Levantar el velo de la obra: ¿Quién se oculta detrás?.- CRNUMEROBAJO
Fecha Friday, 06 October 2023
Tema 110. Aspectos jurídicos


 

Levantar el velo de la obra: ¿Quién se oculta detrás?

CRNUMEROBAJO, 6/10/2023

 

El Opus dei está velado bajo varias capas. ¿Quién se atreve a levantar el velo de esa forma jurídica fingida para ver qué hay dentro?

En los debates Ágora se pone de relieve, con frecuencia, la importancia de la vestidura jurídica y el Derecho canónico. Tanto dentro: qué y cómo se “siente” el opusdei. Como fuera: qué forma pretende y a cuál se acoge (y como se la considera vista del exterior). Escrivá, formado como jurista, tuvo claro qué debía hacer en ese ámbito. O al menos se sentía cómodo pensando en y desde ese lugar: la arquitectura jurídico-canónica de la obra que creaba. Quizá con la vista puesta en experiencias previas de otras instituciones y la historia de la propia Iglesia...



Pero, me parece, sin tampoco haber acabado de comprender bien qué es, era y será la Iglesia y su régimen. Sino solo con un empeño tuercebotas por conservar su idea. Como señala EBE blindó el espíritu con unos complejos mecanismos canónico-teológico-identitarios (“carismáticos”), con la idea de evitar sustos. Sustos que sucedieron y suceden (todos recordamos los diversos episodios). Al rescate de su terquedad acudió Del Portillo quien, como ingeniero, trató de modelizar organizativa y canónicamente el sistema para lo que Escrivá le pidió. Un sistema mecánico-organizativo que funcionara como una máquina, fuera resiliente, operativo y se mantuviera en el tiempo. Más o menos lo logró y quizá ese sea su fugaz éxito en los años 80-90. O eso pensaba. Pues todo parece venirse abajo como la pavesa del otrora llamativo fuego artificial.

Vayamos por parte en su análisis.

Estando dentro siempre oímos que la obra es inmaculada. La obra nunca hacía nada malo. Era la madre guapa y perfecta. El problema, si acaso, eran la actuación de sus miembros. Sus decisiones y, en ciertos casos, sus errores. Aunque, de alguna manera todos sabíamos qué era la obra: se identificaba, en gran medida con el “Padre” y derivadamente con la voluntad de “los directores”. Pero, propiamente, no había un ente-de-razón con identidad propia y un carisma identificable fuera de la continua adaptación por parte de los directores de una idea-ideal: “los tiempos de Nuestro Padre”. Sin que existiera vía alguna de resistencia intelectual o canal alguno de comunicación jurídico-organizativa de abajo-arriba (las que hay son una broma). Curioso por lo críptico e incomprensible. Curioso también que nos lo aceptáramos y creyéramos así (salvo mentes preclaras que se fueron por no verlo). Esto de puertas-adentro.

De puertas afuera la obra tampoco existía como entidad clara. Ni la Obra ni sus obras. Aunque todo el mundo intuyera, mejor o peor, qué fuera… Los centros no eran instituciones de la obra… y quién sabe qué son y qué eran. Los miembros ¿lo eran? En realidad, se decía, no representaban sino a sí mismos y su fidelidad a sus valores cristianos (opusianos, por supuesto). Los colegios y otras obras tampoco eran, jurídico-civilmente, “de la obra”… Ni participaba, como institución y/o grupo, en las reuniones, encuentros, sínodos, etc., de la Iglesia u otras entidades civiles o de cualquier tipo (por ejemplo, asociaciones de instituciones educativas). La obra (aparentemente) no tenía una voz propia porque ni siquiera tenía “teología propia”. Aunque sí tuviera una o varias Facultades impropias. Sus portavoces no parecen ser tales, pues son más bien “gestores de comunicación”, siempre manejando la discreción y lo que los demás (deban) decir de la obra; pero no lo que la obra dice de sí misma… Sus vicariatos, delgados, etc., no la representaban –o trataban, al menos, de no hacerlo– hacia afuera. Si lo hacían en actos públicos, era de tapadillo y cuando no quedaba más remedio. Menos aún participaba en política, ni civil, ni militar, ni eclesiástica. La obra vivía, con tal “discreción” la supuesta humildad colectiva y no daba-la-cara. Salvo, ¡oh curiosidad! en beatificaciones de sus prelados –más no de cualquier miembro–, en las misas del 26J y, en cierta medida, en los Univs... La obra no tenía una voz unívoca y propia, puesto que, en realidad, no se manifestaba como tal. Aparentaba no existir como tal.

Amparado en tal situación, en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos nacionales el opusdei se ha prevalido de ser una “persona ficta”. Es decir, una persona fingida. En gran medida avalada por ser, bajo el Derecho canónico, una forma jurídica en-construcción y, así, un tanto inidentificable; como ha sido la prelatura y antes otras instituciones (de ahí que cuando llegaran compañeros de viaje en su forma, buscara otra fórmula…).

¿Qué es una persona ficta? ¿es lo mismo que una persona jurídica? Pues no. Aunque la segunda provenga de la primera. Utilizo la expresión “persona ficta” a propósito porque no es una persona jurídica. Propiamente, la obra ha tratado de no ser una institución unívoca, al menos en cada país, bajo el paraguas de una forma “persona jurídica”, puesto que esta, pese a la ficción que también supone, suele estar regulada por formas concretas. Es el caso, así, asociaciones, fundaciones, sociedades anónimas, limitadas, cooperativas, etc., utilizadas siempre según los fines y naturaleza de cada una. Tales formas suelen estar amparadas bajo la legislación nacional y, en su caso, sometidas a sistemas legales y procesos judiciales de “levantamiento del velo” que eviten la irresponsabilidad e inimputabilidad que pudiera darse en determinados casos.

Pues resulta que la obra no ha sido esa “persona jurídica”, salvo que una legislación nacional así lo exija expresamente. Ni tampoco un cúmulo de personas jurídico-formales asociadas en cada país en representación de su institución original, situada en Roma. Cuando uno ve qué era la obra y sus obras en cada país, ante sus autoridades y su legislación, frecuentemente era o bien prácticamente nada o bien se escondía en ropajes fingidos, fragmentados, “estancos” y anónimos. Esto se veía, en España, bajo todos los niveles: el civil, el administrativo (por ejemplo, el status “residencial” de sus centros y las sociedades mercantiles que son sus propietarias), el régimen laboral y de la seguridad social, el tributario… e incluso el canónico. Siempre hacia fuera, pues todo el mundo, dentro, sabía que todo-todito-todo lo dirigían desde su respectiva comisión y, en ocasiones, con voz de Roma.

El opus ha estado fingiendo lo que es y prevaliéndose de la ocultación, la fragmentación y la dispersión para eximirse de cualquier responsabilidad única, propia y orgánica. Evitando así, también, otorgar un status o carácter jurídico a las personas que la dirigen y representan. Soslayando, por tanto, que tanta la obra como sus autoridades asuman las conductas realizadas por sus miembros; y, a la par, dejando a sus propios miembros inermes tanto por lo hecho para la obra, como, incluso ante las conductas de sus directores… y, por tanto, de la propia obra. Desde lo laboral, hasta la situación de las auxiliares, hasta los posibles desmanes, o el manejo de los fondos provenientes de donaciones… y por supuesto todo el tejemaneje de las conciencias y la doctrina propia. La obra no ha querido que sus miembros fueran sus “asociados” bajo alguna fórmula tipo vínculo jurídico, que no existía. Pero tampoco bajo modelos de votos de tipo canónico tradicional, de los que, en principio, se huía como no-parte del espíritu propio. Pero tampoco ha querido, nunca, que fueran “miembros” desligados o asociados desde una forma voluntaria y libre, puesto que ha remarcado siempre el carácter indisoluble y vocacionalmente eterno de su vínculo como “cooperadores orgánicos”, jugando así con otra ficción imposible, con un contenido canónico que nunca pudo definir, pero que estaba clarísimo en “De Spiritu” y resto de documentos normativos… (las múltiples versiones del catecismo lo atestiguan).

En definitiva, y como EBE señala tan acertadamente desde el plano ontológico, el opus se ha servido de la ficción para eludir la juridificación clara y, así, ha ocultado tanto su identidad como, derivadamente, su responsabilidad y, así, su posible imputabilidad.

Paradójicamente tantos años de carisma escondido bajo una fórmula inadecuada le está pasando factura. Merecida factura, diría. Ahora ni ellos saben bien quienes son. O sí. Como tampoco sabe bien qué es una prelatura, ni cómo amoldarse a tal figura, bajo construcción, al menos en sus términos actuales; como tampoco se sabe qué hacer con el vínculo y la naturaleza de sus miembros. Tras tanto fingimiento y mareo se ha vuelto loco. Al final, incluso, el único modelo de Prelatura ha resultado una especie de fake.

El problema –pienso en lo que señala Antonio Moya en sus sesiones de zoom– no es la Ley. No podemos convertir al Derecho el parámetro paradigmático de la verdad y la razón, pues “allá van leyes do quieren Reyes”, decía el clásico. La ley, la norma, el Derecho positivo, al menos, no son sino representaciones y modelizaciones de visiones éticas y políticas. En la Iglesia, pues, son la mera vestidura de lo que diga el dogma, la teología y el carisma que de Cristo y el Espíritu Santo; y, derivadamente, de sus manifestaciones. De manera que no se puede magnificar ni encumbrar el valor de lo jurídico sino como fórmula para representar todo lo anterior. Lo que deben hacer el Derecho, canónico en este ámbito, es tratar de plasmar los principios que marca la Iglesia como madre. En tal sentido, la forma jurídica del opusdei, establecida legalmente en el CDC, deberá ser la que y como lo indique la Iglesia, siempre conforme a su doctrina y sus formas. Lógicamente no deberá ser la que autoestablezca a sí mismo para blindar una identidad pre-configurada y precluida, cerrada al paso de la luz de la Iglesia. La cual, como bien remarca Antonio, se ha convertido en un quiste imitatorio de la propia figura, operatividad y ser de la Iglesia en sí misma y como conjunto; a modo de Iglesia paralela y autónoma.

EBE en el citado escrito “La Reforma del Opus Dei más allá de lo jurídico da con las claves de bóveda de cómo, bajo tal situación, el opus tratará de volver a proteger y estanqueizar la “vocación” y la “misión” de Escrivá, y del Padre como su único portavoz válido. De manera que, aunque muchas cosas cambien… dentro todo siga igual. Eso explica el retraso en las actuaciones canónicas –los Estatutos– y las palabras de “tranquilidad” que, de puertas adentro, da Ocáriz a sus gentes. Y lo poco que saben dentro, dada su también “blindada” lealtad perruna a lo que digan los directores, siempre bajo el paradigma de la unidad y fidelidad. Eso explica también por qué lo importante para ellos es mantener, precisamente, los “textos normativos” no-formales que tiene y conserva (y que por no ser jurídico-formales, dudo mucho que nadie los persiga). Por eso, como se comentaba en la última sesión de Ágora (29 spt 2023), la crisis más profunda está viniendo y vendrá porque en breve no habrá continuidad de numerarios/as y auxiliares para seguir con “las labores”: no llegan nuevos y muchos con años dentro… nos hemos ido en busca del Amor y la Felicidad.

Curiosamente y como apunte final, Escrivá y Del Portillo querían que los miembros y la obra fueran “muy romanos”. Y lo ha sido. Pero no ha sido romano en sentido de petrinos, sino en cómo fue la civilización de la Roma antigua: juridicista e ingenieril, y también jerárquico-militar. La filosofía y el arte quedaron en Grecia. La teología y la mística estaban en Israel y Oriente. Otras notas quedaron Iberia, Galia y Germania. Los romanos fueron juristas, ingenieros (civiles) y militares; y eso nos queda en Occidente de ellos. Esperemos que se imponga, en todos los niveles, la roma moderna, del Francisco sucesor de Pedro a esa otra.

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