Salir de la Matrix (II) La píldora azul.- FranzJagerstatter
Fecha Monday, 08 May 2023
Tema 010. Testimonios


Anterior: Salir de la Matrix (I) Follow the white rabbit

 

            Tomás inevitablemente acusó recibo del mensaje: “sigue al conejo blanco”, es decir, plantéate el problema de la vocación. Comenzó entonces la crisis vocacional, esa que los agentes de la Matrix decían que “hay que provocar”. La argumentación del Oráculo ―quien además de ser convincente era el cura― convenció a su mentalidad joven e idealista, así que lo empezó a “pensar”, pero mientras más pensaba, más perdía la paz…



La crisis recién comenzaba. Fue invitado durante la Semana Santa a un retiro. Durante esos días de silencio la crisis solamente aumentó. Vio un libro ―estratégicamente dispuesto por el cura (el Oráculo pitoniso que ya sabe que Tomás es pitable) entre los libros para rezar― titulado “La vocación”, y quiso buscar respuestas y apoyo allí… Pero la crisis empeoró. Cada vez sentía más miedo, perplejidad, angustia.

Durante el retiro sonaba en el oratorio la voz solemne del Oráculo ―con timbre y acento marrrcadamente español―, quien predijo desde la mesita con mantel rojo en una meditación: “el miedo es señal de que Dios pasa cerca”, “¿No será que tienes miedo a entregarte?”, “¿No será que tienes tal o cual cualidad porque Dios lo quiso?”, “¿No será que Dios quería que estés haciendo este retiro precisamente para preguntarte «eso»?... Y la crisis se empezaba a tornar insoportable. Al final, Tomás hizo el propósito firme de tomar una decisión para una fecha determinada y, alentado por el cura, se propuso rezarle a la Virgen para pedirle “luces”.  

Un compañero de colegio (también era numerario, por supuesto) se reunió con Tomás y le preguntó: “¿No has pensado en ser numerario?”... En lo más profundo de su conciencia Tomás siente miedo, “alarmas” despertaron en su inconsciente, red flags, pero recordó que “el miedo es señal de Cristo que pasa”, así que se sintió más “compelido a entrar”... O al menos no se atrevió a dejar de ir a Neb, el centro. No quería huir, darle la espalda a Dios. En ese contexto, Morfeo lo invitó un buen día a hacer “una romería” (otra novedad para él). Y dentro de ella lo animó a hacer apostolado, a acercar a otros a los medios de formación de Neb (el centro). No le planteó nada sobre su “crisis”, pero sí lo movió a ver la necesidad de más gente que se dedique por entero a la causa apostólica.

En ese estado, Tomás no sentía su vocación, pero sí veía intelectualmente la necesidad de vocaciones, y su propia capacidad para aportar en la promoción de la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado en medio del mundo. “Puedo hacerlo, Dios necesita cirineos… ¿Por qué no?”, se decía a sí mismo. No sentía una inclinación, no había un pondus que lo moviera, pero sí veía una necesidad real y sus talentos objetivos, por los cuales Dios un día le pediría cuentas.

Así, un buen día, la fecha autoimpuesta llegó… pero no había nada que discernir, no hubo un examen de su propia afectividad al respecto: solamente una fecha, en la que libremente optó por “cumplir con su deber”, con ese “deber” que le fue veladamente inculcado. Él se sintió libre ―a diferencia de otros que no tuvieron su suerte―, pero no se daba cuenta de que su modo de comprender la vocación no era adecuado, que no había un discernimiento real.

Habló con Morfeo, quien recibió con alegría la noticia, aunque sin interferir mayormente más allá. Le dijo a Tomás que vaya a hablar con el director de Neb. A la semana siguiente ya habían comenzado a hablar semanalmente. El director le propuso empezar a rezar diariamente el rosario y alcanzar algunas sencillas metas apostólicas… Todo iba bien, aunque le parecía raro que nunca se haya tratado el “tema” del discernimiento.

A los dos meses de “dirección espiritual” ―por no decir, planificación estratégica de una cierta rutina espiritual y de ciertos objetivos apostólicos―, el director de Neb le disparó de frente: “¿La pureza cómo la vives?”. Tomás fue sincero: contó a nivel general sus caídas ―las propias de cualquier adolescente de su sexo―, pero dijo que últimamente ha ido mejorando mucho, sin ningún inconveniente mayor. En ese momento, el director de Neb le dijo: “¿Y quieres escribir la carta?”. Tomás, que para eso estaba hablando con él, le respondió que sí… pero no esperaba que se refiriera a escribirla de inmediato. Por eso fue grande su sorpresa cuando le dijo: “ok, escríbela ahora entonces”. ―“¿Ahora?”, ―“¡Ahora!”. En el fondo de su corazón se sintió en una encerrona, sin saber qué hacer. Es verdad que él quería entregarse, que ya lo había pensado, pero no esperaba haber entrado a Neb como siempre para salir como numerario del Opus Dei… Pero no se atrevió a decir que no: ya había dicho que la quería escribir, y se había autoconvencido de que era su deber.

En ese momento, Tomás se enfrentó a una disyuntiva sin vuelta atrás. Sólo había dos alternativas: creer en el relato que le estaban implantando, o rechazarlo todo, tomar la píldora azul o la píldora roja. La píldora azul significaba comenzar a ver las cosas con el prisma opusino, “pasar siempre por la cabeza y el corazón del Padre”, someter —“¡así, someter!”, como dijera el fundador— su juicio, es decir, entrar en un mundo falso, en el cual la realidad se ve de manera parcial, distorsionada, lo que tiene su encanto, pero que en el fondo del corazón deja siempre un regusto de amargura. La píldora roja significaba permanecer en la realidad, con toda su crudeza y sus dificultades, pero también con su hermosura. Pero Tomás no sabía nada de eso. Para él, la píldora azul era una consecuencia lógica ―la única posible en abstracto― del deber que ahora había “visto” como una “vocación”, someter el propio juicio era señal de humildad, cerrar los ojos era muestra de confianza (en la Iglesia, que había aprobado la Obra y canonizado a su fundador, y en el Opus, que es “Dei”).

Así, tomó la píldora azul: entró a la Matrix, olvidando lo que una vez supo que era el mundo real, viendo en adelante todo en su vida en función de lo que le inculcaban al interior de la Matrix, siguiendo las directrices de los agentes y del “sistema”, de lo que “está dicho” y del “buen espíritu”. Pitar ―tomar la píldora azul― significaba olvidar lo real para vivir dentro de la Matrix.

<<Anterior>> - <<Siguiente>>







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=27817