Momentos incómodos.- María Elena García
Fecha Friday, 20 October 2023
Tema 077. Numerarias auxiliares


En la última reunión de Ágora-coloquios con Antonio Moya se han expuesto testimonios impresionantes hablando de los momentos surrealistas vividos en el Opus Dei y eso me ha refrescado la memoria, así que contaré un par de anécdotas.

Vivía en el centro de estudios, con 18 años cumplidos y en una ciudad muy lejos de mi familia, incomunicada porque en esa época no había celulares y cuando nos llamaban por teléfono siempre había alguien escuchando. Un día estando el piso de la cocina mojado me resbalé y caí sobre la pierna donde llevaba puesto el cilicio, patiné hasta detenerme con la puerta del montacargas. Me levanté como resorte y subí corriendo a mi cuarto. Al querer quitarme el cilicio me di cuenta de que se había incrustado al menos la mitad, no hubo más remedio que jalarlo y tratar de contener la sangre. Tomé el cilicio, molesta. y baje a dirección, creo recordar que se lo dejé en el escritorio a la directora que no paraba de reír (ya le habían contado lo ocurrido) y le dije que no lo usaría más. Me dijo que lo dejara por ese día pero que al día siguiente lo usara en la otra pierna. Nunca entendí por qué le resultó tan gracioso, la impresión de mi pierna llena de sangre me duro un tiempo.

Con aquella risueña directora aprendí otra gran lección. Un día estando en limpieza no aguanté más el dolor de un cólico y me tuvieron que sacar de la casa de los varones (en la Regule Internae se decía que entrabamos y salíamos todas juntas, así que el salir fue un atrevimiento de mi parte). Me senté en un pasillo, recuerdo a una auxiliar que me llevó un té caliente y enseguida llego la directora. Moría de risa por alguna razón que sigo sin comprender y me dijo que una madre de familia numerosa y pobre no se detendría por un simple cólico. Es más, nadie tenía por qué enterarse de que me sentía mal por un cólico. Sobra decir que jamás en mis 22 años dentro dejé de trabajar por esta razón, no es que hayan desaparecido, es que me quedó claro que no tenía derecho a perder tiempo por ello.

En los años que estuve de instructora en Toshi, recuerdo una época en la que nos dijeron que todas debíamos tener la capacidad de trabajar en cualquier área de la administración (esta indicación venia directamente de la delegación). Es bien sabido que cada uno tenemos distintas capacidades, pero en aquella época todas debíamos tener las mismas si queríamos estar en una escuela. La presión que nos metieron fue tremenda. Yo tendría unos 25 años, llegó un momento en que sentía que no podía respirar (literal), hoy creo que eran ataques de angustia, entonces no lo sabía. Un día estaba con la directora a punto de hacer la charla y recuerdo aquella sensación invadiéndome. La directora se limitó a cruzar la pierna y a observarme como si yo fuera un bicho raro o un experimento mal logrado. Tuve que respirar profundo para tratar de calmarme, ella fue implacable, aquello era un chantaje de mi parte, un método para llamar su atención, al menos eso fue lo que me explicaron. Tiempo después -cuando estábamos a punto de la locura o el agotamiento-, nos dijeron que estaba bien si nos especializábamos solo en dos áreas de trabajo (llegado a este punto todas acabamos con pastilleros en el cajón de las servilletas). Aunque yo siempre fui uno de los “comodines” del centro (es decir que ibas a la zona que te indicaran), cuando me preguntaban qué zona era mi fuerte nunca sabía qué responder, ninguna me gustaba lo suficiente, aunque el tiempo que estaba en la recepción lo disfrutaba mucho, ahí podía contemplar algunos jardines sin prisas, en esos momentos me sentía libre.

María Elena García









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