Mis recuerdos de numeraria administradora (II).- Copinol
Fecha Monday, 25 September 2023
Tema 010. Testimonios


 

Mis recuerdos de numeraria administradora

Copinol, 25/09/2023

 

Al terminar el centro de estudios me enviaron a la administración de una residencia de estudiantes con capacidad para 130 personas. Era también Escuela Técnica de Hotelería. Año 1978. Si ya era rara mi vida a mis 17 años, la realidad en una administración iba a superar todas mis expectativas. Años antes, para poder iniciar esta escuela, numerarias administradoras viajaron de Guatemala a México para aprender en centros similares. Luego, yo iría a Costa Rica a empezar Guaitil, la nueva escuela e implementar todo “tal y como estaba escrito”. La forma de doblar las toallas, por ejemplo, o el horario tan exigente e intenso son temas que se viven como si fueran de vida o muerte. No se puede modificar ni un ápice, no hay margen para la iniciativa personal...



Las numerarias siempre usábamos calzado cerrado y bata blanca (vestido cómodo de tela resistente) mientras trabajamos en la administración de los centros del Opus Dei, incluso si era el centro en el que vivíamos. Nunca, por ninguna razón, una numeraria usaba otra vestimenta en centros de la sección de varones al pasar a hacer limpieza. Así lo dejó señalado el fundador en la Regulae Internae pro Administrationibus, un libro pequeño que las numerarias administradoras debíamos utilizar como lectura espiritual con frecuencia para recordarlo, vivirlo y velar porque así se viviera. Su incumplimiento era motivo de pecado e incluso pecado grave. Está señalado en la Regulae que la directora de la administración lleva siempre consigo -custodia- las llaves de comunicación. Si, por cualquier razón ella sale del centro, las entrega a la subdirectora o alguna otra numeraria.

La primera vez que me tocó este encargo tuve la sensación de estar recibiendo algo similar al Santo Grial. Es imposible compartir estas historias con quienes no han sido parte de la institución porque son totalmente inverosímiles. Si alguien rompía una pieza de vajilla o cristalería mientras hacía su trabajo, debía informarlo a la Encargada de Servicio que lo registraba en un cuaderno. La sumatoria de piezas rotas se informa a Asesoría cada mes en el resumen económico. La persona que rompió la pieza iba también a Dirección a “pedir una penitencia”, que generalmente consistía en una oración. Esto lo vivían también las alumnas de escuelas que no formaban parte de la institución.

Recuerdo que cuando me plantearon la vocación, hablé con la directora del centro y le pregunté expresamente si el ser numeraria suponía que yo sería religiosa. Me había educado en colegio de monjas. La directora me explicó que pertenecer al Opus Dei era algo totalmente distinto a ser religiosa. Cuando empecé a vivir estas realidades, recordaba esta conversación. Confirmo lo que María Elena en su escrito “El mundo detrás de la puerta relata que la administración siempre comía lo que llamábamos “excedentes”. Todo se aprovecha y la comida que sobraba, se reciclaba en forma de suflés, crema de verduras, rellenos de crepas, etc.

Las sotanas de los sacerdotes se limpiaban en la Administración. Era elevado el coste de enviarlo a la tintorería y somos una “familia numerosa y pobre”. La numeraria auxiliar que se encargaba debía ser cuidadosa, detallista, hábil y fuerte. La aplicación de solventes químicos inflamables se hacía siempre en lugares ventilados. Limpiar y planchar una sotana suponía experiencia y mucho trabajo. Confieso que nunca fui capaz de limpiarlas.

En alguna ocasión me tocó vivir desde la administración el cumpleaños del director del centro. Era un evento que se preparaba con semanas de antelación. Debo aclarar que viví con numerarias administradoras cumplidoras del “buen espíritu” que eran las directoras en ese momento. Los festejos empezaban con el desayuno, aperitivo para numerarios, almuerzo especial para todos los residentes, merienda con vocaciones recientes y al final del día algo especial para la tertulia de los de casa. También se le celebraba en el siguiente almuerzo con el Patronato. Manteles de fiesta, flores en la mesa, uniformes de fiesta para quien sirve la mesa, etc. Era literalmente “tirar la casa por la ventana”, un derroche de todo lo que se podía. En el Opus Dei predican ser familia numerosa y pobre, razón por la cual se lleva un control brutal sobre cada centavo en la administración. Al mismo tiempo, para la celebración de un cumpleaños, se autoriza todo tipo de excentricidades, que más se asemeja a serie de televisión de “nuevos ricos”. Tengo recuerdos, siempre con este tipo de directoras que defendían con uñas y dientes que “los señores no tienen por qué enterarse de nuestros problemas” cuando en realidad toda nuestra vida giraba en función de ellos, su ropa, su alimentación, la limpieza de sus habitaciones, etc.

En cierto momento, vivimos varios días de lluvias ininterrumpidas sin que saliera el sol. Yo era la responsable de lavandería. La caldera, fuente de calor de secadoras y prensas de planchado, se dañó y la pieza de repuesto tardaría varios días en llegar. Seguía llegando la ropa de los 130 residentes y propuse al consejo local pedir al director que no entregaran ropa un par de días. En cuanto volviera a la normalidad se podía recibir todo. Me dieron como respuesta un no rotundo. Hubo que secar con planchas hasta más allá de media noche para que a la mañana siguiente se pudiera repartir en cada habitación la ropa limpia. Yo argumentaba que llovía de los dos lados del edificio, pero fue imposible dar validez a mi razonamiento. Gracias a estas numerarias fanáticas, desde la sección femenina se les daba a “los señores” un halo de seres superiores a los que nos tocaba el privilegio de servir. Leyendo las noticias recientes sobre las horas laborales por semana en Europa, recordé las jornadas infinitas que tantas hemos vivido en las administraciones del opus dei, sin remuneración ni prestaciones sociales. Espero de corazón que esta calidad y cantidad de abusos terminen.

Una última anécdota. Iniciando mi centro de estudios se vivió el mayor y más violento terremoto en Guatemala. Más de 23,000 fallecidos y un millón de damnificados. El centro de estudios compartía casa con asesoría de tal forma que en el sótano estábamos las recién llegadas, las directoras regionales en el piso de arriba y el primer piso era zona compartida para comedores, oratorio y salas. Los días siguientes al seísmo dormimos todas en el vestíbulo como medida preventiva para una fácil evacuación. Cada quien tenía su colchón. Dormíamos vestidas para poder salir corriendo. Dieron la indicación de tener con nosotros nuestro pasaporte o documento de identidad. Por la noche, a pesar de que siempre he tenido sueño profundo, un extraño sonido me despertó. A mi lado dormía la responsable del dinero de asesoría. Había puesto dinero en bolsas amarradas a su cintura para tenerlo seguro en caso de evacuación. Lo que a media noche me despertó era que llevaba también monedas en estas bolsas. Al darse vuelta, dormida, el ruido era de las monedas.

Faltaba mucho tiempo para que tomara la decisión de salirme, pero recuerdo que este hecho me marcó para comprender el valor que el dinero tiene en la institución. Gracias Agustina por permitirme compartir, sanar y destapar la realidad. Tu trabajo ha sido clave para que yo ahora pueda celebrar mi vida.

Alicia

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