El retorno al carisma original.- Roberto_2
Fecha Friday, 29 July 2022
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


El reciente Motu proprio del Papa Francisco titulado “Ad charisma tuendum” (“Para tutelar el carisma”) es tal vez un primer paso hacia un cambio histórico en el Opus Dei. Puede sorprender que sea el Papa (y sobre todo, un Papa jesuita) quien tome la iniciativa de defender el carisma propio del Opus Dei frente a las mismas autoridades de la Obra. En realidad, no se trata de nada nuevo. Es algo que la Iglesia ya hizo en innumerables ocasiones a lo largo de sus dos milenios de historia con distintas instituciones y órdenes religiosas que se habían desviado del rumbo inicial y necesitaban ser reformadas...

En el caso del Opus Dei, el contraste entre la sublimidad del carisma original y la hipertrofia de lo institucional-jerárquico es más que evidente. Con respecto a lo primero, me atrevo a decir que todos los que fuimos alguna vez miembros de la Obra fuimos profundamente atraídos por el mensaje de la búsqueda de la santidad en medio del mundo, es decir, por la perspectiva de aspirar a la santidad sin dejar de ser lo que ya éramos: laicos al 100%. En mi caso particular, recuerdo especialmente como me fascinaron las homilías del Fundador contenidas en Es Cristo que pasa y en Amigos de Dios, además de muchos puntos de Camino, que tenían (y tienen) una fuerza espiritual extraordinaria.

Sin embargo, al incorporarnos a la Obra (sobre todo, como numerarios/as y agregados/as) notamos que subrepticiamente nos habíamos convertido en meros engranajes de una estructura jerárquica asfixiante y autorreferencial. Nos encontrábamos inmersos en una organización con un estricto orden cerrado que quería controlarlo todo de nuestras vidas (¡hasta nuestros pensamientos y nuestras conciencias!) y de la que ya era muy difícil salir. Es decir, nos habíamos incorporado, sin darnos cuenta, a una organización de tipo sectario. Es así como se nos fue informando gradualmente de numerosas reglas y prácticas que no conocíamos al pedir la admisión, tales como el aislamiento de nuestras familias “de sangre”, la obligación de entregar a la Obra todo lo que ganáramos con nuestro trabajo profesional, y tantísimas otras exigencias que no tienen nada que ver con una condición puramente laical.

No tengo la competencia ni los conocimientos históricos para decir cómo ni cuándo exactamente se produjo esa desviación del carisma inicial. Mi hipótesis es que el Fundador, a pesar de todas sus declaraciones en sentido contrario, estaba todavía demasiado imbuido de una mentalidad clerical y que, al momento de darle forma institucional al mensaje recibido, no supo hacerlo adecuadamente. Sin duda, la inspiración original venía de Dios, porque “todo buen don y toda dádiva perfecta viene de lo alto” (Santiago, 1, 17) pero el mensaje era tal vez demasiado revolucionario hasta para su propio receptor. Al querer encuadrarlo institucionalmente, se sirvió de lo que tenía a mano, es decir, de las estructuras, prácticas y nociones propias de las órdenes religiosas, aunque les cambiara el nombre. El resultado fue un híbrido que no podía funcionar a largo plazo.

A esa falla conceptual se agregó sin duda la soberbia de querer ver en el Opus Dei algo “superior” a todas las organizaciones semejantes dentro de la Iglesia, algo que no es reductible a un mero fenómeno asociativo porque es “querido directamente por Dios” (como si las demás instituciones semejantes con fines apostólicos no pudieran también ser queridas directamente por Dios…). Es precisamente esta soberbia colectiva la que generó una estructura jerárquica cerrada y autosuficiente donde todo debía funcionar en base a una obediencia ciega y en la que, de ser posible, quien ejerce la máxima autoridad debía ser nombrado obispo. Esto último ya dejaría bien en claro ante todos que la organización es parte de la estructura jerárquica de la Iglesia y no el resultado de un mero fenómeno asociativo como tantos otros que abundan en la Iglesia. Todo esto fue un grave error, un auténtico delirio. Es que “Dios resiste a los soberbios” (1 Pedro, 5, 5). En realidad, el concentrarse de modo obsesivo en lo institucional-jerárquico constituyó un obstáculo mayor para promover el carisma recibido tanto entre los propios miembros como en la sociedad. Hubiera bastado con una estructura minimalista, que se limitara a lo estrictamente necesario para que los miembros pudieran vivir en libertad la llamada a la santidad y al apostolado en medio del mundo sin perder por ello, en lo más mínimo, su condición laical. Es decir, la finalidad de todo el andamiaje institucional no debía haber sido la organización misma, sino sus miembros. Pero para esto hubiera sido necesaria una gran dosis de humildad colectiva, que fue precisamente lo que faltó.

La iniciativa del Papa es una excelente oportunidad para rectificar el rumbo y recuperar el carisma perdido. Como todos sabemos, el mundo pasa actualmente por un período de grave crisis espiritual y de pérdida de fe a nivel masivo en países que habían sido tradicionalmente cristianos. El mensaje de la llamada universal a la santidad en medio del mundo puede dar nueva luz y esperanza a muchísimas personas. Los miembros del Opus Dei pueden jugar un rol muy positivo en este contexto. Es de desear que quienes dirigen la Obra tengan esta vez la lucidez intelectual y la humildad necesarias para secundar la iniciativa del Papa y ser fieles (¡esta vez de verdad!) al carisma recibido de Dios.

Roberto_2

 









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