Tengo 68 años y aún a la fecha de hoy y desde el día que fui expulsado del Opus Dei en el año 1980, sigo sufriendo física y psíquicamente daños pese al gran tiempo que ha transcurrido.

Todavía recuerdo con dolores corporales aquel malhadado día en que me quitaron el trato con mis amigos, el acompañamiento de mi familia y la compañía de mi Dios. Desde entonces me veo en una terrible soledad interior insanable en la que incluso mis muy amados mujer e hijos y Jesucristo no consiguen que me alivie de ello.

Y aun así estoy en disposición de perdonar con mucha dificultad a mi familia de origen, a la Iglesia santa y a la propia prelatura.

Me es muy difícil perdonar a aquellos pretéritos años en que mi padre socio supernumerario, y ya fallecido, me hubo considerado un ser desleal a la Obra y al Señor; pese a que en sus últimas primaveras se desviviera por ayudarme a resolver asuntos terrenos.

Me es muy difícil perdonar el hecho de que la Santa Iglesia se haya tomado más de cuarenta años para reparar sus fallos “in vigilando” y el no haber corregido al Opus Dei con más inmediatez.

Me es muy difícil perdonar a todas las personas, que a día de hoy en el Opus Dei, aún hacen perdurar los daños que se cometieron y al presente se siguen ejecutando; me es muy difícil indultarles y exculparles, porque no les veo ninguna voluntad de arrepentirse respecto a mí y a todos los que han maltratado.

Y me es muy difícil perdonar a quienes no piden ser perdonados. 

Atentamente.

Damián Galmés Cerezo