Megalomanía mística.- Antonio Moya Somolinos
Fecha Wednesday, 24 August 2022
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Aquí en OpusLibros, quien más quien menos, todos los que escribimos tenemos un interés de indagar, como Jacinto Choza, en zonas de nuestra vida anterior en esa secta con el fin de entender un poco cómo fue nuestra vida, ya que entender la propia vida es algo no solo lícito sino normal en la vida de cualquier persona.

Como he dicho alguna vez, a mí el Opus Dei como tal no me importa en absoluto. Pero sí me parece un fenómeno histórico-eclesial interesante en la medida en que me gusta la historia, que, compartiendo el dicho de Cicerón, veo cada vez más como “magistra vitae”, maestra de la vida, que nos puede enseñar, también a través de las incongruencias de la historia, cómo es el ser humano, sus complicaciones e incoherencias y lo que podemos aprender de ello. Teniendo en cuenta que he vivido 42 años de mi vida en el Opus Dei, al igual que Jacinto Choza u otros ex miembros, es lógico que nos planteemos cuestiones en las que vemos cabos sueltos durante los años en los que estuvimos en esa secta...



Aunque ya respondí el otro día a Jacinto en sus dos últimos escritos, creo que hay un tema que él sacó que merece detenerse algo más en él porque me parece que podemos encajar algunas piezas de ese puzle incompleto que es el Opus Dei, el cual, si hay alguien que lo puede hacer encajar somos quienes después de pertenecer al Opus Dei, nos hemos salido, y por tanto, hemos echado abajo las anteojeras que tienen quienes todavía andan dentro.

Al fin y al cabo, la verdadera historia del Opus Dei no la están escribiendo ni Gullón ni Coverdale ni todos aquellos para quienes “la voluntad de Dios viene a través de los directores” de modo que no tienen otra opción que “obedecer o marcharse”, hasta el punto de que Gullón, por ser sacerdote incardinado en la prelatura, está sometido totalmente en su fuero externo e interno a la voluntad del prelado, o sea, del protonotario apostólico supernumerario Ocáriz.

La verdadera historia del Opus Dei se está escribiendo desde OpusLibros, no solo porque en este portal están a la vista más de 400 libros silenciados frente a las dos o tres docenas de libros históricos del Opus Dei oficiales, sino porque la abrumadora aportación de ex miembros (y de miembros del Opus Dei que no pueden desvelar su nombre pero que colaboran intensamente con OpusLibros), que en número somos ya más que los que todavía quedan dentro, todo ello hace que cada vez OpusLibros sea un referente internacional para conocer el Opus Dei, mucho más que las web oficiales. Y sobre todo porque quienes escribimos en OpusLibros expresamos nuestras opiniones sin peligro a ser cogidos por las partes bajas.

El tema que sugirió el otro día Jacinto Choza y que explica algo de lo queda sin respuesta ante propios y extraños es el que yo llamaría la “megalomanía espiritual” del Opus Dei, herencia clarísima de su fundador, de cuya perturbación mental cada vez estoy más seguro, y no solo yo, sino poco a poco cada vez más miembros que todavía no se han ido y que parece que han decidido aguantar dentro.

Megalómanos siempre ha habido y hay en el homo sapiens. Casi siempre solemos referirnos a la megalomanía en el plano de la política, pero no hay que olvidar que la megalomanía política es mera consecuencia de la megalomanía psicológica, que se puede proyectar también en otros ámbitos, también en el religioso. No necesitamos mucho esfuerzo para observar los fundamentalismos de todo tipo de religiones, que es una característica de los últimos años, como muy bien apunta Eugenio Trías en su libro “Pensar la religión”.

Si alguien quiere profundizar en la mente de los megalómanos políticos, le recomiendo el libro “Historia Mundial de la Megalomanía” de Pedro Arturo Aguirre, en el que puede abstraer el caso concreto y remontarse a aquello que todos han tenido en común en el aspecto psicológico.

La megalomanía política siempre ha estado unida a la idea del “Imperio”. Los sucesivos imperios que ha vivido la humanidad, desde los del Creciente Fértil hasta nuestros días siempre han tenido como factor común dos características: Por una parte, el poder absoluto del emperador, mucho más que un rey. Por otra parte, la ambición ilimitada de jurisdicción, si fuera posible, el mundo entero.

Hay también una tercera característica común: la de que son un fenómeno, no solo psicológico, de la mente perturbada del megalómano en el poder, sino sociológico, ya que inicialmente el megalómano aparece como el principal protagonista de su desvarío, pero tarde o temprano se va creando en torno a él una serie de trompeteros mucho más fanáticos que él que hacen que la megalomanía inicial llegue a andar por si sola. Otra característica de los megalómanos al ejercer esa ampliación de sus dominios es la de aparecer como mesías o salvadores. Podríamos poner multitud de ejemplos, todos iguales.

Esta megalomanía de los políticos esconde el mismo talante psicológico que la megalomanía en lo espiritual. La meningitis que pasó de niño san Josemaría, probablemente le dejó secuelas psicológicas importantes, de modo que unidas a un mecanismo de compensación por las desgracias familiares y por lo que sus compañeros del seminario sintetizaron al motejarle como “rosa mística”, así como unido a otros factores que ya mencioné en mi artículo anterior, todo ello desembocó en una autoconciencia de estar en este mundo para una misión divina y de estar investido de unas cualidades y gracias especiales para llevarla a cabo que el resto de los demás no han recibido.

Y esa misión llega a adquirir tintes de mesianismo salvador de la Iglesia. Basta acordarse de cuando san Josemaría pedía “rezar por el Papa que va a venir, porque se va a encontrar la Iglesia patas arriba”, o cuando se atrevía a decir que “mientras haya hombres sobre la tierra, habrá Opus Dei”, a lo que añadía: “Tengo certeza”, lo que equivalía a decir que tenía conexión directa con la divinidad, que a su vez le había revelado algo que a nadie se le ha revelado: el futuro. O esa concepción de la filiación divina del Opus Dei en el sentido de que “somos unos hijos privilegiados de Dios”. O muchos ejemplos más, como por ejemplo ese viaje en barco, en el JJ Sister en el que san Josemaría llegó a la Ciudad Eterna, más o menos como si se tratase del paso del Rubicón de César. Ese mesianismo salvador tiene una conclusión práctica muy interesante que Jacinto apunta en su segundo escrito y que se apoya en lo que significa el concepto de iglesia particular. Una iglesia particular es la Iglesia Universal “en” un determinado territorio o jurisdicción.

Recordemos aquel 13 de marzo de 2013 cuando el recién elegido Papa Jorge Bergoglio salió a saludar por primera vez al balcón del Vaticano. No se presentó como Papa, sino como obispo de Roma. Es verdad que el obispo de Roma ejerce el primado sobre toda la Iglesia, pero es Papa porque es obispo de Roma, no al revés.

Esto quiere decir que, si por las causas que fueran, desaparecieran todos los obispos de la Iglesia menos el de Barbastro o el de Badajoz, desde ese momento, ese obispo pasaría a ser el Papa, porque todos los obispos son pastores de la Iglesia universal “en” la diócesis en la que ejercen su jurisdicción, de modo que si esta fuese la única que quedara – por ejemplo, por apostasía de todos los demás obispos del mundo – desde ese momento, ese obispo de esa iglesia particular ejercería el primado de la Iglesia universal.

Esta idea tan bien expresada por Jacinto Choza en su segundo escrito, enlaza perfectamente con los afanes de ser obispo de san Josemaría: Evidentemente, para ejercer esa función salvadora y mesiánica a la que sus delirios le llevaban, era preciso que fuese obispo.

Tras intentarlo denodadamente desde 1942 a 1962, a partir de ese año es cuando empieza a manifestar abiertamente que la forma jurídica que hasta ese momento en el Opus Dei se había considerado “definitiva” aunque había que hacer retoques (ceder sin conceder con ánimo de recuperar), había que abandonarla. Había que pasar a otra forma jurídica en la que fuese viable que un sujeto protagonista de un carisma como él, pasara a ser obispo y miembro de la estructura jerárquica de la Iglesia. La cuadratura del círculo, como se ha visto hace poco. Empezó el asalto a la prelatura personal. Lo demás es cosa sabida.

Hace meses me compré la versión digital de la “Historia del Opus Dei” de Gullón y Coverdale. Tras Praedicate Evangelium y Ad Charisma Tuendum le he encargado a mi librero el libro en formato papel, porque el formato digital se puede esfumar, pero el papel perdura por años y siglos. Esto lo saben muy bien los directivos de Apple, siguiendo las directrices del fallecido Steve Jobs, ya que los documentos importantes de dicha empresa no están en formato digital, sino, por supuesto, en formato papel, por si acaso…

He hecho este inciso porque el libro de Gullón y Coverdale es el último intento desesperado de defender a capa y espada – mintiendo – que el Opus Dei forma parte de la estructura jerárquica de la Iglesia y que su prelado debe ser obispo. Donde más mentiras hay en ese libro es en las notas a pie de página. Me las he leído todas.

Ese libro merece tenerse en formato papel: Lo escrito, escrito está.

El convencimiento de que el Opus Dei ha venido para salvar a la Iglesia es equiparable a la idea que tenía el pueblo escogido de Israel acerca del templo, de modo que las palabras del Señor, de que no quedaría piedra sobre piedra de él, podían parecer, no ya disparate, sino blasfemia. Por eso, cuando el 4 de agosto del año 70 los soldados de Tito llevaron a cabo, de forma literal, lo que había predicho el Señor, los judíos, a pesar de que lo estaban viendo con sus propios ojos, no lo podían creer. Todavía, hace pocos años, el Estado de Israel reclamó al Vaticano la menoráh que los soldados romanos se llevaron como botín de guerra del templo de Jerusalem y que aparece esculpida en el arco de Tito que hoy contemplamos en Roma veinte siglos después.

Por eso, el calificativo “sorprendente” con el que Ocáriz ha calificado el motu proprio Ad Charisma Tuendum revela que interiormente han quedado noqueados como si se tratase de un boxeador que recibe un uppercut inesperado. Pero junto a esa sensación inicial, perdura la idea de que eso que ha decidido el Papa no encaja en los designios de Dios, es imposible.

Esta reacción ya la entreveía el Papa en su documento Gaudete et Exultate sobre la santidad en la vida corriente al hablar en un momento determinado del nuevo gnosticismo. Efectivamente, el gnosticismo cristiano de los primeros siglos tenía como una de sus características la de sostener que el carisma de los iniciados es lo que ha de gobernar la Iglesia, y no la jerarquía, apareciendo los gnósticos como la salvación de la Iglesia. ¿Os suena esto de algo?

Por eso, resulta muy llamativo que una persona de la talla intelectual de Leonardo Polo no sobreviviera a la deriva sectaria del Opus Dei hasta el punto de preguntarle a su amigo y discípulo Jacinto Choza si se había cambiado de bando aludiendo a que este estaba, al menos en ese momento, confuso y destrozado al percibir que en el Opus Dei no se sigue al Papa (por mucho postureo de san Josemaría en las tertulias videograbadas) sino a san Josemaría. Y que, en caso de conflicto, por supuesto, optan por san Josemaría.

El motu proprio del Papa ha dado en la línea de flotación en dos cuestiones: El carácter carismático (y, en consecuencia, la negativa futura a que el prelado sea obispo) y la consecuente modificación de estatutos en la que de modo patente los laicos queden fuera y no se les regule desde esos estatutos, salvo en lo relativo a su cooperación orgánica con la prelatura.

La respuesta de la Iglesia universal al motu proprio del Papa ha sido abrumadoramente favorable, aunque muchos periodistas y gran parte del pueblo llano no saben lo que el Papa ha hecho ni lo que ha querido hacer porque no lo han entendido. Pero ha sido un tanteo por parte del Papa sobre algo que privadamente les venía advirtiendo desde hace mucho tiempo. El hecho de que ya no sea algo privado, sino que públicamente ha dispuesto una serie de cosas ha supuesto para el Opus Dei algo que jamás pensaron que el Papa haría en público, a pesar de que todos lo veíamos venir.

En el Opus Dei siguen pensando que lo establecido en Ad Charisma Tuendum se revocará, porque por encima de la Iglesia, “Dios está empeñado en que la Obra se realice”. Su soberbia colectiva es ya ceguera total, todavía evitable, pero difícil. Su megalomanía mística se ha tambaleado como nunca antes había sucedido. Me parece que esa megalomanía mística está en el origen de ese voluntarismo sin el cual “ni Cisneros hubiera sido Cisneros, etc.”, o ese afán de hacer “caudillos” de los miembros del Opus Dei, que con su “imperio” arrastren.

Por cierto, ¿en qué paradigma se fijaba san Josemaría al hablar de “caudillo” en su libro Camino, cuya primera edición fue en 1939, “Año de la Victoria”, como él mismo escribía en todo papel que se le ponía por delante durante ese año? Ese voluntarismo, esa fascinación hacia la abadesa de las Huelgas, esa admiración hacia los templarios – monjes-soldados – en su versión siglo XX de religiosos “cuya celda es la calle” (pero celda), plasmado en los estatutos como Pía Unión, al decir que los hombres del Opus Dei no se diferencian en nada de los religiosos.

Las consecuencias de las megalomanías son verdaderas películas de terror. Me parece a mí que esa megalomanía mística está en el origen, en la explicación, de muchas cosas que aparecen como inexplicables en el Opus Dei, que no son sino su consecuencia lógica.

Mi opinión es que al Opus Dei se le ha dejado llegar demasiado lejos. No ya, como decía Jacinto, que san Josemaría haya hurtado el Opus Dei a la tutela de la Iglesia, sino que ese hurto ha llegado muy lejos, y enderezar el camino (esa es la finalidad de Praedicate Evangelium y Ad Charisma Tuendum) se va a hacer muy difícil, un hueso duro de roer.

Muy mal servicio a la Iglesia el que llevó a cabo san Juan Pablo II en su afán de entender a la Iglesia como un conjunto de grandes ejércitos en los que se apoyó: Los neocatecumenales, los focolares, los legionarios de Cristo, el Opus Dei, etc. Y actos masivos y grandilocuentes como las Jornadas Mundiales de la Juventud, los 103 viajes multitudinarios durante su pontificado, las beatificaciones y canonizaciones masivas en la plaza de san Pedro, las misas multitudinarias de hasta cuatro millones de asistentes, por ejemplo, en Filipinas, etc. Masas y grandes masas. Megalomanías en el fondo. Las consecuencias se están viendo ahora. El problema institucional del Opus Dei es una de ellas.

Antonio Moya Somolinos







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