Antología de Recuerdos 2. La procesión va por dentro.- Noob
Fecha Friday, 06 January 2023
Tema 105. Psiquiatría: problemas y praxis


 

Antología de Recuerdos

2. La procesión va por dentro

Noob, 6/01/2023

 

Anterior 1. Con el corazón en la mano

 

 

Santa Teresa de Ávila llamaba “la loca de la casa” a la imaginación que se centra en el monólogo interior destructivo. Yo más bien lo que tengo es un manicomio entero. Junto con una creatividad abundante, desde chico desarrollé una notable inseguridad, y el manicomio estaba lleno de voces del ‘¿qué pensarán, dirán, harán? (+…án) y otros internos e internas de esa misma índole. Esos inquilinos repetitivos y viciosos se suponía que debían ser un moderador de mis mores sociales, no los acusadores y ‘fearmongers’ en que se fueron convirtiendo y yo huía a esa otra imaginación donde todo era color de rosa…



Hoy día sigo padeciendo de ese mal crónico. Se pueden pues ustedes imaginar cuán fértil era mi estado mental-emocional para la dinámica de culpa y vergüenza del opus dei. Mi inhabilidad sistemática para mantener el estado de perfección’ que reclamaba mi examen diario de conciencia me mantenía en una angustia profunda y negra.

Exteriormente yo siempre he sido dicharachero, alegre, optimista, y determinado. Pero por dentro, aquella ruptura continua de mí mismo, aquel ‘deber ser’ inalcanzable, me iban triturando el alma, y el cuerpo. Como decía san Pablo, me resultaba incomprensible ese aguijón de la carne que Dios se negaba a retirar. O por lo menos a darme un pantalón con un trasero mullido que suavizara un poco los picotazos del mentado aguijón.

Duraban poco las temporadas de paz. La mortificación corporal, el deporte, la ocupación no parecían hacer mella al afilado dardo. Le pedía mucho a la Virgen María, y todo eso. Con todo su cariño ella parecía tampoco contar con un método protector para mí. ¡Al fin y al cabo, al mismo San Pablo se lo habían dejado! a mí, mísero pecador de nada, menos me iban a hacer caso. Total, el Kukulkán ese (la serpiente emplumada de los Mayas) seguía atormentándome a su gusto. Desde la cima de mis años me puedo mirar con cierta compasión.

Igualmente, mi inhabilidad para pedir dinero, para el proselitismo coaccionado, para la ‘santa desvergüenza’, para instrumentalizar la amistad y demás, me hacían sentir incompetente y miserable. Lo absurdo de tantas faltas de caridad so capa de proteger esta o aquella virtud, me resultaban profundamente hirientes. Y yo pensada que era porque yo realmente no era lo suficientemente valiente, generoso, sobrenatural, y demás. Y todo eso me daba muy duro. Finalmente, desde el sur de américa del sur, apareció el profeta de la felicidad, enviado por los directores (mandato divino, nada menos) para sanar nuestros corazones mediante la química cerebral.

Con su aparentemente inexhaustible fuente de pepas, píldoras, tabletas, comprimidos, grageas, pastillas, y toda clase de idiotizantes dosificados, fue repartiendo a diestra y siniestra (sobre todo siniestramente) su extinguidor de pasiones, de razones, de sueños. Y nos inflamos como globos de caucho. Listos para explotar con un pinchazo. O gordos gordos, pero medio desinflados, sin capacidad para nada. Su nombre es Alexander Lyford Pike, pero me imagino que en el profundo infierno Navarro donde le prepararon debían saber su verdadero nombre.

No es que Alex pareciera un monstruo, o hablara con una voz de ultratumba. No. Su aparente suavidad y buena voluntad, su supuesta preparación psiquiátrica científica, todo ello me hacía sentir confianza hacia sus experimentos conmigo. Los otros conejillos de indias apenas los sospechaba, pues nos cruzábamos en alguna sala de espera. Cuánto daño me hiciste, Alex. Y cuánto daño me hicieron ustedes, que eran los directores en aquel entonces, a quienes yo procuraba obedecer. Pero no parece haber conciencia de esto. Dicen ‘sentimos mucho que te haya ido mal con fulanito’, pues los directores aun parecen pensar que no es culpa de ellos, ni mucho menos de la obra, o del padre.

Ciertamente el vicario regional sabía perfectamente lo que estaban haciendo. Dudo mucho que el entonces prelado lo ignorara. Yo no lo vine a entender sino muchos años después de dejar el opus dei, y después de hablar con otros psiquiatras y con otros excombatientes que padecieron esa farmacopea. Y hoy día vivo con considerables problemas de salud claramente relacionados con el abuso del que fui víctima aquellos años.

Dirán que es que estoy resentido, o que no entendí, o qué se yo que. Pero no. Con el conocimiento que tengo hoy día puedo decirlo sin duda alguna. No espero que me pidan perdón, o me compensen, o algo así. ¡Si ni siquiera han querido pedirles perdón a las numerarias auxiliares!

Pues, de acuerdo con tus creencias, director que me lees, cuando Jesús te vaya a juzgar te preguntará si “le fuisteis a visitar cuando estaba enfermo”, no si le mandaste unas pastillas. La caridad no se puede escribir en un vademécum o unas experiencias, o transmitir como un criterio tradicional. No me sirve para mi vida presente simplemente sentir rabia, o rencor, o algo así por aquellos sucesos. Recogerlos aquí me ayuda a ponerlos en perspectiva, y tal vez ayudar a alguien. Me ayuda a entenderme mejor, y a tener cada día una paz y serenidad que nunca antes conocí. Aunque mi manicomio siga lleno de coloridos u obscuros personajes, aunque sus gemidos, o gritos, se alcen cuando les da la gana, ya no tienen sobre mí el enorme dominio que solían ejercer. Son sólo voces, y hábitos, que, como los mosquitos, son inconvenientes de vivir en el campo y en contacto con la naturaleza.


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