Los miembros de la Obra tenemos que rescatar el sentido común.- Patricia Lewis
Fecha Wednesday, 16 August 2023
Tema 090. Espiritualidad y ascética



Reporteros de
Vida nueva preguntaron al Papa sobre la rigidez de algunos sacerdotes jóvenes. La respuesta de Francisco fue: Esa rigidez es de gente buena que quiere servir al Señor. Reaccionan así porque tienen miedo ante un tiempo de inseguridad que estamos viviendo y ese miedo no les deja andar. Hay que quitarles este temor y ayudarles. Y sumó: Alguien me dijo hace poco que la rigidez de los sacerdotes jóvenes brota porque están cansados del actual relativismo, pero no siempre es así. Esa rigidez no me gusta porque es un mal síntoma de vida interior. El pastor no puede darse el lujo de ser rígido...



De Lassus, en el 2°capítulo de Riesgos y derivas de la religiosa, describe cómo esta búsqueda de seguridad puede ser una de las causas de ciertas derivas presentes en instituciones de la Iglesia:

(Después del Concilio) la presentación de nuestra fe se encontraba en proceso de reconstrucción. Surgieron, entonces, algunas personalidades fuertes. Hombres o mujeres de formación clásica, seguros de sus verdades, que se declaraban fieles a lo que la Iglesia siempre había enseñado. Estas personas inspiraron confianza en un buen número de jóvenes que tenían sed de absoluto, de verdades seguras y de comportamientos radicales. El fundador hablaba con fuerza, transmitía confianza. Por poco que se mostrara espiritual, al menos en su lenguaje, atraía rápidamente muchas vocaciones alrededor suyo que, luego, organizaba en una estructura institucional.

Hace ya muchos años, en una meditación, un sacerdote numerario recordaba que, en la década de los 60, años del post Concilio, cuando estaba estudiando en el Colegio Romano, la Iglesia daba la impresión de estar en medio de un gran vendaval mientras que, en la Obra, se gozaba de seguridad porque estaba cobijada por una gran tienda que había desplegado el fundador. Tampoco se puede olvidar la radicalidad que suscitó, en algunos espíritus, la persecución religiosa vivida en España en la década de los años 30 del siglo pasado, ambiente en el que inició sus pasos el Opus Dei.

Retomo a De Lassus (el resaltado es mío):

El fundador hacía bien a estos jóvenes y, a veces, incluso a sus familias. Se comentaba, se pasaba la voz: el padre tal es firme.... Se había convertido en un dogma: al padre tal se le atribuía una reputación de referencia en el panorama eclesial de la época. Se acudía a él, se le consultaba sobre cualquier tema y, al buen padre, se le comenzaba a tomar en serio. Su radicalidad y sus exigencias otorgaban confianza a los jóvenes que, en gran número, se refugiaban bajo su sombra. El número de incorporaciones a su comunidad es interpretado como un signo indudable de la asistencia del Espíritu Santo: se reconoce al árbol por sus frutos. Se considera que está habitado por el Espíritu Santo y comienza a ser seguido ciegamente. Los que estaban fascinados por su mensaje y por su personalidad lo recomiendan en sus ambientes. En una época turbulenta, se convierte en un raro valor seguro. A partir de allí, su enseñanza tiene la reputación de ser una de las pocas que aporta luz y, para los que viven con él, se convierte, prácticamente, en la única vía de salvación. Se pone en marcha una dinámica de grupo en la cual es casi imposible pensar de manera distinta al fundador. El círculo se cierra. Se le otorgan todos los poderes y es reconocido como el único poseedor del Espíritu Santo para guiar a la comunidad y a cada miembro.

En este proceso, no es forzosamente el fundador quien se auto proclama como maestro absoluto sino que, por el contrario, es la comunidad la que abandona su responsabilidad y se arrodilla delante de su fundador (en el Opus Dei ha sido literal, hasta en lo gestual: saludar “rodilla en tierra” al fundador y, luego, a sus sucesores). Es cierto que pudo haber personalidades manipuladoras entre los fundadores, pero no se puede afirmar que este haya sido el caso general. La comunidad también pudo haber tenido su responsabilidad cuando abandonó el sentido común, transformando al fundador en la referencia última para el pensamiento y la acción. Este último tuvo que acoger lo que el grupo esperaba de él y corresponder. Se dejó envolver en el juego, porque era libre de aceptar o rechazar estas señales de confianza y de respeto, y de veneración e incluso de adulación, a veces. Es importante ubicar mejor la responsabilidad de los fundadores y la de las comunidades. Los primeros no son forzosamente monstruos, no se ubicaron ellos mismos en su posición de control total, lo que no les exime de su parte de responsabilidad en el desarrollo del proceso sectario.

Muchos, en el Opus Dei, al realizar algún cuestionamiento ante orientaciones o situaciones de la institución que percibimos faltas de sentido común o, directamente, exigencias que van más allá de lo regulado por la Iglesia para la Obra, hemos recibido como respuesta que necesitamos más sentido sobrenatural y/o que no vivimos la unidad y/o la fidelidad al “espíritu” de la Obra. Este tipo de reconvenciones me trae a la memoria la respuesta, esta vez de don Javier Sesé (sacerdote numerario), a una pregunta durante una de sus clases: el sentido común y el sentido sobrenatural están muy emparentados.

Más adelante, De Lassus explica que esta dinámica nociva se perpetúa una vez desaparecido el fundador, porque éste deja un ejemplo de gobierno. Sus sucesores, que no vivieron otra cosa, obrarán de la misma manera y, frecuentemente, de modo todavía más radical, por voluntad de mimetismo y por fidelidad al fundador: “siempre serán tiempos de nuestro Padre”, “no hay nada que cambiar y mucho por vivir”, etc.

Como nos dice el Papa el pastor no puede darse el lujo de ser rígido...

Cada vez es más patente la necesidad de perder el miedo, abrirse a los demás, dejarse ayudar y recuperar el sentido común abandonado, por algunos, ya muy en los comienzos.

Patricia Lewis

 







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