No es bueno cultivar el dolor.- Damián Galmés
Fecha Friday, 06 October 2023
Tema 010. Testimonios


 

NO ES BUENO CULTIVAR EL DOLOR

Damián Galmés, 6/10/2023

 

 

Al comienzo del libro de Job se relata una conversación entre el diablo y Dios en la que el Altísimo le da permiso al príncipe de la malicia para que le procure daños y sufrimientos a este piadoso varón con vistas a que pierda la Fe en el Divino y lo traicione, pero y sin embargo el Eterno se lo consiente hasta un cierto límite. La narración sigue comunicando los muchos placeres que obtiene el diablo mientras que maltrata a Job, pero también explica y detalla las conversaciones aliviosas que él mantiene con sus amigos y la verdadera oración aliviadora en la que grita a los horizontes que sabe que “su redentor imperecedero existe y que me aliviará y me posará muy por encima del polvo”...



En este sentido y puestos a entender la esencia divina de lo que sea el “Alivio” sepamos que su origen lingüístico se halla en la raíz protoindoeuropea “Liug, la que significa “sorber con gusto hacia adentro al aire”; de añadido descubramos que éste término produjo las peculiares voces latinas “ad-levere” y “allivium que significan respectivamente “ir a lo alto” y “volar”; y a la postre tomemos nota de que durante el medievo la palabra “alivio” floreció así en el idioma español. Y visto lo cual nos cabe significar ahora al vocablo de “Alivio” como “el notar gustosamente que nuestros adentros se empapan de algún flujo levadizo que levanta nuestro ánimo hacia Dios.

 

Sigamos con lo que vamos intentando asimilar de un modo ciertamente verosímil, y analicemos al concepto de “Dolor”, pues que expresa un léxico contrario a la noción de “Alivio” y porque todo alivio acontece mientras que sentimos la minoración de algún dolor y el desviarse de nuestra inmediata muerte. Así pues, echemos de ver que el vocablo “Dolor” procede del étimo protoindoeuropeo “Dwu”, el que significa “dividir, rasgar o separar a una cosa en dos partes”, y conozcamos que este étimo, no solo se convirtió al latín como “dullere” y “dolere”, sino que también vino a aparecer en el romance español con la forma elocutiva de “dolor”. Visto lo cual avengámonos a concebir al concepto de “Dolor” como “el acontecer demoníaco que separa a nuestra mente de toda cavilación templada, mientras que nuestra atención se queda fija y clavada en una impresión rasposa que no para de afectarnos”.    

 

Y en fin evidenciemos a las claras; de un lado “que mientras que vivimos siempre notaremos que detrás de cada dolor nos sobrevendrá ineludiblemente un alivio venido de la mano de Dios”; y descubramos de otro lado que “nuestro trasegar biográfico es un viaje maravilloso repleto de divinos alivios bienvenidos, únicamente dedicados a disolver a nuestros dolores”.

 

Es cosa de fijarnos ahora que el mayoritario actuar de Cristo por su derredor consiste en aliviar a las gentes que sufrían, alivió a los hambrientos que le escuchaban cuando multiplicó los panes y los peces, alivió el sufrir de los leprosos y la ceguera de los ciegos, alivió el desamparo de una viuda al ver a su hijo muerto, también alivió el dolor de corazón de los que se sentían culpables mientras que les perdonaba sus pecados, asimismo alivió su propio dolor y el sufrimiento de las hermanas de Lázaro cuando lo sacó del sepulcro y es más alivió a las santas mujeres y a sus apóstoles y a los que se hallaban en los infiernos y a nosotros mismos toda vez resucitó.

 

Aclarados ahora con que Cristo bendice a todos los que despachan alivios a los demás y procuran aliviarse a sí mismos; nos es dado percatarnos también de que él asimismo predicó; no sólo que “cada uno ha de coger su cruz y seguirle” Lucas 14:27–28., sino también “Venid a mí los que estéis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo encontraréis vuestro alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” Mateo 11:25–30. y además “debéis comprender el sentido profundo de las palabras: misericordia quiero y no sacrificios”. Mateo 9:12–13. Y a la sazón de lo proclamado estamos obligados a entender con mucha profundidad que a Dios no le gusta que sus criaturas sufran, ni siquiera cuando el desorden del mundo los ataca con agobios y rozaduras, por eso y porque es inevitable que a lo largo del vivir biográfico de cada persona le sucedan espontáneamente daños y perjuicios es mejor agarrar esas cruces y rezar sobre ellas como hizo Job encontrando así ese peculiar alivio que se siente como un yugo suave y una carga llevadera. Pero que nadie se autoinmole estérilmente, que nadie se automortifique; de un lado porque tiene suficiente y más que bastante con las diarias cruces casuales que se le caen encima; y de otro lado porque ha de dedicar sus tiempos automartirizadores a derramar misericordias por doquier.

 

Asimiladas estas cosas no dejemos de darnos cuenta de que el único sentido que tiene el dolor preciso y cuantificable que se nos cae fortuitamente sobre nosotros, es que no se le va a incrustar en otro prójimo semejante y no le demos más vueltas a ello, porque Dios ha puesto en las contexturas corporales de la especie humana, tanto la empatía de compadecerse de los demás como las posibilidades de curar los daños y las enfermedades. De otro lado conviene apreciar que metafísicamente el dolor es algo que repugna a Dios; porque su entera cualidad está llena de un “no-ser” que vacía al “si-ser” del bienestar anterior, cosa que conforme que se va rezando sobre él y en tanto que uno nota que se va aliviando de a poquito, en consecuencia, una parte de ese “no-ser” se va extinguiendo de a poquito.

 

Y entrando ahora en ese Dios tiquismiquis del opus dei ¿Cómo fue que se impuso el usar dos horas al día un cilicio y azotarme una vez a la semana con disciplinas desde mis catorce años y medio? mientras se bendecía y alababa el autosacrificarse cosa que repugna al Dios verdadero. Al igual me es dado criticar el favorecimiento continuo de autotorturas que se me ofreció cumplir de manera voluntariamente obligatoria en la alimentación, en el sueño, en el soportar fríos y calores desmesurados, en el control de las amistades particulares, y por sobre todo en aceptar el enfermarme a mí mismo corporal y psíquicamente. En fin, debo señalar con claridad que la hermenéutica del dolor, que se interpreta y se practica en el opus dei es injusta y muy ajena a la buena voluntad de Dios.

 

Damián Galmés







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