Colombia ante el Vaticano. Un premio muy merecido, pues Alberto Ospina, gerente y presidente del Grupo Alfa durante 40 años, debe de haber donado ladrillo y baldosín para más de un oratorio, iglesia, santuario y basílica del país. La prensa dice que Alberto Ospina, casado y padre de un hijo, tiene una «relación estrecha con la Iglesia católica» y da una serie de datos que nos permiten identificarlo mejor: es miembro de las juntas directivas de la Universidad de la Sabana (obra corporativa), de Inalde (obra corporativa, copia del IESE) y de otras empresas colombianas. Llama la atención, dicho sea de paso, y solo por agregar un poquito de picaresca a estos recuerdos, que quien lo nombra de embajador ante el Vaticano sea el presidente Petro, católico de la Teología de la Liberación, que es el ala del catolicismo más cercana al marxismo. Petro, que fue guerrillero del M-19, dijo ser católico de la Teología de la Liberación, cuando estaba de candidato, mientras que los demás candidatos dijeron ser agnósticos, y uno de ellos, ateo. Como Colombia es un país católico, por tradición y cultura, las elecciones presidenciales las ganó el único candidato que declaró ser católico. No creo que haya ido nunca a misa, ni que se sepa el padrenuestro, ni que se haya santiguado alguna vez en la vida, pero dijo lo que tenía que decir en campaña para obtener el resultado que obtuvo.

Tuvo más sentido el nombramiento del periodista César Mauricio Velásquez, numerario, como embajador ante la Santa Sede, cargo que desempeñó después de haber fungido como secretario de prensa del presidente Álvaro Uribe, jefe de la derecha, que rezaba el rosario en la capilla de Palacio y ante las cámaras de televisión, mientras sus soldados mataban guerrilleros reales y ficticios.

Gómez









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