Cómo matar una ilusión (I)

Sonó el timbre del teléfono y alguien dijo mi nombre, me llamaba mi madre, no solía hacerlo ya que no había teléfono en casa y además estaba molesta por haberme quede en la obra. Con cuánta emoción tomé el teléfono. Al otro lado de la línea, con voz contrariada, mi madre me decía que mi abuelo, el que fue como mi padre, se moría de cáncer…

"Tienes que venir a despedirte de él, es lo menos que puedes hacer". Las lágrimas ardían en mis mejillas bajo la mirada atenta de la directora. Al disculparme diciendo que no podía ir, mi madre colgó aún más molesta conmigo.

La directora habló conmigo para decirme que no podía ir, porque solo íbamos en caso de la muerte de los padres, además no había dinero para el viaje. Nunca entendí por qué tanto trabajo no generaba un pago. Tenía ganas de salir a poder llorar sin ser juzgada, reprimida o corregida con la corrección fraterna. Durante la tertulia se mencionó el nombre de mi abuelo y se pidieron oraciones por él, yo tenía que estar tranquila sin hacer drama.

Un par de días después volvía a llamar mi madre pero no me dejaron hablar con ella. La directora vino mientras hacíamos la oración de la mañana a decirme que mi abuelo había muerto.

Aquel rostro tan serio y aquellos ojos oscuros brillaban cuando me veía y yo era tan feliz al estar cerca de él. Su único error fue ser mi abuelo y no mi padre. A lo largo de los años me di cuenta que me había vuelto una extraña para mi familia, incluso para mis hermanos.

Me gustaría decir que fue algo esporádico, pero esto lo vivimos todos. Poco a poco íbamos quedando aislados, sin amigos dentro y fuera, con una "familia sobrenatural" a la que al final no le importamos nada.

María Elena G.

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