Depre para mí, depre para ti, mucha depre veo por aquí (4).- SaturiaValentín
Fecha Friday, 15 December 2023
Tema 070. Costumbres y Praxis


 

 

DEPRE PARA MÍ, DEPRE PARA TI, MUCHA DEPRE VEO POR AQUÍ (4)

 

 La incoherencia de ser libre a la fuerza

Esta es para nota. O sea, me imponen un modo de vida estrictísimo en el que está medido y contado todo. Hasta el más mínimo detalle está regulado por normas pergeñadas y afianzadas a través de los tiempos. Una práctica asfixiante, que cubre todos y cada uno de los aspectos. Desde cómo se echa la ropa a lavar hasta el modo de hacer oración. Desde cómo dar vueltas al hojaldre, hasta cómo y cuándo se incoa el salmo de los martes. Así y no de otra manera, ni en otro momento. Cómo saludar a mis familiares. Cómo sentarme en el salón de mi casa. Que anote todos y cada uno de mis gastos, y el modo de anotarlos. Hasta el formulario correcto para anotarlos…



Cómo limpiar los peldaños de una escalera o los barrotes de una barandilla. Cómo se plancha específicamente cada pieza. El modo correcto en que se comienza y se termina de orar. El número de piezas de ropa interior que has de tener. El modo de comportarte si ves llorar a una de las que viven contigo (no la consueles, haz como si no lo has visto y vete a chivarte, que eso es lo que manda el buen espíritu). Que no puedes ponerte medias verdes con la bata de limpiar, tienen que ser azules o negras por orden ministerial (sí, hasta eso está previsto). Todo está previsto y todo es imperativo.

Con especial insistencia en los detalles insignificantes. De esto también se ha hablado mucho en la web, y todos tenemos ejemplos de cómo era más corregido y más tenido en cuenta el más mínimo pormenor que el asunto clave del que derivaba.

Yo no sé si en algún momento, al principio, las cosas estuvieron consideradas en su correcta jerarquía. Es decir, que el detalle es la sobreabundancia del asunto clave. Por ejemplo: que tener ordenadas tus cosas puede ser reflejo de tu propia paz interior, o que poner agua en el vaso de tus compañeras de mesa puede mostrar que te preocupas por ellas, o que cuentas una anécdota apostólica porque te pasan cosas graciosas al ayudar a los demás en su relación con Dios. (Nótese que no atribuyo una relación de causalidad forzosa entre una cosa y otra, esto es, el orden puede ser reflejo de tu paz interior, pero también puede ser consecuencia de tu TOC; el llenar el vaso de agua puede ser porque soy una cotilla y me quiero enterar de todo lo vivo; el contar una anécdota apostólica puede ser porque me pasó algo gracioso que deseo compartir, pero también porque quiero lucir palmito apostólico, etc.)

Bueno, lo que decía, que puede que en algún momento las cosas pequeñas estuvieron consideradas en su correcta jerarquía, pero ya en mi época eso se había adulterado seriamente, en dos sentidos: 1) las cosas pequeñas consideradas en sí mismas y sin relación alguna con el fundamento del que son reflejo; y 2) las cosas pequeñas por encima de aspectos fundamentales, como la caridad cristiana. Y así fue, todos tenemos ejemplos de cómo era más importante no llegar tarde a la oración de la mañana que ayudar a una persona enferma. Hacer los 15 minutos de lectura exactos (no 12 ni 17, sino 15). Ir a misa al centro haciéndote hora y pico de transporte, teniendo una iglesia estupenda cerca de casa. ¿Un centro sin patitos ni burritos? ¡No será cierto! ¡Así no hay quien viva el espíritu!

No se me olvida haber oído a la madre de una numeraria decir que la tal “dejaría morir a su madre por no llegar tarde a Misa”. Me parece muy ilustrativo. Y lo peor es que, en ese momento, esa señora tenía razón.

Recuerdo que en el semestre de entre 1º y 2º, que lo hicimos conjuntamente con otro centro de estudios. Estaba una chica que había pitado no hacía mucho, y era una auténtica paracaidista. De cero a cien en cuestión de semanas. Estábamos hablando entre nosotras de si nos dejarían hacer una cosa. No recuerdo los detalles, pero tenía que ver con autobuses y el horario de la cena. Era por ir a algún sitio. Y la cuestión era, que si para volver de tal sitio cogíamos el autobús de tal hora, llegábamos a la hora de cenar con bastante antelación, pero apenas teníamos tiempo para estar en ese lugar, así que el viaje casi ni valía la pena, tanto viaje para nada. Sin embargo, si cogiéramos el autobús de una hora más tarde, nos daba tiempo muy bien, únicamente que llegábamos muy justas para la cena. Nosotras no le veíamos solución, pensábamos que nos iban a obligar a coger el primer autobús, porque lo de que a lo mejor llegamos 5 minutos tarde a cenar, imposible, no nos iban a dejar (ojo, que para más inri, era una cena sin administración). Nuestra amiga la paracaidista asistía a la conversación asombrada, hasta que dijo: “No os preocupéis, pues claro que nos van a dejar. El criterio ha de ser que lo que es razonable, se hace”. La miramos con una mezcla de pasmo y esperanza. Qué pardilla. Fue que no.

Bueno, a lo que íbamos. Es indiscutible que se nos imponía un modo de vida estrictísimo. Pero es que no era suficiente con que lo aceptases como quien acepta pulpo como animal de compañía. Además, lo tenías que querer. Querer de elegir. Querer de libertad. Decirle a todo el mundo que eres tú misma la que no quieres tomarte las vitaminas que te manda tu madre. Yo soy la que quiero tomarme estos fármacos que no sé ni lo que son, hala, a cascoporro, dadme más. Yo soy la que no quiero hablar con mi familia. Quiero que me lean el correo. Quiero que me registren el armario. No quiero usar el abrigo que me acaba de comprar mi madre. Quiero dormir en un tablero de aglomerado. Quiero que me corrijan si llevo los calcetines torcidos. Pero como si fuera una cosa gordísima, ¿eh?, si no, no vale. A ver si me voy a creer que soy libre de ponerme unas sandalias con las que se me vean los dedos de los pies. ¡No será verdad que me compro la falda que me gusta! (completamente púdica, of course) ¡Quiero tener que ir a devolverla tras no haberla aprobado la directora al llegar al centro!

(Qué más quisiera yo que haberme inventado estos ejemplos.)

Ah, pero no sólo elegirlo. ¡Amarlo! ¡Cuánto me mola mi tabla de aglomerado y mi libro-almohada! ¡Guays mis enfermedades autoinducidas! ¡Dadme más faena inútil y baldía, por favor! ¡Quiero sacar brillo a los picaportes hasta verme reflejada en ellos!

El problema es que lo intentas hacer de verdad. Quererlo. Quieres quererlo. Dices que lo quieres. Te esfuerzas por quererlo. Y así ¿Cómo no trastornarse? Es imposible. No hace falta ser profesional de la psicología para darse cuenta: o eres un cínico de tomo y lomo, o, como te lo tomes en serio, acabas fatal. Fatal de inducirte una anorexia. Fatal de tomar psicofármacos de caballo. Fatal de quedarte alelado.

Esto tiene tantas variantes y tantos matices, que es inabarcable, ya que te indican lo que tienes que pensar y lo que sentir. Lo que desear. Lo que amar y el modo adecuado de amarlo. Y eso nos lleva al siguiente punto.

 
Próxima entrega: B) La esquizofrenia de la razón

Capítulos anteriores

1. Introducción

2. Part One: muy mal debieron verme

3. La incoherencia de ser libre a la fuerza. A) Agotamiento

     

 







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